Renacer para vivir

1. Una nueva oportunidad

El huésped al que nadie invitó ya no estaba: se había ido. Lo había vencido.

—Felicidades, lo lograste, venciste al cáncer.

Las palabras del doctor llegaron directo al corazón y retumbaron en su mente. Sus ojos se llenaron de lágrimas de inmediato; ya no eran de dolor ni de impotencia, sino de agradecimiento, alivio y renacer. Respiró hondo, como si el aire que llenaba sus pulmones fuera distinto, más limpio, más suyo.

Los duros días en los que parecía que las fuerzas se le acababan, en los que la vida se le escapaba de las manos con cada respirar, así como el miedo y las preguntas sin respuesta, habían llegado a su fin.

El doctor le tomó las manos mientras ella seguía con la cabeza baja, llorando.

—Hoy es un día para celebrar, levanta la cabeza y sal a tocar esa campana —expresó el médico, arrancándole una sonrisa—. Hoy te toca la campana grande. Lo lograste, Valentina.

Ella sonrió entre lágrimas. Se levantó y lo abrazó con fuerza.

Salieron juntos del consultorio, caminaron por los pasillos y, al llegar a la parte central del área, al ver la campana de la esperanza, a Valentina le temblaron las piernas.

Ahí estaba la campana grande, la que simbolizaba la remisión, el final de la batalla contra el cáncer.

En el área había doctores, enfermeras y pacientes: unos emocionados por esa vida que se salvaba y que daba esperanza a los demás; otros, esperanzados en ser ellos los próximos en tocar aquella campana que simbolizaba la victoria.

Valentina caminó hasta la campana. Temblaba, y mientras el médico hablaba a los espectadores y a la propia paciente, ella buscaba con la mirada a sus familiares entre la gente que allí estaba.

—Valentina, toca la campana —dijo el doctor.

Con manos temblorosas agarró la cuerda. Entonces, mientras hacía sonar la campana, su mente gritaba:

«Voy a ver crecer a mi hija. Lucharé por mi matrimonio. Dios me está dando una segunda oportunidad. Hoy vencí al cáncer, hoy he vuelto a nacer».

Las lágrimas no cesaban.

Al terminar, dio gracias: primero a Dios, luego al personal médico, en especial al doctor que había caminado con ella la batalla con paciencia, cariño y calidad humana. Animó a los pacientes presentes a no rendirse.

Una sonrisa se le formó cuando vio a su mejor amiga acercarse.

—Felicidades, amiga. Estoy muy emocionada por ti —expresó Regina y la abrazó con fuerza.

—Gracias, amiga, gracias por estar a mi lado en los peores momentos. No eres mi amiga, eres mi hermana —manifestó Valentina con la voz entrecortada. Estaba muy agradecida.

Se quedaron mirándose y sonrieron juntas. La gente empezó a aplaudir.

—¿Y dónde está Carlos y Lenna? No los veo —empezó a buscarlos con la mirada, sin discreción, entre la gente.

—No los busques, Vale, no vinieron.

—¿Qué? —murmuró con tristeza.




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