El sol caía sobre el mar, aquella tarde de Septiembre. Pero en vez de estar en la playa cercana contemplando su partida, como lo deseaba, Gulf se encontraba enclaustrado en el más exclusivo internado de varones del país, naufragando entre figuras geométricas y fórmulas complicadas.
Colocó su mano en el bolsillo del blazer y comenzó a jugar distraídamente con la pequeña piedra que guardaba allí. La había encontrado en una de sus tantas incursiones en la bahía, una de esas tardes en las que solía escaparse del colegio a hurtadillas. Su compañero de dormitorio había ido con él aquella vez y, al ver la piedra, extraña, brillosa, poseedora de un raro tono índigo, comentó:
_ Es una piedra de deseos...Ya sabes... De esas piedras que te conceden un deseo si sabes cómo pedírselo...
Y desde ese momento, con esas palabras sugestivas- aunque dichas como al pasar- Gulf había quedado obsesionado con aquella piedra. La llevaba siempre con él y siempre le formulaba el mismo deseo, en silencio y en secreto para que nadie se enterara. Después de un rato de formular su deseo con los ojos bien clavados en la pizarra, para simular que realmente estaba prestando atención a la explicación del profesor, no pudo evitar bostezar, aunque disimuladamente. Y fue entonces cuando lo vio...
Un alumno nuevo acababa de entrar al salón. El profesor le dio la bienvenida y le preguntó su nombre.
– Mew...– contestó.
Mew...
A Gulf aquel nombre le sonó a poesía...
Clavó sin poder disimular su vista en Mew. No parecía humano en absoluto... Se asemejaba más bien a un dios. Algo en su semblante lo hacía parecerse a un ángel. Era poseedor de dos luces rasgadas y brillantes en su rostro. Y al mirar a Gulf , por un breve segundo, lo volvieron celestial . Era un ángel encarnado. Aunque, una mueca casi imperceptible en sus labios rojos, le hizo sentir a Gulf que Mew llevaba también algo de demonio dentro suyo.
Gulf se aflojó el nudo de la corbata. De pronto, se le hizo difícil respirar. Fue apenas consciente de que a su lado se hallaba la única silla vacía del salón. Pero justo en el momento en el que aquel ser, mitad luz y mitad sombra, disfrazado de adolescente, con el mágico nombre de Mew, caminaba directo hacia mí, la desagradable voz del profesor lo trajo a Gulf sin piedad a la realidad...
Sacó la mano de su bolsillo, avergonzado de mí mismo por creer en tonterías, y por soñar, mientras trataba de enfocarme en la tediosa lección. Y suspiró...
Suspiro que quedó tapado por el crujido de la puerta del salón al abrirse. Un nuevo alumno, con su uniforme pulcro, unos hermosos ojos rasgados angelicales y una desvergonzada sonrisa de demonio, apareció de repente.
– Mi nombre es Mew.– se presentó...y clavó sus ojos en Gulf.
Y la silla al lado de Gulf seguía siendo el único lugar vacío del salón...