Reencuentro IncÓmodo

La entrevista que nadie podrá borrar (ni editar)

El evento había terminado, pero el día aún no.
Sofía apenas tuvo tiempo de respirar antes de que el manager —un tipo hiperactivo con gafas redondas y olor a café quemado— les dijera:
—¡Chicos, rápido! Los están esperando en Radio Urbana. Van en vivo en veinte minutos.

Sofía cerró los ojos.
—¿En vivo?
—En vivo y con llamadas del público —añadió el manager, como quien anuncia una sentencia.

Tomás, en cambio, estaba encantado.
—Perfecto. Me encanta hablar de nosotros.
—A vos te encanta hablar de vos, corrige la escritora.

La cabina de radio era pequeña, cálida y tenía ese olor a cables viejos y emoción contenida.
El locutor —un hombre con voz grave y sonrisa de quien disfruta el caos ajeno— los recibió con entusiasmo:
—¡Damas y caballeros! Hoy tenemos a la pareja del momento: Sofía y Tomás, protagonistas de Reencuentro Incómodo.

Sofía sonrió con la diplomacia de una reina en crisis.
—Eh… hola, gracias por invitarnos.
—Antes que nada, aclaremos —interrumpió Tomás, tomando el micrófono—: no somos pareja.
El locutor arqueó una ceja.
—Pero los videos dicen otra cosa.
—Los videos mienten —dijo Sofía.
—Y los ojos también —agregó Tomás, mirándola con esa sonrisa que debería venir con advertencia sanitaria.

El público en redes explotó.
Los comentarios en vivo pasaban en la pantalla:
“Ay, que se besen.”
“Esto ya parece telenovela.”
“#TeamSofíasTomásForever”

El locutor no perdió el ritmo.
—Bueno, cuéntenme… ¿cómo es eso de compartir habitación durante la gira?
—Profesional —contestó Sofía con rapidez.
—Divertido —dijo Tomás al mismo tiempo.

Silencio.
Risas.
Más comentarios virales.

Y justo entonces, Pancito —sí, Pancito otra vez— irrumpió en la cabina.
Había escapado del auto y, de alguna forma, se las ingenió para entrar al estudio con una remera diminuta que decía “Team SofíasTomás”.
El locutor soltó una carcajada.
—¡Se nos une la estrella del momento!
—Por favor, no lo animes —dijo Sofía.
Pero el perro saltó al regazo de Tomás y, acto seguido, se enfrentó al gato del locutor, un animal gordito que dormía junto al panel de control.

Hubo un gruñido, un bufido y… caos.
Los dos animales corrieron entre los cables, uno ladrando, el otro maullando como una alarma.
Un vaso de café voló, un micrófono cayó, y el locutor gritó:
—¡Seguimos en vivo! ¡Esto es contenido de oro!

Sofía, desesperada, trató de separarlos.
Tomás, muerto de risa, ayudó como pudo.
Y en medio del alboroto, él soltó, sin pensar:
—¡Cuidado, amor!
La palabra quedó suspendida.

El silencio volvió de golpe.
Sofía se quedó quieta, el corazón desbocado.
El locutor sonrió con malicia.
—¿Amor dijiste?
Tomás tragó saliva.
—Eh… lapsus radial.
—Claro, sí, seguro —murmuró Sofía, sonrojada hasta las orejas.

El programa terminó con risas, memes en tiempo real y la sensación de que algo había cambiado.
Afuera, mientras subían al auto, Sofía le dio un empujón suave.
—¿“Amor”? ¿En serio?
—No lo planeé. Se me escapó.
—Como tu perro.
—Y mi dignidad —dijo él riendo.

Ella intentó no sonreír, pero no pudo evitarlo.
—Sos incorregible.
—Y vos adorable cuando te hacés la enojada.

El manager los observó desde el asiento delantero, suspirando.
—Les juro que no sé si necesito un contrato nuevo o un exorcismo.

El auto arrancó, y la ciudad los envolvió en luces y murmullos de gente que ya los había convertido en tendencia.
Pero entre las risas, los comentarios y el caos mediático, Sofía pensaba en una sola cosa:
¿Y si ese “amor” no fue un error?




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