Relato: Tú eres mi razón (completo)

RELATO: ÚNICO CAPÍTULO

—¿Paola?

Su voz era inconfundible, supe que era él incluso antes de que pronunciara mi nombre, lo sentí acercarse… No, lo sentí desde antes, desde que garanticé un puesto de venta en el concierto supe que estaría ahí. No valió de nada que hubiera permanecido detrás del horno portátil durante las primeras horas de la tarde, porque justo cuando Sena, mi socia, cambió puestos conmigo para ir un momento en el sanitario, tuvo que aparecer y verme llena de harina y salsa, un tanto despeinada y agotada.

Desde que nos separamos años atrás soñaba con volverlo a ver, tenía años fantaseando con un encuentro casual, que, a pesar de vivir en una ciudad pequeña, nunca se dio. Pero jamás mi mente imaginó ese momento como se desarrolló: conmigo agotada y atendiendo un pequeño puesto de pizzas en un prestigioso festival de música de cantantes internacionales.

Como aquella afirmación que mencionaban muchos por ahí cuando se está a punto de morir, todo nuestro pasado pasó por mi mente, desde el día que lo conocí cuando tenía diez años, hasta que nos separamos a los diecisiete.

Aunque los últimos años viví muchos dramas dignos de una telenovela pobremente escrita, o una película de bajo presupuesto, de ningún modo me caí por unas escaleras y quedé ciega o sin memoria, ni me adoptó el tío del primo del hermano del mejor amigo de mi padre dejándome toda su fortuna al morir. Habían transcurrido doce años desde que nuestra relación se acabó y no había gozado de ningún final feliz ni nada por el estilo.

Más bien, nada había cambiado; como si el tiempo se hubiera congelado, o más bien, mis infortunios, todavía luchaba por sobrevivir a pesar de que cada vez estaba más cerca de comenzar mi propio negocio, y seguía viviendo a las afueras de la ciudad en una casita con más problemas que beneficios… y sobre todas las cosas, todavía lo extrañaba.

Mi mente recorrió el sendero de los recuerdos como si fuera un domingo de paseo cualquiera mientras todo a mi alrededor se movía en cámara lenta. Las imágenes llegaban a mi cabeza con una facilidad como si lo que ocurrió entre nosotros lo hubiera vivido esa misma mañana.

Cuando me mudé a aquel pequeño infierno que llamaban «ciudad en crecimiento» por sus yacimientos petrolíferos —lo cual era risible considerando que habían sido descubiertos cincuenta años atrás y la alta esfera mantenía una mentalidad retrógrada clasista—, dejé atrás mis amigos y la capital debido a que la compañía transnacional de hidrocarburos donde trabajaba mi padre, lo trasladó con un fabuloso ascenso convirtiéndolo en el director más joven en su historia.

Siempre fui una niña tímida e insegura, en el fondo lo seguía siendo años después, y Sander me defendió agresivamente el primer día de clases en la escuela, cuando unas niñas quisieron burlarse de mí por catalogarme como una chica creída que se consideraba mejor que los demás porque no le hablaba a nadie ni mucho menos los mirada, ignorantes del miedo que tenía por comenzar en un lugar nuevo, y desde ese momento nos convertimos en mejores amigos.

Que viviéramos cerca no solo causó que estrecháramos nuestra amistad, sino que nuestros padres comenzaron a socializar en los mismos círculos lo que nos permitía compartir no solo en la escuela, sino también fuera de ella.

Teníamos catorce años cuando descubrimos que lo que sentíamos iba más allá de una amistad, que nos estábamos enamorando, que nos convertimos en el primer amor del otro y que, a pesar de nuestra corta edad, no nos imaginábamos un futuro separados.

Juntos experimentamos nuestro primer todo: beso, caricias románticas y pérdida de virginidad. Teniendo dieciséis años planificamos estudiar en la misma universidad, casarnos al obtener nuestro título profesional, y hablamos mucho sobre lo que haríamos después. Ninguno deseaba seguir los pasos de nuestros padres por lo que soñamos con viajar y mudarnos a otro país para vivir una vida construida por nosotros.

Pero el universo tenía otros planes para mí. Con diecisiete años y a pocos meses de graduarme de la escuela, me encontraba en clases de matemáticas cuando la directora dijo mi nombre por los parlantes, y me llamó a su oficina para informarme que mi padre se había quitado la vida.

Mi vida dio un vuelco de ciento ochenta grados en cuestión de semanas, de ser la novia del chico más popular de la escuela, y el soltero más prominente de la ciudad, pasé a ser una paria cuyo padre había tomado unas malas decisiones para la compañía donde trabaja llevándola a la bancarrota, y como si eso no era suficiente, mi madre, que siempre fue una ama de casa que no sabía hacer nada más que dirigir a sus empleados, llevaba semanas sintiéndose mal y pronto descubrimos que tenía un enfermedad terminal.

Los bancos nos quitaron todos los bienes, nos quedamos prácticamente sin nada, y mi madre ni siquiera podía levantarse de la cama gracias a su diagnóstico y la depresión.

Sander fue mi resguardo aquellos días, un salvavidas en medio del océano que padecía la peor de las tormentas. Me ayudó a salvar algunos cosas valiosas que pude vender para rentar algún apartamento en las zonas más desafortunadas, y quizás esa caracterización era una subestimación, porque al mencionar que la mentalidad de aquel pueblo —que se creía ciudad—, era retrógrada y clasista, quizás no especifiqué su realidad innegable.

En aquel lugar no había términos medios, se era, o muy rico, o muy pobre, un círculo vicioso del que nadie escapaba a menos que lograra irse y mudarse lejos. El sistema estaba diseñado para mantener el statu quo​, los adinerados se ocupaban de que la población se mantuviera agachada y trabajando bajo sus órdenes para que las riquezas solo les pertenecieran a unos pocos.




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