Refugiados

Capítulo 1

Largo de explicar, imposible de entender, mi pueblo se vio sumido en la guerra, y nosotros, gente común que tenía vidas comunes, simples nos vimos arrastrados al horror. La muerte como  compañera constante, perder nuestras casas, nuestras escuelas, el hambre, la carestía, las enfermedades, los ataques de los soldados a los civiles. Y un día ya no pudimos resistir más, mi madre decidió que escapáramos, quiso darnos una esperanza. No quiero pensar en ella ahora.

Tras la huida, esa en la que no quiero pensar mucho, llegamos a este país que no sabía qué hacer con nosotros. Éramos un problema, pero los ojos del mundo estaban sobre sus gobernantes y su decisión, la ONU intervino, la gente se hizo escuchar, decidieron mantener su buena imagen y nos aceptaron, nos dieron asilo. Y aún después de aceptarnos siguieron sin saber qué hacer con nosotros, nos instalaron en un campamento, nos censaron, nos hicieron atender por médicos, y mientras tanto seguíamos en la incertidumbre como si al salir de nuestro país en guerra siguiéramos en una zona minada. Yo tenía miedo, no quería separarme de mis hermanos, no iba a permitirlo, pero los menores de edad, solos, éramos la población que corría más riegos. No podían reubicarnos fácilmente porque no podían hacernos trabajar, las opciones que quedaban eran meternos en alguna institución o ponernos bajo custodia de algún adulto. Había otras opciones peores, las que escucha como rumores y cuchicheos, las que remitían a historias ya vividas por muchos refugiados en distintas épocas, los menores eran un blanco fácil para las redes de tratas de personas: explotación, prostitución y horrores varios. Trataba de no pensar en esas posibilidades, pero se volvían pesadillas en las pocas horas que lograba dormir, sólo quería mantener a mis hermanos junto a mí, y a salvo.

Ser refugiados implicaba que otros decidieran nuestros destinos, esos días de espera en el campamento no parecían tan diferentes a la guerra. ACNUR* intervino y eso empezó a agilizar la reubicación de la gente del campamento, tanto Irina como yo sabíamos el idioma por haberlo estudiado en la escuela, mis hermanos menores apenas reconocían algunas palabras, así que nosotras entendíamos las conversaciones a nuestro alrededor y lo que los trabajadores humanitarios nos decían. Por eso cuando hablaron de mandarnos a un orfanato, Irina se descontroló.

-¡No somos huérfanos, tenemos a mamá! – les gritó y yo ni siquiera supe qué decir, porque no estaba tan segura de que no lo fuéramos. No podía asegurar si mamá estaba viva o no. Cuando mi hermana me miró entre lágrimas, no pude decir lo que ella quería oír. Sin embargo intervine.

-Debe haber otra salida, yo puedo encargarme de ellos, tengo dieciséis años, puedo trabajar.

-Eres menor aún, alguien debe encargarse de ustedes- dijeron y sentí que la desesperación me invadía ¿Qué podía hacer?

-No a un orfanato- insistí, ellos tomaron notas y agitaron la cabeza. No sabía qué hacer, así que sólo mantuve a mis hermanos apiñados a mí alrededor, como si así pudiera defenderlos del futuro incierto. Y cuando empezaba a perder la esperanza, aparecieron los Walker, una pareja mayor que se ofreció a hacerse cargo de nosotros, darnos un hogar sustituto.

Parecían buenas personas, pero yo no confiaba en nadie.

Habían acudido al centro de refugiados porque se habían pedido voluntarios que hospedaran a refugiados, no habían ido buscando niños, lo supe mucho más tarde, pero decidieron quedarse con nosotros, con los cuatro.

*El Alto Comisionado de lasNaciones Unidas para los Refugiados

 




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