Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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Juntito a mí 

 

 






 


Estoy nerviosa.
En menos de una hora vamos a llegar a Río Negro.

Giro un poco la cabeza para mirarlo. Uziel descansa a mi lado, porque apenas pudo dormir dos horas luego de llegar de la clínica veterinaria. 

Aspiro el aroma de su shampoo y ese perfume que tanto me gusta en él. Tiene la cabeza recostada en mi hombro, y sonrío cuando el sonido de un ronquido se le escapa, como ahora. Siempre me divierto bromeando sobre eso, imito los sonidos que hace, y él se ríe y afirma que miento; que él, no ronca. Pero lo hace desde que trabaja de noche.

Vuelvo a poner mi atención en el libro que traje para distraerme durante el vuelo, sin embargo, no he conseguido concentrarme en lo que leo. Eso me hace pensar en Eloísa, y en las veces que le dije que esto de leer no es lo mío, porque no logro centrarme por completo en ello, siempre termino distrayéndome por algo. Un pensamiento que me lleva a otro, y ese a otro. Así, como en este momento, que pienso en ella y de inmediato en mi hermano, y de ahí pienso en Uziel. Se van a conocer en persona finalmente. Y a pesar de que una parte de mí sabe que todo va a ir bien entre ellos, la otra parte, duda un poco. 

Aunque en realidad... 

Suspiro despacio, no puedo engañarme. Siento nervios, inquietud, pero no por Beltrán y Uziel, sino por regresar. Por estar unos días tan cerca de lugares que preferiría borrar de mi memoria... por estar, de alguna forma, más cerca de él y de todo lo que representa; de los miedos, el sentirme débil, temerosa de cruzármelo, de que me lastimara a mí o a mi familia. Sí, sé que ya no puede hacerme nada, que está en coma desde ese accidente que provocó y en el que creí moriría. Sé que mi realidad es otra, pero todo lo que me hizo, para mi desgracia, no se borra tan fácilmente. El estar lejos, reconstruyéndome, empezando de cero, enamorada de nuevo, hacen que sea liviano seguir adelante, que me sienta segura. Sin embargo, volver significa revivir muchas cosas, muchas sensaciones, y me doy cuenta, de que aún hay mucho que tengo que superar, pero los recuerdos...  
Incluso, si cierro los ojos, puedo verme ahí, en el interior de ese auto dando vueltas, sintiendo el terror y viéndolo todo en cámara lenta, viendo mi vida acabarse en ese momento, pensando en mis seres queridos, con el único deseo de que me perdonaran por causarles esa pena, porque sentí que iba a morirme... 

— ¿Maia qué pasa? —El sonido de su voz atrae mi atención, su rostro cerca del mío, y sus ojos, buscando algo en los míos. Hay preocupación en ellos. Su mirada que siempre está brillante, con esas tonalidades verde, dorado y marrón compitiendo en sus pupilas, ahora solo reflejan alarma. — ¿Qué pasa florcita, por qué llorás? —Acoge mi cara en sus manos, y me limpia las mejillas.

En ese momento, caigo en la cuenta de lo que dice. Estoy llorando... Dios, estoy llorando... 

—Yo... —Balbuceo. No sé qué decir, estoy trabada. 

— ¿Te sentís mal, te duele algo?—Espera que conteste, pero no puedo de la impresión por lo que estaba pensando, en como mi mente me llevó a ese día, y cómo me perdí en ese recuerdo hasta el punto de hacerme llorar.  —Voy a llamar a una de las azafatas... —decide entonces, al no recibir una respuesta mía.

Intenta levantarse, pero por fin reacciono, y le agarro la mano.

—No, no hagas eso. —Me mira y se acerca de nuevo. Me examina, estudia mis gestos, lo que provoca que sonría. —Sos médico de animales, no de personas. —Le recuerdo en un murmullo, intentando aflojar la tensión que lo envuelve.

Pero él no sonríe, e ignorando mi intento de ser chistosa, continua;

—Maia, si te sentís mal...

—No me siento mal, tranquilo. —Me toco la cara, todavía húmeda. —No es nada...

— ¿Nada? Estás llorando. —Señala lo evidente, serio. —Qué pasa. —Pide saber, atento.

Inspiro hondo, recargando ahora yo mi cabeza en él. Me abraza por los hombros, apretándome contra su pecho. Cierro mis ojos, escuchando sus latidos que me reconfortan.

—Me acordaba... de algo. —Confieso tímida, y frustrada por ponerme así.

—Algo —repite, y lo siento ponerse tenso. — ¿Algo sobre tu familia, o de él?

Exhalo un suspiro.

—Él. —Puntualizo.

Asiente, suelta el aire y me besa en la cabeza. 
No me pregunta sobre qué recordaba, simplemente me abraza, y con ternura y paciencia, me acaricia la espalda sin pedirme explicaciones, no lo necesita, ya que en algunas ocasiones le he contado por las situaciones que tuve que pasar.

Por eso, por no presionarme, le susurro un "gracias" bajito. Que me entienda y no me pida hablar sobre ese u otro recuerdo, es muy importante para mí. En respuesta me abraza ligeramente más fuerte. Me cobijo en su calor, en su cuerpo, en su perfume, haciendo a un lado esos flashes del pasado que insisten en reproducirse. No quiero que me sigan afectando, así que me refugio en Uziel, en el suave movimiento de su mano que sube y baja por mi columna, en su respiración estable y en sus besos en mi pelo.

Me centro en él, solo en él, y en cuanto lo quiero. En lo mucho que crece mi amor por él por instantes como éste, aunque todos los momentos que compartimos lo hacen; pero éstos son más especiales, porque no me hacen falta las palabras para explicar cuánto duele o dolió un hecho. Me comprende con poco: le basta una mirada, una sonrisa o un gesto. Y si lo pienso, siento quererlo más, porque me enseña que cuando amás a la persona correcta, no solo sos feliz y andás sobre un suelo más firme, sino que también conocés de vos misma otros colores, otros matices, versiones que antes no sabías que tenías.

Después de unos minutos de estar así, uno aferrado al otro, me separa un poco, me acaricia el rostro y musita:

—Regalame tu sonrisa.

Y así, sin que haga falta más, lo hago. Le sonrío relajada, contenta, y feliz de que esté conmigo.




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