Relato: Aquella Noche De Halloween (completo)

Parte 1

Mientras utilizaba un programa de reconocimiento facial que le había hackeado al gobierno para tratar de descifrar quien era aquel musculoso hombre misterioso que me estaba atravesando en todos lados como si me estuviera siguiendo, no pude evitar recordar a mis abuelos.

Ellos siempre me dijeron que estaba desperdiciando mis talentos informáticos trabajando con ellos en el asilo.

Sí, tenía habilidades para comprender fácilmente el funcionamiento de computadoras y sus sistemas operativos, hardware y software, así como la tecnología de aparatos similares, pero esos conocimientos no me daban la satisfacción que me daba atender a personas que sus hijos abandonaban como trapos viejos en nuestro ancianato y que tenían un millón de historias que contar.

Cuando mis propios abuelos se convirtieron en huéspedes teniendo que abandonar la administración, me rogaron que vendiera el lugar y me buscara un trabajo para la CIA o el FBI, que seguramente podría «atrapar a los malvados» en vez de perder el tiempo con personas que solo buscaban un lugar tranquilo donde morir en paz.

Sin embargo me agradaba ser responsable de regalarles esa paz, me aseguraba de contratar a los mejores enfermeros, médicos, cocineros, profesores y personal de mantenimiento, por lo que Portum Pacificum era el mejor establecimiento de cuidados de personas de la tercera edad de Nueva Orleans.

Eso no quería decir, que a veces, en las noches, utilizara mis habilidades informáticas para investigar cosas de interés, en ocasiones intentaba ubicar un antiguo amor de algunos de mis pacientes, otras, buscaba información para rellenar los espacios de las historias que contaban y que les costaba recordar, o simplemente indagaba sobre algunos de sus familiares para poder comprender por qué los habían abandonado ahí, y con eso me refería a todos esos que nunca visitaban a sus padres. Pero esa noche en particular necesitaba descifrar quién demonios era aquel gigante rubio de mirada amenazante que me estaba encontrando en todas partes, lo cual no podía ser una coincidencia.

Me tomé mi tiempo y utilicé mis más agraciados movimientos para tomarle varias fotografías con mi móvil, y esa noche descubriría quien carajo era y por qué coincidíamos en tantos lugares.

Me encontraba comiendo una rebanada de pizza fría con una gaseosa de cola cuando los pitidos de mi ordenador me anunciaron que había encontrado una coincidencia. Me sacudí las manos emocionada y con los ojos brillantes para sentarme frente a la pantalla y leer el resultado:

Tanner Thacker

Nacimiento: 17 de julio de 1922 (Dixie, Alabama).

Altura: 1.90 m. Peso: 91 kg.

«De puro músculo», pensé al recordar su contextura.

Cabellos: Rubios. Ojos: Azules.

Antecedentes penales: asalto, desorden público, violaciones a leyes de segregación racial…

«Un momento, ¿qué? ¿Cómo que violaciones a leyes de segregación racial?», me pregunté sin haber caído en cuenta en el año de su nacimiento hasta que salté a las últimas líneas.

Fallecimiento: 07 de septiembre de 1957.

Causa: Traumatismos múltiples e hemorragias internas debido a linchamiento.

—¿Qué demonios es esto? —mascullé chequeando el programa de computadora para comprender por qué me decía que las fotos que yo introduje al sistema, y el resultado, me aseguraban que este hombre muerto coincidía con la persona que yo había visto los últimos días.

¡Lo era! Era su imagen, era él. No tenía sentido, aquel hombre no era un fantasma, lo vi interactuando con personas, vi a transeúntes evadiendo su gran tamaño en la calzada, ¡la tomé fotos! A menos que los fantasmas caminaran entre nosotros interactuando como si nada aquello no podía ser.

¿Sería un nieto? Utilicé cada herramienta disponible en la red para medir cada parte de su rostro con la foto del hombre que nació en 1922 y era exactamente igual. Los ojos, la nariz, la boca, las mejillas, todo coincidía en las medidas precisas de las fotos del tal Tanner que murió en 1957. Era imposible, no podía ser el mismo, pero el algoritmo me afirmaba que físicamente lo era.

Mi mente curiosa no podía aceptar que existiera un descendiente que hubiera nacido con las características idénticas de alguien que murió sesenta y cinco años atrás, pero no podía descartar nada, si algo había aprendido en esta ciudad, sobre todo con el cuento de mi abuela de que yo tenía sangre de bruja Pacificus corriendo por mis venas, es que existían criaturas paranormales que se mezclaban con los humanos.

Yo me la pasaba prácticamente encerrada en los confines del asilo, así que solo me llegaban las historias que contaban mis huéspedes y empleados, pero nunca había presenciado o conocido alguna criatura que no me pareciera humana.

Era una mujer solitaria… bueno, ni tanto ahora que había aparecido Marc en mi vida para sacudirme por dentro y despertar deseos carnales que ni siquiera sabía que podía sentir. Recordé la cita que tendría con él la tarde siguiente, nos habíamos visto varias veces y todavía no me había besado, lo cual era desesperantemente frustrante.

Había abandonado la idea de mantener una relación seria años atrás, lo intenté en varias ocasiones pero ninguno entendió la pasión a mi trabajo y se referían de manera despectiva «al tiempo que les dedicaba a unos viejos decrépitos que estaban robando mi juventud».




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