Regalame tu Sonrisa (libro 2)

✯ 2 ✯

Golpe de presentación 

 


 

Pasan algunos días, y tanto Natalie como yo, nos vamos acostumbrando a nuestras rutinas. Gracias a la ayuda de mi tía Susi que es contadora, logramos entrar a trabajar en una empresa de diseño y construcción muy importante acá en Buenos Aires, ubicado en Palermo. Nat, que fue ubicada en otra sucursal, sale antes que yo, ya que en donde la colocaron queda más retirado.

—Tengo una pelota en el estómago, así que no voy a comer nada. —Se sienta un minuto en la silla junto a la mía, mientras se arregla la botamanga del pantalón.

—No deberías ir con el estómago vacío. —Opino, entre tanto, acomodo mis carpetas en el maletín que compré ayer.

—Voy a vomitarle a alguien en el subte si lo hago… —sacude la cabeza negando. —Los nervios me están matando.

—Tranquila, te va salir todo estupendo. Mentalizá eso; se positiva.

Alza la cabeza para mirarme.

—Si a esa señora no le gusta el diseño que hice basada en sus preferencias, pierdo el proyecto… y vos y yo sabemos que no estoy para perderlo. Es uno grande y nada menos que para la mujer de un empresario groso. Ese trabajo me va dejar buenas ganancias en mi arranque. ¿Cómo puedo estar tranquila?

Hago una mueca entendiéndola muy bien, también tengo un proyecto super importante y que necesito salga bien. Algunos de nuestros compañeros saben cómo conseguimos el trabajo, no sé cómo se habrán enterado, pero desde que llegamos hay quienes nos observan de reojo, claramente pensando que no merecemos estar ahí porque fuimos "acomodadas".

—Te digo yo que le va a encantar, a mi me encantó. —Musito ligera.

—Obviamente, sos mi mejor amiga y me ayudaste en algunas ideas…

—Naaaattttt… —Digo en tono de queja.

Nos miramos unos segundos y finalmente sonríe.

—Esta bien, voy a ser positiva… —Sonrío también, señalando la taza que dejé para ella. Pero niega con la cabeza. —No tan positiva. —Arruga la nariz. —Me compro algo después cuando llegue. Mejor ya salgo, que si el subte o el colectivo se atrasa llego tarde.

Se levanta y pasa rápido a su cuarto por el resto de sus cosas.

Miro la hora en mi teléfono, que marca que son las 8:15am. Me apuro a terminar de arreglar mis papeles y guardar mi Laptop.

—Me voy Mai, nos vemos a la noche. ¿Te toca cocinar a vos hoy?

—No, no. A vos —Respondo llevando las cosas de regreso a la cocina.

—Ah dale. —Agarra las llaves del mueble que mis tíos nos trajeron junto a la tele. —Chau Maita, te mando mensajito para contarte. —Me da un beso en la cara.

—Sí. ¡Muchos éxitos!

— ¡Para vos también! —Grita desde la puerta.

Dos segundos después se va.

Entro en el baño a cepillarme los dientes, cuando me veo al espejo encuentro una marca de labios en color rojo en mi cachete. Vuelco los ojos. Enjuago mi boca para luego limpiar esa parte donde Nat dejó su marca.

Cuando estoy lista voy a buscar mi cartera y todo lo demás, pero en cuanto paso junto a la mesa, veo que ahí está la taza que usé, y como no me gusta que quede allí, lo agarro para llevarlo a la bacha y lavarlo rápido.

Pero mi mala suerte se cruza cuando tropiezo con la silla, e inexplicablemente el café que había sobrado, se derrama sobre mi camisa blanca.

Incrédula, pestañeo varias veces mirando el manchón oscuro extenderse por mi camisa que es nada menos que ¡blanca!

—No te puedo creer, ¡esto tiene que ser joda! —Reclamo comenzando a sentirme histérica. —Pero la puta madre, ¿y ahora qué mierda me pongo? —Pienso rápido llevando la taza a la cocina.

Corro hacia mi habitación nuevamente, empezando a ponerme nerviosa.

¡No tengo otra camisa que ponerme!

Abro las puertas de mi armario, buscando con rapidez otra opción. Tengo tres camisas más, ¡pero sin planchar! Odio planchar camisas, se arrugan tan rápido que elijo hacerlo cuando las voy a usar, y la que tengo todavía puesta me llevó media hora dejarla sin una arruguita ni línea de más.

Respiro profundo, tratando de calmarme, aunque me cuesta. Tengo 25 minutos de viaje nada más, pero este contratiempo ya me está retrasando.

Me quito la camisa y busco una blusa negra con volados en sus mangas cortas, regalo que me hizo Eloísa antes de venir. Me la pongo con premura junto a una campera de jean. Después elijo cambiarme los zapatos de tacón por unos de plataforma bajas también negras.

Estando lista, corro hacia el living y una vez que agarro mis cosas, busco mis llaves y miro a mi alrededor para no olvidarme nada.

Salgo al pasillo cerrando la puerta con llave. Camino hacia el ascensor y pulso el botón quedándome frente a las puertas esperando. Sin embargo no llega enseguida, lo que empieza a impacientarme.

— ¿Tanto puede tardar, cuánta gente en este momento lo está usando? —Digo en voz alta.

Y encima es el único.

Vuelvo a revisar la hora. 8:40am. ¡No puedo llegar tarde hoy!

Giro la cabeza y me detengo en la puerta que lleva a las escaleras.

—Menos mal que me quité los zapatos altos. —Musito yendo hacia ahí. Voy a tener que bajar, no puedo seguir esperando.

En cuanto llego, me quedo un momento parada junto al acceso. No se escucha nada. Miro hacia abajo y solo veo los escalones. Dirijo mi atención hacia arriba también viendo nada. Una sensación de ligero pánico se atraviesa en mi pecho ante el silencio.

No me vas a borrar de tu vida así no más… antes que eso, te hago boleta flaquita.

Cierro los ojos aspirando hondo.

—Eso ya es pasado Maia… pa-sa-do. —Me digo procurando sacar de mi cabeza esas palabras que suelen surgir cuando me pongo nerviosa por algo.

Agitada empiezo a bajar de a un escalón por vez, retirando el miedo que de la nada emergió. Con manos húmedas enciendo las luces a medida que paso por los pisos. Casi llegando al primero me detengo para recobrar el aliento. Mis piernas tiemblan y mi pecho sube y baja con agitación sin ninguna razón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.