Reencuentro IncÓmodo

Cafeína y sarcasmo

Sofía se despertó con la sensación de que alguien la estaba mirando. No era una sensación metafórica. Era real.
Tomás estaba de pie, frente a la cama, con una taza de café en la mano y una sonrisa que solo podía significar dos cosas: o estaba tramando algo, o ya lo había hecho.

—Decime que eso no es café de máquina —murmuró ella, medio dormida, con la voz ronca.
—No. Es café instantáneo con un toque de desesperación —respondió él con una seriedad teatral.
—Perfecto. Lo que necesito para arrancar el día: cafeína y sarcasmo.

Tomás se rió y le tendió la taza. Ella se sentó, despeinada, con la remera grande que había usado para dormir y que claramente no era suya. Él la miró y alzó una ceja.
—¿Esa no es mi camiseta de Star Wars?
—Sí. Es cómoda. Y tu ropa tiene mejor vida que vos.

La conversación siguió así, como un ping-pong de ironías suaves que de alguna manera eran su forma de decirse “me gusta estar acá contigo”.
Pancito, el perro, saltó a la cama como si la escena necesitara más comedia. En un segundo, el café terminó en las sábanas.
—¡Pancito! —gritó Sofía.
—Tranquila, no fue el peor desastre que hicimos juntos —dijo Tomás, levantando las manos en señal de paz.

Ella lo miró, medio divertida, medio exasperada.
—No sabés lo que es vivir con vos. Sos como un capítulo de comedia que nunca termina.
—Y vos sos la protagonista que dice que no me soporta, pero no cambia el canal —le respondió él, acercándose un poco más.

El aire se volvió espeso. Sofía intentó mirar a otro lado, pero él ya estaba demasiado cerca.
—Tomás, no empieces...
—Yo no empiezo, vos terminás —susurró él, con esa media sonrisa que desarmaba hasta a los semáforos.

Por suerte (o por desgracia), el celular de Sofía empezó a vibrar. Era su editora.
—¡Dios! —exclamó ella, levantándose de golpe y corriendo a contestar.
—Sofía, querida —se escuchó la voz al otro lado—, necesito que confirmes tu asistencia al evento de hoy.
—¿Evento? —preguntó Sofía, frunciendo el ceño.
—Sí, el de las autoras emergentes. Y, por cierto, el público votó para que tu “pareja de inspiración” también asista. Así que... ¡Tomás viene contigo!

Sofía se quedó muda. Tomás, que había escuchado todo, levantó las cejas.
—¿“Pareja de inspiración”? —preguntó, fingiendo inocencia.
—No digas nada. Ni una palabra.
—Demasiado tarde, Sofi. Esto me gusta.

Horas más tarde, ambos estaban en el auto rumbo al evento. Ella intentaba no mirar su perfil al manejar, pero cada tanto lo hacía y lo odiaba por seguir viéndose tan bien con esa sonrisa de “sé que estás mirando”.
En el estacionamiento, antes de bajar, Sofía respiró hondo.
—Por favor, comportate. Es un evento profesional.
—Prometo portarme bien.
—Tu “prometo portarme bien” es la antesala de una catástrofe.
—Entonces, estamos en mi terreno favorito —respondió él, bajando del auto con esa energía que hacía que todo el mundo lo mirara.

Durante la presentación, todo fue perfecto… hasta que le tocó hablar a Tomás.
—Bueno —dijo él, tomando el micrófono—, soy Tomás, la “pareja de inspiración” de Sofía, aunque yo prefiero el término “musa accidental”.
El público se rió. Sofía quería evaporarse.
—Y sí, admito que me basé en mí mismo para crear al personaje insoportable del libro —continuó él, mirando a Sofía—, aunque me dijeron que era muy realista.

Los aplausos no se hicieron esperar. Sofía, entre roja y divertida, decidió rendirse a la situación.
Cuando bajaron del escenario, él la miró de reojo.
—¿Ves? No fue tan terrible.
—No, solo me hiciste parecer una escritora en crisis emocional.
—Eso ya lo eras antes de conocerme.
—¿Y ahora?
—Ahora sos mi escritora en crisis emocional favorita.

Ella soltó una risa involuntaria.
Y, por un instante, mientras la música del evento sonaba de fondo y Pancito se robaba un canapé, todo pareció tener sentido.
Aunque, con ellos, el sentido nunca duraba más de cinco minutos.




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