Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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Chocolate y nueces 




 


Sobresaltado por un movimiento en mis piernas, despierto de mi descanso encontrándome con algo peludo y húmedo cerca de la cara. Suspiro echando la cabeza hacia atrás para ver mejor a mi despertador particular este domingo en la mañana.

—Qué pasa Coquito. —Hablo con voz rasposa. Él se sienta a observarme, y aunque no puedo ver sus ojos tapados por su mata de pelo blanco; sé qué quiere. —Así que ya es hora, ¿eh? —Mueve su cola y ladra dos veces. Sonrío desperezándome. — ¿Sabés algo? A veces odio que Adán te haya adiestrado tan bien. —Bromeo negando con la cabeza.

Coco baja de la cama, y un minuto después también me levanto.

Entro al baño mientras él sale del cuarto, seguramente para esperarme junto a la puerta principal.

Varios minutos después, ya vestido para salir, me dirijo a la cocina directamente a la cafetera.

—Dejame prepararme café y nos vamos. —Le hablo y vuelve a ladrar desde la puerta.

Una vez que sirvo la infusión en un jarro térmico, agarro las llaves, mi celular y la correa de Coco. Me aproximo a él para ponérselo, y empieza a mover sus patas impaciente.

—No vas a salir corriendo como un loco. Vas a esperar a que lleguemos al parque, ¿esta bien?

Ladra dos veces y se para, encarando la puerta inquieto.

Antes de salir, mi celular suena en el bolsillo de mi jogging. Lo saco escuchando a Coco resoplar.

¿Qué onda Máster, salís con el peludo a su caminata?

Leo el Whatsapp de Dan.

¿A vos qué te parece?

Respondo irónico, mirando a Coco que volvió a sentarse.

Ja, ja, ja. Así debe ser, también tenés que salir mover esas nalgas peludas. Los espero en la escalera.

Rio, es un boludo.

Ok, ya vamos.

Finalmente abro la puerta, y salimos del departamento. Cuando me paro en el pasillo, no puedo evitar mirar hacia la puerta de enfrente. Por un momento pienso que podría aparecer como otras veces. Me gustaría que así fuera, ya que no la veo desde lo que pasó. Sin embargo nada, obviamente es muy temprano.

Soy distraído por la correa que sostengo y que Coco estira para que sigamos camino.

—Ya, ya. Qué impaciente que sos. —Continuamos.

Pasamos frente al ascensor, que ahora permanecerá clausurado hasta tanto arreglen los desperfectos. Mientras seguimos de largo hacia las escaleras, sonrío al recordar cuando nos quedamos ella y yo encerrados ahí. De la sensación dulce que me recorrió cuando la tuve que alzar para que la sacaran.

Si era extraño antes tenerla dando vueltas en mi cabeza, ahora se duplicó mi interés por tratarla más, conocerla y quién sabe… invitarla a salir en algún momento.

No puedo creer estar pensando en esto.

Bajamos las escaleras hasta el quinto, ahí vemos a Adán sentado en uno de los escalones mirando su celular.

— ¡Ey, perros! ¿Cómo están?—Giro los ojos al escucharlo. Coco por su parte termina de bajar, contento de verlo. —Coquin, hola. Al menos vos te alegrás de verme… —Sonríe en mi dirección.

Cuando llego hasta él chocamos las manos.

— ¿Cómo podría alegrarme ver al causante de que no pueda seguir durmiendo? —Repongo, y tomo del café que preparé.

— ¿Te referís a él o a mí, papi? —Hace puchero. Lo empujo cuando paso al lado suyo para seguir bajando. —Te recuerdo que fuiste vos quien me pidió adiestrarlo.

—Sí, no me olvido. Lo que no te pedí es que le enseñaras a querer salir a las 8 de la mañana un domingo, papi. —Manifiesto irónico seguido por él y su risa que hace eco acá adentro.

—No seas maricón, a la tarde podés hacer una siesta viejito. —Rie divertido.

Continuamos bajando los tres, sin decir nada más. Al llegar a planta baja, nos encontramos con Florencio limpiando el piso del hall.

—Buenos días muchachos, y Coco. —Nos saluda sonriendo afable.

—Buen día. —Decimos Adán y yo al unísono.

— ¿Saliendo a pasear, Coco? —Se acerca al perro para acariciar su cabeza. Este, alegre mueve el rabo y salta para que lo acaricie más. —Cómo estás Uziel, después del otro día.

—Bien bien. —Contesto con simpleza — ¿Al final se hizo la reunión de consorcio? —Pregunto atento, bebiendo otro trago.

—Masomenos, estuvieron un algunos. Pero todo bien, dicen que en unos diez días el ascensor va a estar como nuevo… y esperemos que así sea. No vuelva a pasar lo mismo. La chica del sexto estaba bastante nerviosa ese día, pienso que si hubiera estado sola ahí; otra hubiera sido la historia. —Comenta vagamente.

Asiento, recordando la palidez que cubrió su bonita cara.

— ¿Sabe si está bien? —Me intereso.

Sacude la cabeza negando.

—La verdad no. No conicidí con ninguna desde esa noche. —Me responde pensativo.

Se hace un breve silencio, hasta que Dan lo rompe para preguntar;

— ¿Florencio, vos sabías que ellas son sobrinas de Gregorio?

Él lo mira suspicaz.

—Uhm, tengo entendido que es una de ellas, pero no sé cuál. ¿Por qué?

—Ah, no. Solo curiosidad. —Dice mi amigo mirándome de reojo.

—Tené cuidado, ya sabés lo que dicen de la curiosidad… —Bromea el encargado, haciéndonos sonreír.

—No siempre mata al gato, Florencio… a veces lo salva, le enseña. —Le guiña Dan, mientras nos dirijimos a la salida.

El encargado rie un poco detrás nuestro.

Minutos después rumbo al parque que está a tres cuadras, charlamos de lo sucedido... de nuevo.

—Te gustó esa chica, ¿no? —Inquiere Dan al lado mío.

—Es linda. —Solo respondo.

—Sí, son lindas. —Conviene él en tono sugerente. —Deberiamos invitarlas a salir a algún lado. Al bar de Pucho, qué te parece.

—Me parece que nos van a sacar carpiendo. —Digo jocoso.

— ¿Por qué? No seas pesimista chabón, así no vas a conseguir nada.

—No soy pesimista, apenas si nos conocen, y nosotros a ellas.




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