Reencuentro IncÓmodo

La cabaña del caos (edición gourmet)

El día amaneció con un sonido que parecía salido de una película de terror: un rugido profundo y constante.
Sofía, medio dormida, abrió un ojo.
—¿Eso fue un oso? —preguntó, tensa.
—No, mi estómago —contestó Tomás, tapado hasta la nariz—. Anoche cenamos aire.

Sofía se levantó refunfuñando, con el cabello revuelto como una nube de electricidad estática.
—Genial. Sin señal, sin desayuno y con un perro que ronca como tractor.
—No es Pancito el que ronca, soy yo —dijo Tomás, bostezando—. Pero puedo fingir que es él si eso ayuda.

Pancito, ajeno al caos, los observaba desde el sillón, con cara de “¿y mi croqueta?”.

La gran misión: cocinar sin destruir la cabaña

Sofía abrió una alacena. Había harina, café y una lata sin etiqueta.
—Perfecto. Vamos a morir de hambre, pero al menos con carbohidratos.
Tomás se acercó con una sonrisa sospechosa.
—Tranquila, yo cocino.
—No, Tomás. La última vez que dijiste eso, el microondas del edificio todavía pide terapia.

Él la ignoró, se arremangó y empezó su “obra maestra”.
Media hora después, la cocina parecía un campo de batalla.
Harina en el techo, Pancito con un gorro improvisado de servilleta y Sofía con un cucharón en la mano, lista para golpear.

—¡Eso no es panqueque, es cemento comestible! —gritó ella.
—Es panqueque con textura rústica —replicó él.
—Rústica sería si lo sirvieras en una piedra, no si sabe A piedra.

Pancito ladró una vez, se acercó al experimento y lo olfateó.
Luego retrocedió lentamente, como un experto culinario decepcionado.

Sofía soltó una carcajada.
—Si hasta el perro te está juzgando, es hora de rendirse.
—Perfecto, vos ganás. Pero el almuerzo lo hacés vos.
—Trato hecho. Y no me mires así, Pancito, vos lavás los platos.

La confesión más inesperada

Mientras Sofía preparaba algo comestible, Tomás se quedó observándola en silencio.
El sol entraba por la ventana y le iluminaba el rostro.
Por un instante, se olvidó del desastre, del concurso literario, del perro… de todo.

—¿Qué mirás? —preguntó ella sin levantar la vista.
—Nada. Solo… es raro verte tranquila.
—Es que estoy cocinando. Cuando estoy cocinando, nadie puede fastidiarme.
—¿Y si te digo que sos linda cuando estás concentrada?
—Entonces me fastidiaste.

Ambos rieron.
Y en medio del aroma del café (esta vez bien hecho), se cruzó una mirada que tenía más historia que cualquier capítulo del libro que estaban escribiendo.

—¿Sabés qué es lo peor? —dijo Sofía finalmente—. Que empiezo a acostumbrarme a tus tonterías.
—Lo sé —dijo él con media sonrisa—. Soy como el brócoli emocional: al principio no me querés, pero después te das cuenta de que soy bueno para vos.
—Dios mío, estás comparándote con una verdura.

El plan viral

Esa noche, mientras el lago reflejaba la luna, Tomás sacó su celular.
—Tengo una idea. Si el libro no sale bien, hagamos un vlog. “Sobreviví tres días con mi ex en una cabaña embrujada”.
—¿Embrujada?
—Sí, embrujada por la tensión no resuelta.
—Tomás, te juro que voy a lanzarte al lago.
—Perfecto, le da más drama al episodio uno.

Sofía lo miró con una mezcla de furia y diversión.
Y por primera vez, pensó que quizás, solo quizás, aquel retiro no había sido tan mala idea.

Mientras tanto, Pancito roncaba con una pata sobre la laptop, y la pantalla mostraba el título de su novela conjunta:

> “Reencuentro incómodo: basada en hechos que definitivamente no planeamos.”




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