Con cara de amenaza

La mañana siguiente amaneció con olor a café, croissants y arrepentimiento.
Sofía tenía la cabeza apoyada en la mesa del comedor, mirando el celular como si fuera el enemigo.
Tomás entró con el pelo despeinado, una sonrisa sospechosamente feliz y la camisa medio abrochada.
—Buen día, autora en crisis —dijo, sirviéndose café.
—Buen día, musa accidental —respondió ella, sin levantar la vista.
—¿Revisás las reseñas?
—Sí. Y ya hay una que dice: “El protagonista debería besarla más seguido”.
—Estoy completamente de acuerdo con el público.

Ella lo miró con cara de amenaza, pero él solo se encogió de hombros y se sentó frente a ella.
El silencio duró tres segundos.
—¿Sabías que ronrás cuando dormís? —soltó él, con una sonrisa.
—No ronco.
—Claro que sí. Hacés un sonido entre suspiro romántico y motor viejo.
—¿Y vos sabías que hablás dormido? —contraatacó ella.
—¿Ah, sí? ¿Qué digo?
—“No toques mis papas fritas.”
—Tiene sentido. Suena como algo que defendería con la vida.

Sofía intentó mantener la compostura, pero la carcajada le salió sola.
Ese era el problema con Tomás: podía arruinarle el día con un comentario y arreglárselo con otro.
Y, por más que intentara negar lo obvio, empezaba a sentirse demasiado cómoda en su caos compartido.

Mientras tanto, Pancito corría por la sala con un calcetín que evidentemente no era suyo.
—Ese perro te representa —le dijo Tomás—. Se roba cosas sin pedir permiso y después se hace el tierno.
—Por lo menos no babeo —respondió Sofía, lanzándole una servilleta.
—Todavía —replicó él, guiñando un ojo.

Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
—¿Sabés qué? Hoy tengo reunión con mi editora. Si querés seguir respirando, no me acompañes.
—¿Ah, no? —preguntó él, levantándose—. Porque ella me llamó para invitarme también.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque aparentemente soy “parte del fenómeno mediático del año”.

Sofía se quedó inmóvil, con la taza en el aire.
—Fenómeno mediático… ¿me estás diciendo que somos tendencia otra vez?
Tomás asintió con cara de niño orgulloso.
—El hashtag #TeamSofTom tiene más de cien mil vistas.
—Dios mío, no.
—Dios sí —respondió él, sonriendo—. Y parece que la gente nos quiere juntos.
—La gente también quiere ver realitys de cocina y no por eso se casan con los chefs.

Una hora después estaban en la oficina de la editora, que los recibió con una sonrisa tan ensayada que daba miedo.
—Chicos, esto es increíble —dijo ella, sosteniendo un cartel con el logo del libro—. El público los ama. Queremos aprovechar el impulso.
—¿Qué significa “aprovechar”? —preguntó Sofía con sospecha.
—Queremos que hagan una gira de promoción… juntos.
Silencio absoluto.
Tomás sonrió como si le acabaran de ofrecer una pizza gratis.
Sofía lo miró como si acabaran de anunciarle una condena perpetua.

—Van a recorrer tres ciudades —continuó la editora—. Charlas, firmas de libros, entrevistas, sesiones de fotos.
—¿Sesiones de fotos? —interrumpió Sofía.
—Sí, necesitamos contenido visual. Natural, romántico, divertido… ya saben, tipo “pareja literaria viral”.
Sofía respiró hondo.
—Y si me niego…
—Entonces cancelamos la campaña y tus lectores se van a quedar con el final abierto que tanto odian.
Tomás carraspeó.
—Yo no quiero decir que me encanta la idea… pero me encanta la idea.

De camino a casa, Sofía estaba tan tensa que el GPS tuvo miedo de recalcular.
—Podés dejar de sonreír así —le dijo ella.
—¿Así cómo?
—Como si hubieras ganado algo.
—Gané un viaje gratis con mi escritora favorita.
—Perfecto. Vas a dormir en el asiento trasero.
—Eso dijiste la última vez y terminamos compartiendo habitación.

Sofía apretó los labios para no reírse.
Sabía que lo odiaba. Bueno… “odiaba” era una palabra fuerte.
Lo toleraba con amor, que era peor.

Esa noche empezó a empacar. Pancito se metió en la valija y se negó a salir.
—¿Ves? Hasta el perro quiere venir —dijo Tomás desde la puerta.
—Vos y él son el mismo tipo de energía.
—La mejor.
—La más insoportable.
—Pero te gusta —respondió él, sin dudar.

Ella no respondió. Porque, por primera vez, no tenía ganas de mentir.