Después de tres horas de viaje llegaron a su ciudad. Durante el camino, Valentina le contaba a su amiga sobre sus planes inmediatos. Se le notaban las ganas de vivir hasta sus ojos, tenían un brillo especial.
—Vale, ten en cuenta que todo esto ha sido muy duro para todos, en especial para Carlos. Él, aunque no lo parezca, ha sufrido mucho.
—Yo lo sé, Regina, y por eso voy a olvidar todo y a empezar desde cero con mi familia.
—Qué bueno, me alegro mucho por ustedes, sobre todo por Lenna, que merece vivir una vida feliz.
—Sí, mi chiquita —sonrió al imaginarla—. Ella también ha sentido los embates de la enfermedad. Pero ahora todo tiene que cambiar. Todo.
—Me parece bien. Tienes que reorganizar tu vida. Y no descuidarte: no porque hayas vencido significa que te vas a desmandar. Recuerda que tienes que seguir en contacto con el médico.
—Sí, lo sé. Pero por ahora solo quiero hacer todo lo que no podía. Voy a abrazar tanto a Lenna, a dormir con ella, voy a olerla para que su aroma se me quede en la memoria. Tú aún no tienes hijos, pero cuando los tengas sabrás de lo que te hablo.
—Dios quiera, quizá sea pronto —sonrió Regina con la mirada en el pasado.
—¿De qué me perdí?
Regina esbozó una mueca.
—Estoy saliendo con Marco. Nos estamos dando una oportunidad.
—Espera… ¿Cuál Marco?
—Vale, Marco López, el chico que iba con nosotras a la universidad.
—No lo recuerdo.
—¿Cómo qué no? Sí, lo llegaste a conocer, porque él llegó antes de que te salieras.
Valentina hizo memoria. No lo recordaba porque no había compartido tanto con él; sabía de su existencia solo por lo que Regina le comentaba.
—Como ahora sé que ya estás bien, me voy a ausentar —contó Regina.
—Bueno, ¿qué te dice?, ¿qué quiere? —indagó muy interesada, ya que sabía que su amiga desde hacía tiempo quería tener una relación para formar una familia.
—Pues… lo vamos a intentar.
—No te veo tan convencida. Regina, ¿de verdad quieres estar con él o solo lo haces por no estar sola?
Regina la miró a los ojos, aprovechando el semáforo, pero no pudo sostener la mirada. Se acomodó el cabello hacia atrás y miró hacia adelante.
—Sí quiero. Voy a darme una oportunidad con él.
—Qué bien. Te lo mereces —manifestó sincera, buscando su mirada. A los pocos minutos llegaron.
Se quedaron unos minutos conversando.
—¿Vas a entrar a tu casa o no? —bromeó Regina.
—Claro que sí —contestó emocionada.
Se bajaron del auto. La brisa fresca golpeó el rostro de Valentina; sintió el aire tan diferente, ya no la lastimaba. Cerró los ojos y disfrutó esos segundos.
Ingresaron en la propiedad. Arrastrando una maleta.
—¿Te sientes bien? —preguntó Regina al ver que su amiga, al llegar a la puerta del departamento, se sostuvo de la pared como si se fuera a desmayar.
—Sí, sí… es solo que… Hace días salí de aquí llena de incertidumbre, con miedo de que los resultados no fueran los esperados, y hoy… —se llevó una mano a la boca, haciendo lo posible por no llorar. Respiró profundo para calmarse.
Entonces un grito alegró enormemente su corazón.
—¡Mami, mami! —gritó Lenna.
Ella volteó y la vio soltarse de la mano de su padre y correr hacia ella. Esa sensación de alegría por volver a ver a su hija sin el miedo de un día cercano dejar de contemplar su hermosa sonrisa y su chillona voz no se comparaba con nada. Por ella y para ella había sacado fuerzas cuando ya no las tenía.
—¡Mi amor! —devolvió el grito y se agachó para quedar a su altura y recibirla en sus brazos.
La niña veloz se lanzó hacia ella y la abrazó con fuerza.
—Con cuidado, mi amor —ordenó su padre desde atrás, caminando a paso lento.
La niña no dudó en colgarse del cuello de su madre y llenarla de besos de inmediato, siendo esa muestra de amor la más sincera y significativa que Valentina había sentido. Ese afecto tenía otro significado para ella.
—Mami, llegaste. Pero no llores —manifestó, secándole con sus pequeñas manos el rostro—. No tienes por qué llorar. Ya no voy a perder el año. Pasé, mami, pasé los exámenes —contó contenta, sabiendo que eso a su madre la iba a poner feliz.
—Felicidades, mi amor. Siempre supe que lo lograrías, porque eres una niña muy inteligente.
—¿Estás feliz, mami?
—Sí, muy feliz. Y, ¿sabes? Yo también te tengo una noticia —sostuvo sus manos.
—¿Cuál, mami?
A Valentina le brillaban los ojos y la enorme sonrisa que tenía anunciaba buenas noticias. Regina y Carlos veían atentos la escena.
—Ya no estoy enferma —se le cortó la voz—. Ya mami va a estar todo el tiempo aquí contigo y con papá con buen ánimo. Vamos a volver a ser la familia que éramos antes —reveló, levantando la cabeza hacia su esposo, quien con gran asombro la miraba.
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Editado: 16.10.2025