Reflejo de un amor. Un comienzo

Capítulo 1: Molly

Mi madre toma mis manos y esperamos que la doctora Anderson confirme o niegue lo inevitable.

—¿Y bien? —cuestiona mi madre más nerviosa que yo.

La doctora sigue mirando los análisis sin agregar nada.

—Bueno, ya díganos algo. Me está poniendo histérica y odio ponerme histérica. ¿Hay algo malo que tarda tanto en ver los análisis?

—Lo siento. —exclama.

Mi madre y yo nos miramos desconcertadas. 

—¿Cómo qué lo siente? ¿Siente qué? —cuestiono.

—¿Qué tiene mi hija, doctora?

Ella ríe.

—No tienes nada malo, Molly. Dije que lo siento por quedarme callada por tanto tiempo—expresa—. Es positivo. Molly tienes trece semanas de embarazo.

Me quedo en shock por un momento. Ya lo figuraba cuando la regla no bajó. El primer mes no me di cuenta, el segundo no lo tomé en serio, lo adjunté a los nervios y al estrés de la mudanza y de la adopción de Rachel, y ya el tercer mes no pude negarlo.

Estoy embarazada, dentro de mi vientre llevo un bebé de Tom y no sé como sentirme al respecto.

Al menos no es cáncer ni ninguna enfermedad grave. Ya con eso me conformo.

Apoyo la mano en mi vientre plano y lo acaricio.

Hace tres meses que tomé la decisión de mudarme de Nueva York, dejar mi trabajo, a mi algo llamado Tom, mi vida y todo, buscando comenzar de nuevo, sanar mi corazón y proteger a Rachel, a esa pequeña de cinco años que se ha convertido en una de las personas más importantes para mí y por quien haría lo que sea para protegerla.

Me he esforzado para que Rachel dejara atrás el trauma obtenido por la violencia intrafamiliar que vivió con sus padres y las imposiciones estrictas de su abuela.

Hoy es una niña que ha recuperado la sonrisa y ya no tiene miedo a los hombres. Sus pesadillas han disminuido mucho, aunque odia escuchar a las personas pelear y no le gusta la oscuridad, ella ha avanzado mucho y lo sigue haciendo.  

Por fin he comenzado a adaptarme a vivir de nuevo en mi pueblo de la niñez y ahora un nuevo desafío se presenta en mi vida, un embarazo inesperado.

Soñaba con ser madre, pero no en este momento, no con mi vida como está y con el padre del bebé lejos.

La doctora habla de algo, no sé de qué porque apenas escucho, solo asiento. Mi madre se encarga de hablar con ella y luego me indica que podemos irnos.

—No escuché nada de lo que dijo la doctora después de treces semanas de embarazo.

Mamá ríe.

—Que en la próxima consulta habrá que hacer una ecografía y por el momento no necesitas vitaminas extras.

—Tampoco necesito un hijo extra.

—Sé que el embarazo es inesperado y apenas te estás adaptando. No es fácil con Rachel comenzando la escuela, sus terapias y tu trabajo aquí, pero puedes con esto.

—¿Estás segura?

—Sí. Eres mi hija y presumo que te crié bien, y tu padre también. Eres fuerte y determinada. No estás sola.

—Gracias, mamá. No sé que haría sin ti.

Salimos del hospital, miro el cielo despejado y suspiro. Ya hace tres meses que ninguna paloma defeca en mi hombro y no pensé que lo extrañaría.

Mi mala suerte no se acaba. El domingo pisé un cangrejo en la playa y ahora estoy embarazada. No del cangrejo, de Tom, aclaro para los que no saben interpretar.

—Imagino que le contaras a Tom.

—No he hablado con él desde que me fui de Nueva York. Le he pedido a Ben y a Edwards que no me contaran nada de él.

—Bueno, pero es el padre y tiene derecho de saberlo. Haya pasado lo que haya pasado, estén juntos o separados, él necesita saberlo.

—Lo sé y se lo diré cuando yo misma lo haya asimilado. Por ahora guardemos el secreto. No quiero que nadie más lo sepa.

—Cariño, esto es Providecetown, los secretos no existen.

Es cierto, algo que me cuesta aceptar.

En Nueva York podía disfrazarme de un oso panda y nadie me prestaría atención. Aquí obtengo la atención de todos, salgo en el periódico y me hago viral.

Las desventajas de los pueblos chicos, la falta de secretos.

Subo al vehículo de mamá y permanecemos en silencio hasta llegar a la casa de huéspedes.

He estado llevando adelante el único estudio jurídico del pueblo mientras mi madre se encarga de manejar la casa de huéspedes y ha sido un trabajo tranquilo.

El caso más dramático que tuve fue el de una pareja que se quería divorciar y peleaban por la custodia del perro, logrando que estuviera dos semanas con cada uno. Ventajas de que no fuera a la escuela.

No me quejo. Me gusta volver del trabajo, hacer la tarea con Rachel y luego pasear por la playa.

Mi trabajo me permite estar muy al pendiente de Rachel, aunque ella se ha adaptado bien a la escuela y al pueblo en general.




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