Según dicen por ahí que hay una maldición que abruma hasta el corazón más puro. Una maldición qué rompe con la barrera de vivir una vida digna o de simplemente dejar de intentarlo. No me di cuenta que cayó sobre mi hasta que, en una larga noche, fui esclavo del miedo que me atormentaba por mucho tiempo. Dormir es dormir dicen por ahí, pero la maldición del soñador va más allá.
1- Un sueño que nunca termina
— Dígame Señor John, ¿Qué soñaste esta vez?
La voz ronca y cautelosa del psicólogo Robert, me lleno de cierta incertidumbre. Sus lentes bien ajustados en el puente de su nariz y su compostura firme me daban aires de confianza con algo de duda.
— Lo mismo de siempre. Estaba aquí. Acostado justamente donde estoy ahora, con el corazón en la boca y los nervios a flor de piel.
Tal cual como me sentía. Así mismo lo dije: era como un deja vú. Sus ojos estaban escudriñando sus notas en el cuaderno marrón que estaba sobre su muslo izquierdo. Luego me miró de forma analítica.
— ¿Y?
Proseguí.
— Todo cambio. El suelo ya no era suelo. Las paredes ya no eran paredes. Solo oscuridad por todas partes. Una oscuridad que me heló la sangre... El miedo que sentí fue abrumador. Una sensación desagradable de metal en el cuerpo... ¿Sabe a lo que me refiero? ¿verdad? no se si me explico... Era tan confuso pero horrible a la vez.
Mire a Robert de reojo. Su cabeza solo se movía de arriba abajo como intentado ordenar todo lo que le decía. Volví mis ojos al techo de madera fina. Un escalofrío recorrió mi columna.
— ¿Qué paso después?
— El entorno cambio a uno rural. La oscuridad se envolvió en un torbellino que dejo ver un prado verde. Ya para cuando me di cuenta, me encontraba solo. Rodeado de árboles frondosos y el sonido de las aves me transmitía paz.
En eso, el sonido de un golpe en la ventana me sacudió en el asiento. Me levante del diván para ver como la ventana que estaba justo a mi lado se encontraba con una pequeña fractura en todo su centro con una pequeña mancha de sangre. A través del cristal se podía ver un hermoso paisaje verde y de árboles grandes; y más abajo en la ventana, había un pájaro retorciéndose de dolor.
Agonizando.
Mire asustado al psicólogo. Sus ojos miraron al cristal como si nada. Parecía de cierto modo confundido.
— ¿Todo bien? —me preguntó.
— Eso creo...
Cuando me volví a la ventana, está ya no estaba. Solo había un gran cuadro verde. Relleno de tantas figuras geométricas. Nunca logré descifrar lo que el artista quería transmitir con su obra.
— No tiene sentido. Lo se. —dice Robert mientras miraba el cuadro— por eso lo compre. Me hace pensar en lo que es la vida: un sin fin de preguntas sin sentido.
Lo mire confuso. Sus ojos brillaban como si la idea de vivir en un mundo sin sentido le dirá cierta satisfacción... ¿Por qué?
— Dígame John. ¿Qué piensa acerca de lo que pretende ocultarme?
Quede tieso. Robert fijo su mirada en mi como si tuviera rayos X. Me sentí desnudo. La pregunta me generó cierta ansiedad e inseguridad.
— ¿A qué se refiere?
— Tú sabes. Hemos estado aquí día y noche y siempre dices lo mismo.
De repente, la campana de un reloj de cuerda resonó en la oficina. El tiempo estaba molesto o eso sentí.
Me quedé callado.
— Di lo que temes.
Otra campanada retumbó en las paredes. Mire el reloj quien me miraba con esas agujas qué nunca paran. Hasta que lo hicieron, justo a las 3:49am.
Mire a mi alrededor con la sensación de que todo estaba terriblemente mal. El silencio inundó el lugar de forma tan cortante que sentí como el corazón en cualquier momento me dejaría de latir.
Todo se paralizó. Mis ojos recorrieron la oficina hasta llegar a Robert quien me miraba fijamente sin mover ni un musculo. Sus ojos parecían qué se le iban a salir de sus cuencas. Su sonrisa era forzada, como si no tuviera otra opción.
— Ro-o-bert —intente hablar, pero mi garganta se sentía tan seca.
En eso, de forma tan abrupta, volvió a la normalidad. El reloj volvió a sonar y todo volvió a ser como antes
— Dígame Señor John, ¿Qué soñaste esta vez? —me dijo Robert como la primera vez.
Todo había vuelto a empezar.
2- No quiero despertar
Su mirada era tan rara esta vez, como si estuviera fuera de órbita. Anotó alto en su libreta marrón y volvió a mirarme.
— ¡Hable! —gritó.
— Estaba aquí, y todo era raro. To-o-o-do parecía que...
— ¿Parecía qué?
Una lagrima resbaló por mi mejilla. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho.
Volvió anotar en el cuaderno. ¿Qué tanto anotaba?
— ¿Todo bien?
— No —respondió todo seco— nada está bien y tú lo sabes. Así que dígame la verdad. ¿Qué ocultas?
Otra vez no, pensé.
El reloj volvió a sonar y esta vez sí me levanté sobresaltado.
— ¡Siéntate por un carajo! El tiempo se nos acaba.
Me senté con el llanto a flor de piel.
— ¿Qué está pasando?
— Solo lo inevitable —sonrió para luego acomodarse sus lentes de pasta— ¿Por qué huyes tanto? Simplemente, tienes que despertar.
— No, por favor, se lo suplico. No quiero volver ahí.
Robert resoplo. Se levantó de su mueble de cuero y camino de una esquina a otra. Se quito los lentes y se froto los ojos con frustración.
— No entiendes nada, ¿Verdad?
— ¿Que debo entender?
— Qué tienes que despertar.
— No quiero hacerlo.
— ¿Por qué? ¿¡Por qué no quieres despertar John!? ¿ah? —sonaba tan molesto— ¿¡TAN COBARDE ERES!?
— ¡Deja de hablarme así! —lloré como niño— no puedo, no... no, no quiero volver a sufrir.
Robert rio como si hubiera encontrado la pieza que faltaba en el rompecabezas.
— Ahí está. ¿Por qué el mundo de los despiertos te genera tanto sufrimiento?
— Porque lo arruino todo. Todos me dicen todo lo malo que hago y cada vez que me esfuerzo, pareciera que no fuera nada para ellos. Todos me odian.
— ¿Quiénes son ellos, John? —preguntó mientras se colocaba sus anteojos.
Lo mire con ojos que ya no podían más.
— Ellos.
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Editado: 14.05.2025