Viernes 05 de noviembre, 2025.
Atenas, Grecia.
Estaba demasiado abrumado por los problemas familiares, por lo que bajo la influencia de un conocido suyo, comenzó a adquirir un hábito inmoral. Solía visitar un cabaret de dudosa reputación, pero que albergaba a las mujeres más hermosas. Ya llevaba alrededor de dos semanas acudiendo cada noche a modo de botar el estrés. Sin embargo, se quedó perturbado por la belleza de una bailarina que se presentó por primera vez aquella noche.
Aún cuando la música o las luces le molestaban, él continuó bebiendo un trago mientras se perdía en cada movimiento de cadera de la joven bailarina, cuyas curvas hacían sobresalir su majestuoso traje. Sus rizos negros se mantenían en constante desplazamiento cada vez que giraba y daba vuelta tras vuelta. Por instinto, Ares experimentó esa inevitable atracción igual que el resto de hombres que le silbaban y le soltaban groserías a dicha bailarina.
—Sorprendente ¿no? —se jactó su conocido, estando igualmente hipnotizado por la deslumbrante apariencia de la fémina, cuya expresión facial lo fascinaba. —Todas las mujeres que trabajan aquí, de alguna u otra forma, siempre acaban en el escenario. Tarde o temprano, le iba a tocar. —anunció como si lo hubiese anticipado. Ares enarcó una ceja y entonces recordó que la misma bailarina había sido quien desempeñaba el papel de acompañamiento con el piano en otras ocasiones.
Ares sonrió con lujuria, sintiendo cómo sus labios se humedecían. No le había prestado atención a la griega hasta ahora por una sencilla razón. No estaba interesado en su habilidad musical, sino en su físico, justo como ahora que exponía su piel como cualquier otra mujer de su misma calaña. Ni bien terminó la pieza musical junto a la rutina de baile de la jovencita, Ares se puso de pie y antes de que otro hombre le ganara, se anticipó declarando a su conocido:
—Que nadie se acerque, es mía. —le advirtió, haciendo hincapié para que no desease sus pertenencias. Aunque a su conocido le disgustó, no se opuso.
Pese a que el establecimiento se escudaba bajo el letrero de cabaret, no era diferente a un burdel o donde abundaban las meretrices. De esa manera, no le resultó complicado conseguir información del camerino de la bailarina y menos le costó darle una propina al guardaespaldas que lo custodiaba. Dio dos toques en la puerta antes de ingresar y toparse con esa mirada bañada en oro.
Ante la repentina intromisión, la bailarina quien se estaba preparando para su próxima aparición, se asustó por la presencia del impetuoso hombre, pero más que tenerle miedo, sentir emoción por su primer cliente o verse suma, se sintió intimidada por sus ojos que no reflejaban más que deseo e impurezas. La griega desvió la mirada y se abrazó por instinto, pronunciando:
—¿Cuánto me va a dar? —lanzó como si quisiera parecer una veterana cuando apenas este era su primer día haciendo esto. Es más, creía que su cliente sería un viejo apestoso sin esperar que era un griego joven y cuyo poder estaba a otro nivel. Se le erizó la piel en cuanto Ares se le acercó y jugueteó con sus rizos negros.
La griega no era tonta para no captar el motivo de su intromisión. De alguna manera, ya lo había previsto y asimilado.
—¿Cuánto es lo que deseas? —fue generoso, gustándole la actitud de la muchacha.
Y tan pronto como lanzó esa pregunta, los ojos de la bailarina volvieron a brillar. Si podía pedir lo que quisiese, entonces esta noche podría ser la primera y última vez que lo hacía. Aún pareciendo intimidada, soltó en un murmullo la cantidad.
—¿Es demasiado? —volcó sus ojos al suelo ante el silencio. La griega se avergonzó creyendo que estaba siendo bastante codiciosa, no obstante, era una cantidad insignificante para Ares quien la sacó de ese cabaret, contestando:
—Vamos. —se impacientó. La griega no se opuso y más tarde, en un cuarto de hotel, lo atrapó susurrándole: —Creo que te seguiré viendo. —se le escapó, experimentando cómo su cuerpo se sacudía del goce. La muchacha se aferró, recibiendo sus besos y caricias.
—Quiere decir, ¿qué le he gustado? —fue ingenua.
Él se carcajeó.
—Si me sigues gustando, quizás…
—¿Quizás qué? —aspiró a más.
—Quizás me haga responsable de ti.