Refugiados

Capítulo 5

El primer día de clases llegó antes de lo pensado. Los Walker eran buena gente, pero aún así me costaba dejar solos a mis hermanos menores con ellos, ¿y si se asustaban? ¿Y si me necesitaban?

Aún así no podía retroceder, porque era uno de los requisitos para darnos asilo, porque debía guiar a Irina para que pudiera avanzar y porque yo misma debía ganarle al miedo una vez más.

Durante el desayuno me mostré entusiasmada y les hablé a mis hermanos sobre lo importante que era ir a la escuela y que pronto ellos podrían ir, les hice recordar cuando ir a la escuela era algo normal y cotidiano, traté de quitarle importancia al hecho de que estaría con ellos durante varias horas.

Anya nos animó y pidió que le contáramos todo al volver, Dima lloró, pero la señora Walker lo tomó en brazos hasta calmarlo. Eso me hizo pensar que ella alguna vez había sostenido y calmado a su hijo, pensé que mi hermanito estaría bien cuidado, aunque no sería fácil.

Luego ayudé a Irina a preparar sus útiles escolares, le recordé que era algo bueno, que podría buscarme si me necesitaba, pero ella seguía actuando como una autómata. Me quedaba sin argumentos así que le dije que era algo que mamá hubiera querido, fue un error. Pude ver como el dolor relampagueaba en su mirada y ni siquiera se molestó en decir algo, siguió en silencio todo el tiempo hasta que llegamos a la escuela.

Acompañé a mi hermana al otro edificio, le recordé que estaría a su lado inmediatamente si me necesitaba y me despedí de ella una vez que su tutora se hizo cargo.

La seguí un instante con la mirada, casi como si una parte mía pudiera quedarse allí para protegerla.

Después me dirigí hacia el edificio de la escuela secundaria, me reuní con la tutora del curso que me acompañó hasta la clase. Allí me presentaron y saludé brevemente antes de encaminarme hacia mi banco en el fondo del salón, estaba tan nerviosa que sentía que eso le pasaba a otra persona, esa sensación de distanciamiento era la forma en que mi inconsciente se defendía. Había una pared entre yo y los demás, traté de pasar tan desapercibida como pude durante el resto de las clases.

Intenté prestar atención, tomé notas y escuché a los profesores con atención, pero era extraño porque al no ser mi lengua materna me requería más esfuerzo del normal y porque llevaba mucho tiempo sin ser una estudiante.

Volvía a sentir que era mucho mayor que mis dieciséis años, mucho más. Durante el recreo me mantuve al margen y miré desde lejos la actividad de los demás.

Grupos de amigos, gente riendo, chicas que hablaban mientras miraban de reojo a los chicos que les gustaban.

También yo había sido adolescente alguna vez, me había reunido con mis amigas a charlar y reír. Habíamos hablado de nuestra ropa y de los chicos que nos gustaban.

También una vez me había gustado alguien, me había enamorado de su sonrisa alegre, de su mirada azul, de su personalidad extrovertida. Nunca le había dicho que era más que un amigo, que lo quería. Y ya nunca podría, habían bombardeado el edificio donde él vivía, y yo había llorado aquel amor perdido mucho tiempo atrás, cuando aún vivía en mi casa, cuando aún estaba mi madre para consolarme, cuando aún escuchaba a la gente a mi alrededor hablar mi propio idioma.

Me sentí enormemente aliviada cuando la jornada escolar finalizó por suerte nadie había intentado acercarse o entablar amistad, quizás mi expresión dejaba en claro que prefería estar sola, quizás a nadie le importaba. Fuera lo que fuera, agradecí que me hubieran dejado en paz.

Fui a buscar a Irina, estaba sentada en un banco esperándome, se la veía tan solitaria, tan desamparada y tan alejada de todo lo que la rodeaba que me pregunté si así me veía también yo.

-¿Cómo fue tu día? – pregunté llegando a su lado.

-Estuvo bien- respondió- ¿Y el tuyo?

-Bastante bien – dije y sabía que aunque no decíamos la verdad tampoco era mentira. No lo habíamos disfrutado, seguramente, pero había logrado hacerlo y eso era suficiente. Estiré mi mano hacia ella- Vámonos – le dije y nos encaminamos a la salida. Para mi sorpresa el señor Walker ya nos estaba esperando en el auto, nos tocó bocina y saludó con la mano para que lo viéramos. Me conmovió, recordé que no estábamos solas, que aquella pareja estaba allí para darnos su apoyo.

 




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