El beso de Tom me toma por sorpresa y debería apartarlo, gritarle atrevido y aprovechado, pero besa tan bien que no digo nada, al contrario, le devuelvo el beso deseando mucho más.
Malditas hormonas que no me dejan en paz. Un hombre guapo que besa como nadie aparece, y esas prostitutas se desesperan como si un hombre nunca me hubiera tocado.
Él es quien se aparta y abro los ojos maldiciendo en mi cabeza. Hormonas traidoras. Debería desheredarlas.
—Está comprobado, te gusto.
—No es cierto.
—Me acabas de devolver el beso.
Me levanto y me cruzo de brazos.
—Besas bien, no lo niego. Sin embargo, no significa que me gustes. Atraer y gustar son cosas muy diferentes.
—Yo creo que es lo mismo.
Se pone de pie y se acerca con una sonrisa coqueta.
—¡No! ¡Alto ahí o mis hormonas se descontrolan! —él ríe—. ¿Dije eso en voz alta?
—Sí, y me encanta que se descontrolen. Hay que dejarlas.
Pongo la mano guardando distancia.
—No. No me voy a acostar contigo porque trabajamos juntos y no tengo aventuras de una noche. Tampoco quiero novio. Mi vida es un caos, en especial con Rachel y no puedo distraerme con hombres.
—Estás decepcionando a tus hormonas.
—No me importa. Que se jodan por traidoras—da un paso hacia mí y yo uno hacia atrás—. Alto ahí. Tú en tu lugar y yo en el mío o te vas.
Alzo la mano en señal de rendición.
—Está bien. Mantendré la distancia. Me conformo con saber que tus hormonas me quieren. Como ya dije, soy un hombre paciente.
Suena el timbre, alabado sea Jehová por el repartidor de comida que llegó justo a tiempo.
Tom se ofrece a pagar la cena, pero yo me niego y luego de debatir en la puerta con el repartidor esperando, decidimos pagar a medias.
No quiero ser ingrata o cabezota negando que pague la cena, solo marco mi independencia, aunque tendría que haber dejado que pagara por haberse invitado solo y besarme como si nada.
El beso estuvo bastante bien. No recuerdo que disfrutara tanto un beso como ese, aun así no debió pasar. Ahora quedé expuesta y este inglés no se da por vencido.
Ya luego conversaré con mis hormonas. En este momento es hora de cenar.
Llamo a las niñas a comer, estas vienen corriendo y se sientan en la mesa esperando que les sirva, como no quiero a Tom cerca, me siento en la punta de la mesa evitando tenerlo a mi lado.
Busco los rollitos primavera y el ramen.
—Nunca comí esto—exclama Rachel—. No sé como se usan los palitos.
—Yo tampoco sé como se usan—dice la otra niña—. Mamá y papá usan el tenedor.
Tom agarra los palitos y los mueve con gran habilidad. Rachel tiene la mirada fija en ese movimiento y Tom se ofrece a enseñarle, ella acepta y presta atención a los movimientos intentando imitarlos.
Magnolia ni se interesa por aprender, está más enfocada en comer.
No paso por alto que Tom intenta integrar a Rachel. No sé si lo hace como estrategia para llegar a mí o simplemente le agrada la niña, o le da lástima, pero es bueno que ella tenga contacto con hombres buenos para que entienda que no todos los hombres son malos como su padre.
No ha sido fácil convencerla de eso. El padre era un golpeador que siempre gritaba, el vecino de la abuela también lo era y las veces que fue al refugio escuchó historias de los hombres golpeando y maltratando mujeres.
Tengo fe de que Rachel avanzará rápido. Es una niña muy inteligente. Magnolia es una buena influencia para ella, pues creció con un buen padre.
De hecho, Rachel y Magnolia se agradaron desde el principio olvidándose de la timidez.
—Perdón, no quise ensuciar. —exclama con seriedad, agarra la servilleta y se agacha hasta el piso.
Salgo de mis pensamientos viendo que un rollito cayó al piso. Le brindo una sonrisa y le digo que no hace falta que limpie. Son cosas que pasan.
Ella asiente, mas no agrega nada.
Otra cosa que debo solucionar. No tiene que ponerse mal cada vez que se le caiga comida al piso o se rompa algo sin intención.
¿Qué clase de persona era su abuela?
Tom moja un rollito en una de las salsas y noto que se pasa un poco sobre los labios mirando a Rachel.
—Oye, Rachel, ¿me pasas un poco de pan?
Ella alza la mirada y abre los ojos conteniendo la risa.
—Tienes la cara sucia.
—¿Ah sí? —deja los palitos chinos y toca su mejilla—. ¿Ya se fue?
Niega con la cabeza.
Finge limpiar la cara y la ensucia todavía más. Magnolia se echa a reír y le tiende la servilleta.
—Sería mejor si te lavas el rostro mirándote al espejo. —dice ella.