Reencuentro IncÓmodo

Convención, caos y corazones confundidos

La mañana amaneció con notificaciones, mails y un mensaje que a Sofía casi le provoca un microinfarto:

> “Invitación especial: Convención de Autores Virales - Buenos Aires. Su historia ha sido seleccionada para panel principal.”

Tomás llegó con su habitual sonrisa y una medialuna en la mano.
—¿Ya viste el mail? Somos oficialmente celebridades internacionales.
—No somos celebridades —replicó Sofía sin despegar la vista del teléfono—. Somos víctimas de internet con pasaje de ida.
—Bueno, es casi lo mismo.

El vuelo estaba programado para dos días después. Pancito se quedó al cuidado de la vecina, una señora fanática de los realitys que prometió “actualizarlo de cada capítulo nuevo de su novela”.
—Si Pancito termina sabiendo más de nuestras vidas que nosotros, es tu culpa —le dijo Sofía.
—Perfecto, así por fin alguien me entiende en esta relación —bromeó Tomás.

El viaje fue un poema de desastre: la valija de Sofía terminó en otro vuelo, Tomás olvidó el pasaporte en el baño del aeropuerto, y una azafata los confundió con una pareja de recién casados.
—¿Recién casados? —repitió Sofía con los ojos abiertos como platos.
Tomás sonrió—: Técnicamente, sí… recién casados con el caos.

Cuando aterrizaron en Buenos Aires, una lluvia torrencial los recibió. El chofer que debía esperarlos nunca apareció, así que acabaron tomando un taxi cuyo conductor no paraba de hablarles sobre su exesposa, su gato y la inflación.
—Me siento dentro de una de nuestras escenas —murmuró Sofía.
—Entonces no te quejes, el público ama esto —contestó Tomás mientras la lluvia empapaba su saco.

Llegaron al hotel y descubrieron que, por “un error administrativo”, solo quedaba una habitación disponible.
—¿Ves? —dijo Sofía—, esto es el universo castigándonos.
—O premiándonos —respondió él con una sonrisa sospechosamente tranquila.
—Tomás, te juro que duermo en el lobby.
—Lo dudo, hay un gato callejero ocupando el sofá.

El hotel era elegante, pero la tensión entre ellos era lo único que realmente decoraba la habitación. Sofía trató de mantener la distancia: una cama para cada uno, silencio diplomático y una barrera de almohadas en el medio “por seguridad emocional”.
Tomás, claro, lo tomó como un desafío.
—¿Y si tiramos la barrera y negociamos la paz?
—¿Y si tiramos la barrera y vos dormís en el pasillo?

A la mañana siguiente, durante la convención, todo fue un caos encantador. Los organizadores los presentaron como “la pareja más querida de internet”. Sofía tragó saliva, Tomás saludó al público como si hubiera nacido frente a una cámara.
Los panelistas les hacían preguntas imposibles:
—¿Qué los inspiró a escribir juntos?
—¿Cómo manejan las diferencias creativas?
Sofía contestaba con ironía, Tomás con encanto. Entre ambos lograron que la audiencia se riera, aplaudiera y grabara cada segundo.

Pero lo que Sofía no esperaba era ver, entre el público, una cara del pasado.
Diego.
Su ex.
El que se fue “a buscarse a sí mismo” y al parecer se encontró justo donde no debía.
Tomás siguió su mirada y entendió todo.
—¿Lo conozco? —preguntó en voz baja.
—Ojalá no.
—Ah, entonces sí lo conozco.

Diego se acercó durante el descanso con una sonrisa que parecía ensayada.
—Sofi… no sabía que estabas acá.
—Ni yo —respondió ella—. Fue un accidente viral.
Tomás extendió la mano, amable pero con el brillo competitivo en los ojos.
—Tomás. El accidente.

Diego no pareció captar el sarcasmo.
—Veo que te va bien. Todo el mundo habla de ustedes.
Sofía se cruzó de brazos.
—Sí, una historia incómoda que se salió de control.
Tomás intervino con falsa inocencia:
—Aunque algunos capítulos terminaron bastante dulces.

La incomodidad era palpable. Sofía intentó huir hacia el buffet, pero Tomás la siguió con una sonrisa cómplice.
—¿Querés que finjamos una escena romántica para que se ponga celoso?
—No hace falta.
—No lo digo por él. Lo digo por el rating.

Esa noche hubo una cena de gala. Sofía se puso un vestido elegante, simple, y por primera vez en mucho tiempo se sintió ligera, a pesar del torbellino mediático. Tomás la miró con sincera admiración.
—Sofi, si el caos tuviera forma, sería vos… pero en versión de gala.
—Gracias… creo.

Durante la cena, los sentaron junto a Diego y su nueva novia, una influencer vegana que hablaba más con su teléfono que con la gente. Tomás no tardó en convertir la situación en un espectáculo.
—¿Te conté, Sofi, cómo casi morimos en un avión por mi culpa?
—Casi. Pero podrías repetirlo. A los postres, tal vez.
—Perfecto. Así los dejamos sin postre y sin apetito.

Diego se removió incómodo. Sofía, en cambio, no podía dejar de reírse. Por primera vez entendió que lo suyo con Tomás, aunque un torbellino, tenía algo que el pasado jamás le dio: ligereza, espontaneidad y risas sinceras.

Más tarde, cuando el evento terminó y el hotel quedó en silencio, Tomás se recostó junto a ella en la misma cama, esta vez sin barreras de almohadas.
—¿Sabés qué es lo peor de todo? —susurró.
—¿Qué?
—Que cada vez que trato de no enamorarme más de vos, hacés algo que me arruina el intento.
Sofía giró la cabeza, lo miró a los ojos y soltó una sonrisa cansada pero cálida.
—Bueno, entonces dejá de intentarlo.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue inevitable.
Y justo antes de que él dijera algo más, Pancito ladró desde una videollamada en el celular de Sofía.
Era la vecina.
—Señorita Sofía, su perro está mirando el noticiero. ¡Salieron en televisión otra vez!
Sofía se llevó una mano a la frente y rió.
—Perfecto. Ahora ni el perro me respeta la privacidad.

Tomás se echó a reír con ella, y entre risas, caos y amor, el reencuentro incómodo se estaba convirtiendo, sin que ninguno lo admitiera todavía, en algo mucho más peligroso: un final feliz que no querían que terminara.




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