Reencuentro IncÓmodo

La gira del desastre (o cómo fingir que todo está bien cuando nada lo está)

El avión despegó entre turbulencias y sarcasmos.
Sofía miraba por la ventanilla con los auriculares puestos, fingiendo concentración absoluta en una lista de reproducción titulada “Ignorar a Tomás Vol. 3”.
Tomás, sentado a su lado, intentaba mantener la compostura mientras le robaba discretamente papas del snack que ella guardaba en su bolso.

—¿Podés no hacer ruido al masticar? —dijo Sofía sin mirarlo.
—¿Podés no ser tan adorable cuando te enojás? —contestó él, con una sonrisa insolente.
Ella giró apenas la cabeza, lo suficiente para dejar claro que, de seguir hablando, lo lanzaría por la ventanilla.

Dos filas más adelante, una señora los observaba con una sonrisa cómplice.
—Ustedes son los de internet, ¿verdad? —preguntó de repente.
Sofía cerró los ojos.
Tomás, encantado, respondió:
—Depende. Si lo dice por el video del beso accidental, sí, somos nosotros.
—¡Ay, me encanta esa parte! —exclamó la señora—. ¿Van a casarse?
Sofía se atragantó con su agua.
Tomás no dudó ni un segundo.
—Estamos en gira de prueba —dijo con tono solemne.

La carcajada de la mujer resonó por todo el pasillo, mientras Sofía juraba que el universo la castigaba con precisión quirúrgica.
Y apenas aterrizaron, el caos se multiplicó.

El primer destino era Buenos Aires.
El hotel parecía sacado de una revista, pero el recepcionista los recibió con la frase que Sofía más temía:
—Tenemos una sola habitación disponible.

Ella parpadeó.
Tomás sonrió como quien ve la mano ganadora.
—No hay problema, somos profesionales.
—Vos sos un problema con patas —le susurró Sofía, agarrando la llave como si fuera un arma.

El cuarto era amplio, elegante y peligrosamente romántico.
Una cama king-size en el centro, luces suaves, pétalos de rosa sobre la colcha (gracias, “detalle de cortesía del hotel”) y una vista al río.
Sofía cruzó los brazos.
—No digas nada.
—No dije nada.
—No lo digas ni con la mirada.
—Muy tarde.

Durante la noche, cada uno intentó mantener su territorio.
Ella con su computadora, escribiendo los próximos capítulos de su novela.
Él en el sofá, con su guitarra, componiendo algo que sonaba sospechosamente a “canción de declaración no pedida”.

—¿Estás escribiendo sobre mí otra vez? —preguntó él, sin levantar la vista.
—No. Estoy escribiendo sobre un tipo insoportable que no sabe cuándo callarse.
—Entonces sí.

La discusión se transformó en risas.
Y las risas, en un silencio distinto.
Uno que pesaba, que llenaba el aire con algo que ninguno se animaba a nombrar.

Hasta que el celular de Sofía vibró. Era un mensaje de su ex.
“Vi las fotos de la gira. ¿Es verdad lo de ustedes?”
Ella lo leyó en voz baja, pero Tomás la notó al instante.
—¿Quién es?
—Nadie.
—No parece nadie.
—No es asunto tuyo.
—Tenés razón —respondió él, y se levantó—. Pero no me pidas que actúe como si no me importara.

Sofía se quedó muda.
No por la frase, sino por la forma en que la dijo: sin rabia, sin posesión… solo verdad.

Él se acercó a la ventana, mirando las luces de la ciudad.
Ella lo observó, sintiendo que el guion que había escrito en su cabeza ya no servía.
Por primera vez, no sabía si estaban actuando o viviendo algo real.

Y justo cuando iba a decir algo, Pancito —que había viajado de contrabando en una mochila— salió corriendo y saltó sobre la cama, arrastrando pétalos, cables y dignidades por igual.
El hechizo se rompió en segundos.
—Perfecto —murmuró Sofía—. Hasta el perro sabe cuándo arruinar una escena.
Tomás sonrió, con esa mezcla de ternura y rendición.
—No la arruinó. Solo la pausó.

La noche siguió con risas, con canciones a medio terminar, con silencios que decían más que cualquier palabra.
Y cuando finalmente apagaron las luces, el mundo volvió a parecer menos caótico… aunque ambos sabían que lo peor —o lo mejor— estaba por empezar.




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