Corro procurando no caerme. No es fácil correr por Nueva York con tacones de ocho centímetros con tanta gente en el camino. Si no agarro el próximo subte, estoy fregada, llegaré tarde y no sería una buena impresión con el nuevo socio de la firma.
No tengo idea quien es, aún no investigué por estar muy ocupada con el refugio de mujeres. Después de todo, me dediqué a las leyes para ayudar a las mujeres víctimas de violencia de género, más que nada por los niños que viven esas experiencias a través de sus padres. Para poder dar asesoría gratuita, seguí el consejo de mi madre y conseguí trabajo en una prestigiosa firma de abogados de Nueva York. Aunque todavía soy una abogada novata en ese lugar y me dan casos básicos bien pagos. No me quejo, mi prioridad no es ser millonaria o convertirme en socia para llenarme de trabajo y ser reconocida por personas a las que no les importas, al menos que tengas dinero o seas importante. Mi prioridad es tener dinero para vivir y tiempo para ayudar a los que no pueden pagar.
Paso el molinete, esquivo a una anciana que va con un carro, le tiro una moneda al anciano que toca el acordeón en compañía de su perro y subo al subte. Suelto un suspiro mientras las puertas se cierran.
Mi padre dice que aprenda a conducir para no tener que depender del transporte público, mi madre aconseja que utilice taxis. No puedo complacer a ninguno de los dos.
Me da miedo conducir donde hay muchos autos y muchas personas. Soy un peligro en el volante y no quiero cargar con el accidente o la muerte de alguien.
Los taxis son caros cuando vives en Brooklyn y trabajas en Manhattan. Así que, tomo taxis cuando estoy apurada y es un caso de vida o muerte o la firma de abogados me los paga tratándose de algo relacionado al trabajo.
Mis padres se han ofrecido a enviarme dinero para que pueda alquilar algo en Manhattan, y me negué por completo. Me gusta hacerme cargo de mis gastos y responsabilidades. Ellos ya cumplieron dándome la oportunidad de estudiar sin tener que trabajar como muchos otros tuvieron que hacer.
De todas maneras estaría en lo mismo. El refugio de mujeres para quien trabajo como voluntaria está en Brooklyn y pasó más tiempo ahí que en cualquier otra parte.
Intenté compartir departamento con alguien y no funcionó. Me gusta ir a mi propio ritmo y con mi propio desorden, no todos aguantan eso.
Mi última compañera fue una chica gótica que se consideraba bruja, le dije que no me importaba si era bruja, maga o ángel mientras no se metiera con mis cosas. Todo estuvo bien el primer mes, el segundo mes llegué a casa y la encontré a punto de sacrificar un gato negro. Casi me da un infarto, así que la eché y decidí quedarme sola, con el gato.
Bajo del subte, subo las escaleras, paso por mi café de la mañana y al dar dos pasos el maldito tacón se rompe y mi café queda volcado parte en el piso y parte en mis medias y zapatos.
Genial, simplemente genial. La mala suerte me sigue y a veces pienso que es mi ex compañera bruja que me hizo una maldición por haberla echado del departamento y salvado el gato negro.
Agarro el tacón, lo guardo en el bolso, me limpio lo mejor que puedo las medias y me quito los zapatos.
No puedo ir por otro café, llegaré más tarde de lo que debería.
Suelto una maldición y alzo la cabeza hacia el cielo.
—¿Algo más que me suceda? —pregunto en voz alta—. ¿No te alcanzó con todo lo que me pasó?
—¿Se encuentra bien? —pregunta una señora.
De inmediato me doy cuenta de que la señora no es neoyorquina, pues a los de esta ciudad no les importa lo que le sucede a la gente en la calle, siguen su camino.
—Sí, nada más hablaba con Dios o con el cielo. Un mal día. Aunque no me puede pasar nada peor. ¿No? —apenas termino de hablar, siento algo tibio que cae en mi hombro—. Hablé antes de tiempo… Está bien, ría tranquila.
Miro la hora, le doy las gracias a la señora y apresuro el paso hasta la oficina mientras me limpio las heces del pájaro volador que decidió que mi cabello era un buen lugar para defecar.
Chloe, la recepcionista, me saluda con una sonrisa forzada mientras me repasa con la mirada. Me pregunta si estoy bien. No digo nada, temo hablar y que algo más suceda.
Subo al ascensor y utilizo el espejo del interior para ver mi cara. No estoy tan mal, nada más parezco un inodoro de baño público y eso explicaría por qué el pájaro me defecó.
Entro en la oficina vacía de uno de los socios que está de viaje e ingreso al baño. Prefiero evitar el baño común para no cruzarme con alguna asistente indeseable, pues no me llevo bien con ninguna mujer en esta compañía, salvo Chloe que es genial, las demás no me agradan y yo tampoco les agrado a ellas. Decidieron que era así desde que supieron que vivo en Brooklyn, trabajo en un refugio y los fines de semana prefiero quedarme en casa comiendo pizza y viendo una película antes que ir a un exclusivo club de Manhattan a beber Cosmopolitan, presumir mi ropa cara y contar calorías o vomitarlas después.
Saco mi celular y le pido a Chloe que me haga el favor de prestarme los zapatos extras que ella suele traer. Me responde que en un momento sube a traérmelos y le agradezco por eso.
En el baño dejo el bolso sobre el lavamanos, tiro los zapatos a un costado, me quito la camisa, la cual un bebé me la manchó en el primer subterráneo, y me quedo en sostén para quitarme las medias, las cuales dejo olvidadas y me enfoco en mojar la camisa e intentar limpiar la mancha.