Dicen que no fuimos nada. Pero yo sé que hubo algo. No por los gestos ni las promesas, sino por la forma en que me quedé después. Por cómo, incluso cuando nadie mira, sigo con ganas de una caricia.
No fue un café lo que nos unió. Fue el espacio entre dos personas que se reconocen. Ese instante en qué entiendes de qué depende las conexiones. Depende de qué personaje eres cuando alguien te está contando y apareces en la historia de una novela.
La edad, como todo lo demás, es una construcción. Un número que usamos para sentirnos cómodos con lo desconocido. Pero ¿acaso importa cuántos años tienes cuando sabes quién eres? Cuando caminas sin pedir permiso para cambiar de camino?
Las mujeres no necesitamos ser más jóvenes para ser deseables. Ni más ligeras, ni más calladas, ni más fáciles. Somos profundas, contradictorias, apasionadas, racionales, tiernas y fieras. Todo a la vez. Y eso, nadie puede quitárnoslo.
No conquistamos con recetas. Las recetas las dejamos para la cocina. Conquistamos con presencia. Con una mirada que dice "estoy aquí".
El deseo no tiene edad. El amor tampoco. Y aunque el mundo insista en dividirnos en categorías —joven/vieja, pura/sensual, madre/mujer—, nosotros seguimos existiendo fuera de esos cajones. Fuera de lugar. En nuestro lugar.
Porque al final, lo que buscamos no es solo placer o compañía. Es sentirnos vivas. Completamente. Auténticamente. A cualquier edad. En cualquier cuerpo.
Y eso, nadie puede negárnoslo.
#2809 en Otros
#722 en Relatos cortos
ficciones del alma humana, cuentos de conexión y reflexión, vidas en voz baja
Editado: 28.05.2025