Reflejo de un amor. Una oportunidad

Capítulo 2: Tom

Toda la vida me han juzgado y tratado de privilegiado sin conocerme realmente. Nadie, absolutamente nadie, tiene idea de lo duro que he trabajado para llegar a donde he llegado.

Claro, ni bien digo mi apellido, ya me asocian con mis padres y creen que no he trabajado por nada.

No trato de decir lo contrario, tampoco demostrarle nada a nadie, por mí pueden pensar lo que quieran.

Tengo mis objetivos claros y mientras lo alcance, y yo sepa que lo conseguí por mis propios medios, no me interesa nada más.

Ni siquiera que una mujer guapa me juzgue sin conocerme.

—Acá es cuando debo decir que siento haber dicho lo que dije e irme.

—Creo que sí.

—Dame un minuto.

Me cierra la puerta en la cara. Menos mal que no estaba más cerca, o mi nariz habría salido mal parada.

Me arrimo al escritorio y apoyo el trasero en este esperando que la desconocida salga del baño.

No sé quién es. Tal vez alguna asistente jurídica o interna novata. Una abogada no es o habría estado en la reunión de presentación de hace un rato.

Sea quien sea ha dejado claro que es un completo desastre. Escucharla en el teléfono lo comprobó.

También es bastante mal educada, pues no debió tratarme con hostilidad antes de saber quien era. Todos merecemos respeto independientemente del cargo, posición y apellido.

La puerta del baño se abre y sale la mujer rubia con el cabello suelto, esta vez está con la camisa puesta, una camisa mojada y arrugada, y en su mano tiene los zapatos y el bolso.

A simple vista vuelvo a resaltar que es un completo desastre.

—Lamento haberme metido aquí, era una emergencia. Ya me voy.

—Espere—ella se queda donde está—. ¿Quién es usted?

Ríe. Tiene una linda sonrisa.

—Soy Molly Miller. Abogada junior desde cuatro años.

Arrugo el ceño.

—¿Es abogada? —asiente—. No lo parece.

—¿Y cómo debería ser una abogada?

—Más…—la repaso con la mirada—. Formal, sofisticada y con zapatos. A menos una abogada que trabaje aquí.

—Lo soy cuando no tengo un mal idea y el tacón no se rompe en la calle, excepto la parte de sofisticada, claro que depende a lo que se refiere. Por ejemplo, si considera que comer pizza con cubiertos es sofisticado, pues no lo soy, me gusta comerla con la mano tanto como las alitas de pollo… Ya me estoy yendo por las ramas—se acomoda el bolso en el hombro—. Usar un traje elegante creyéndose el mejor abogado del planeta no significa que tenga clase, nada más deja en evidencia que no es más que otro hombre que juzga por la apariencia.

Enarco una ceja, sorprendido por su opinión tan directa.

—¿Yo soy quién juzga? Lo dice la persona que me llamó privilegiado que no sabe lo que es el trabajo.

—Bueno, no fui yo quien lo dijo, nada más repetí lo que escuche por ahí y ya sé que no está bien y por eso no lo repetí dentro de la oficina. La mujer del teléfono es mi mejor amiga… ¿Por qué le doy explicaciones? No lo juzgué por su apariencia porque no sabía como era.

Me río.

—¿Me va a decir que no buscó información de mí en Google esperando encontrar alguna foto?

—¿Por qué habría de interesarme por su apariencia? Lo único que me interesa es que sea un buen abogado que aporte a la firma y eso lo descubriré con el tiempo, no perdiendo tiempo en Google. Para que lo sepa, tengo mejores cosas que hacer que andar buscando hombres en internet y no todo lo que se encuentra ahí es confiable.

—¿Habla de hombres o en general?

—Ambos.

Asomo una sonrisa sin ser muy evidente.

La abogada novata tiene carácter y no se siente intimidada ni atraída por mí, eso es una novedad.

Llevo una hora en esta firma y una abogada ya intentó seducirme, al igual que la asistente de Edwards, el socio mayoritario y mi tío. Tampoco pasé por alto las miradas de otras mujeres.

Molly es la única que no me mira con deseos de saber que hay debajo del traje y eso me atrae mucho. En ocasiones es bueno tener que luchar por una mujer.

—Me alegro de que estemos de acuerdo. ¿Qué le parece si el viernes vamos a cenar para conocernos? Si vamos a ser colegas, es importante llevarnos bien dado que en algún momento nos tocará trabajar juntos. Me gusta conocer a las personas con quien trabajo.

—Lo siento, no puedo, estoy ocupada.

Se da la vuelta y se acerca a la puerta.

—¿Y el sábado?

—Ese día también estoy ocupada y todos los días de la semana de todo el año. Lo siento. Tal vez tenga un hueco el próximo año, le avisaré—me mira por encima del hombro—. Conoceremos el trabajo del otro trabajando y las vidas personales del otro no es asunto del otro. Que tenga un buen día, señor Archer.

Dicho eso, abandona la oficina dejándome con la boca abierta.




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