Reencuentro IncÓmodo

Vino, verdades y un beso accidentado

La entrevista en la radio había terminado, pero el escándalo recién empezaba.
Sofía intentó pasar desapercibida al salir del edificio, pero los paparazzis parecían haber olido drama y vino tinto desde kilómetros.

—¡Sofía, mirá para acá! —gritó uno.
—¡Tomás, ¿es verdad que están comprometidos?! —añadió otro.

Ella apretó los labios.
—Comprometidos sí, pero con el caos —murmuró.
Tomás le tomó la mano, como si fuera lo más natural del mundo.
—Tranquila, tenemos que disimular.
—¿Y tomarme de la mano ayuda?
—Sí, pero no a disimular —dijo él sonriendo.

Lograron escabullirse entre los flashes y subieron al auto. Pancito, desde el asiento trasero, los miraba con cara de “¿otra vez ustedes?”.

El manager suspiró.
—Necesitan desaparecer unas horas. Ya hablé con la producción. Les conseguí una cena tranquila, sin cámaras, sin fans, sin nada.
—¿Dónde? —preguntó Sofía, desconfiada.
—En el restaurante de un amigo. Cierra la puerta, apaga las luces y jura no tener wifi.
—Eso suena a secuestro, no a cena —replicó ella.
—Igual vamos —dijo Tomás, entusiasmado—. Necesitamos comer algo que no sea ansiedad.

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El restaurante era pequeño, cálido y casi vacío. Las luces eran suaves, la música jazz, y el camarero tenía esa expresión de quien ha visto demasiadas citas desastrosas para juzgar otra más.

Sofía pidió pasta. Tomás, vino.
—¿Sabías que el vino hace que la gente diga la verdad? —dijo él, girando la copa.
—Entonces no deberías tomar —contestó Sofía, arqueando una ceja.
—¿Por qué?
—Porque no me imagino qué tipo de verdades saldrían de tu boca.
—Por ejemplo… que me gusta cuando me discutís.
—Eso no es una verdad. Es un trastorno.

El camarero sonrió discretamente.
La conversación continuó entre chispazos de sarcasmo y miradas que duraban más de lo conveniente.

En un momento, Sofía se inclinó un poco para alcanzar la sal… y su copa chocó contra la de él.
Un segundo después, el vino se derramaba sobre su blusa blanca.

—¡Ay no! —gritó.
—¡Fue mi culpa! —dijo él, riendo.
—¡Claro que fue tu culpa!
—Bueno, eso me pasa por querer brindar con alguien tan impredecible.

Sofía se levantó con torpeza, intentando limpiar la mancha.
Tomás la ayudó con una servilleta, pero en el forcejeo torpe, las risas se mezclaron con ese tipo de tensión eléctrica que solo ellos podían generar.
Y sin planearlo, sin pensar, sin permiso ni introducción, Tomás la besó.

El mundo se detuvo.
El jazz pareció bajar de volumen, las luces se volvieron más cálidas, y Pancito —sí, lo habían llevado porque “no se quedaba solo”— soltó un pequeño ladrido, como si aprobara el momento.

El beso fue corto, torpe y lleno de algo que ninguno quiso nombrar.
Cuando se separaron, Sofía lo miró, aturdida.
—No sé si esto fue el vino o un error de guion.
—Si fue el vino, pido otra botella —dijo él con una sonrisa suave.

Ella quiso decir algo ingenioso, pero solo atinó a reírse.
Porque por primera vez en mucho tiempo, no quería huir.

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Esa noche, mientras el auto los llevaba de regreso al hotel, ninguno habló.
El silencio no era incómodo. Era pesado, sí, pero de esos silencios que guardan más palabras de las que se animan a salir.

Y cuando llegaron, él se inclinó un poco y dijo:
—Sofía… lo del beso—
—No lo arruines explicándolo —interrumpió ella.
—Entonces… ¿te lo repito mejor?
—Ni se te ocurra.
—Tarde.

Y antes de que pudiera reaccionar, Tomás volvió a besarla.
Pero esta vez no hubo risas, ni vino, ni torpeza.
Solo verdad.




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