Me acerco con la intención de besar a Molly, pero antes de hacer una estupidez, me aparto de nuevo.
No quiero besarla por hacerlo, deseo hacerlo cuando ella también lo desee, y no por atracción, sino porque decidió darme una nueva oportunidad.
Muero por besarla, he soñado con sus labios durante mucho tiempo, desde que se fue hace un par de meses. No voy a hacerlo en este momento.
Por suerte aparece Rachel para cortar la tensión del momento. Ella se detiene frente a nosotros y pasea la mirada.
—¿Sucede algo?
—No, ya vámonos. —exclama Molly.
Subimos de nuevo al vehículo, ella mantiene la velocidad a la mínima y procuro no decir nada.
Me alegra que se haya animado a conducir. Siempre es bueno saber por casos de emergencias.
Entiendo que en Nueva York es un poco más complicado, pero aquí puede hacerlo hasta agarrar confianza e ir superándose de a poco.
Llegamos a la casa con salida directa a la playa, está cerca de la casa de huéspedes, pero no muy cerca.
Me quedo observando un momento el mar. El sonido de las pequeñas olas acompañado del silencio nocturno no tiene precio.
Rachel toma mi mano y tira de mí para que siga a Molly al interior. Jerry aparece maullando, me agacho a hacerle mimos y me levanto con él. No entiendo por qué lo mandaron a hacer ejercicio, no está obeso, quizás tiene un par de kilos más que la última vez, lo noto por el beso, pero parece bien.
Jerry no dura mucho en mis brazos. Le gustan los mismos con ciertos límites y es normal en los gatos con vena independiente.
Se pasea entre mis piernas y procuro no pisarla ni tropezarme cuando Rachel me pide que la siga para mostrarme su habitación.
Le digo que Jerry no está obeso y ella me explica que el veterinario le aconsejó mantenerlo activo para evitar que suba más de peso, pues los gatos castrados suben más rápido de peso que los no castrado y él ya tiene diez años.
—Veo la habitación de Rachel y me pongo a cocinar. —aviso a Molly.
—Sí, sacaré las compras.
Hubo una vez que hicimos las compras juntos, ella guardó todo, yo hice la cena y entre los dos limpiamos, luego nos besamos y terminamos en su cama queriéndonos.
Sacudo la cabeza ante esos pensamientos y sigo a Rachel a su habitación y quedo encantado con lo que hizo.
—El abuelo Eric pintó la habitación de púrpura y Molly armó los muebles. Es muy buena en eso—comenta Rachel—. Molly y yo colgamos los cuadros con imágenes de Jerry. El tío Scott y la abuela Anelli me regalaron muchos juguetes y libros.
—La habitación luce muy bien. No sabía que Molly sabe armar muebles.
—El abuelo Eric le enseñó. Le dije que quiero que me enseñe y prometió hacerlo—corre hacia la ventana y la abre—. Lo mejor es que abro la ventana, veo y escucho el mar. Me encanta mirar como se esconde el sol.
—Nada que ver a Nueva York. Si abro mi ventana, encuentro al vecino del edificio del frente depilándose los glúteos con el ruido del tráfico de fondo.
—¿El vecino se depila los glúteos?
Rachel me observa con el ceño fruncido esperando mi respuesta. Debo controlar lo que digo.
—Olvida esa parte. —río.
Se encoge de hombros.
—Está bien. Ahora me quedaré aquí a hacer mi tarea y tú irás con Molly a la cocina. Yo los dejaré solos para que arreglen sus cosas de adultos y sean novios de nuevo.
—No es tan fácil.
—Ariana dice que todo es fácil, pero los hombres lo complican todo.
No solo los hombres, las personas en general, pero no me pondré a explicarle eso a Rachel.
—Suele pasar, es parte de la vida. Me iré a la cocina.
—Espera—me detiene del brazo, me pide que me ponga a su altura y en cuanto lo hago huele mi cuello—. Hueles rico, ya puedes ir.
Salgo de la habitación riendo. Ya no hay rastros de la niña tímida e insegura que conocí. Ha avanzado a pasos gigantescos y no todos los niños lo hacen. Yo cargué con mis traumas hasta hace unos meses y tuve que arruinar la relación con la mujer a la que amo por causa de estos y no identificarlos antes.
Rachel tiene suerte de contar con el apoyo de Molly y de su familia. No hay dudas que son buena influencia para ella. La han convertido en una niña de su edad, parlanchina, sociable e inteligente.
Si bien le falta algo de inocencia característica de niños de su edad, puedo comprender que no fue su elección, las vivencias la llevaron a eso y lo entiendo porque yo pasé por lo mismo.
Hago a un lado esos pensamientos y me reúno con Molly en la cocina.
Es tan hermosa que me quedaría todo el día mirándola y deseándola. Más en este momento que lleva a mi hijo en su vientre.
—¿Tengo monos en la cara que te quedas mirándome?
—No, admiraba tu hermosura y pensaba en nuestro hijo.