Renacer para vivir

5. Cicatrices en la penumbra.

Aquel beso, ocurrido en un momento tenso, no supo a reconciliación, sino a un arranque desesperado. Valentina lo sintió distinto, vacío, y eso la dejó inquieta.

Carlos la abrazó con fuerza, como si temiera que, al soltarla, la perdería.

—Eres el amor de mi vida. No pienses que no te amo.

—Pero a veces siento que no te importo —respondió ella, bajando la mirada—. Creo que es momento de ser sinceros, Carlos. Si no lo hacemos, terminaremos lastimándonos más.

—Vale, nunca dudes del amor que siento por ti.

—A veces necesito que me lo demuestres con actos, no con palabras. Te he justificado mucho por el amor que te tengo y por nuestra familia, pero… no quiero forzar algo que ya no se puede.

—No digas eso —suplicó él, con los ojos húmedos—. Nuestra familia no se va a terminar. Perdóname. Quiero que olvidemos lo malo y retomemos nuestra relación. Yo te amo, tú me amas… eso es lo único que importa, ¿quieres? —la tomó de las manos con fuerza.

Valentina asintió con un hilo de voz:

—Claro que quiero…

Pero en su interior sabía que el abismo entre ellos no desaparecía con solo desearlo.

Carlos sonrió y la abrazó de nuevo.

—Entonces, vamos a hacerlo. Por nosotros. Por nuestra hija.

Esa tarde terminó entre promesas y risas. Carlos se encargó de la cena, no dejó que Valentina hiciera nada. Ella se sintió feliz con ese gesto, y Lenna aún más: disfrutaba ver a sus padres riendo juntos, como hacía tiempo no lo hacían.

La casa quedó en silencio. En la penumbra de la alcoba, Valentina sintió cómo los gestos de Carlos eran demasiado ansiosos. Él empezó a besarla con urgencia, como si quisiera recuperar de golpe todo lo perdido. Ella intentó dejarse llevar, pero su cuerpo no respondía; la incomodidad crecía con cada roce.

Guiado más por su necesidad que por la de ambos, Carlos deslizó la mano hasta su pecho. En cuanto rozó el lado derecho, Valentina se tensó. Se cubrió instintivamente con el brazo y lo apartó con suavidad.

—Carlos… no —susurró temblorosa.

Él se detuvo, frunció el ceño.

—¿Qué sucede, Vale?

—Me siento extraña… todavía no puedo.

—Pero tenemos que seguir adelante —dijo con desesperación—. No podemos dejar que la enfermedad también nos quite esto. Lo necesitamos. —Volvió a besarla—. Quiero demostrarte que no me importa que no tengas un seno.

—Ni siquiera te has atrevido a mirar mi cicatriz… —dijo ella con vergüenza, evitando su mirada—. No es que no quiera, solo que mi cuerpo ya no es el mismo. Necesito tiempo.

Carlos guardó silencio. Se giró dándole la espalda. Valentina se cubrió hasta el cuello con la sábana; sintió las lágrimas humedecerle las pestañas. No había rechazo en su corazón, solo miedo y vergüenza.

Pero esa noche, en la oscuridad, tuvo la certeza de que no solo había perdido un seno: también estaba perdiendo complicidad con el hombre que decía amarla.

Al amanecer, Carlos despertó primero. Lo ocurrido lo atormentaba. Se vistió con ropa deportiva y salió a trotar para aclarar su mente. Cuando volvió, Valentina ya estaba despierta y lista para el día. Lo saludó con una sonrisa, como si nada hubiera pasado.

Notó que Carlos le quería decir algo, así que fingió ordenar una ropa en el closet para darle tiempo de que iniciara con la conversación.

Se quedó mirándola por unos segundos hasta que se decidió. Caminó despacio hacia ella

—Mi amor, anoche... —habló cabizbajo—. Entiendo que... Fui un tonto, lo siento, no volverá a pasar.

—Carlos yo...

—No digas nada mi cielo —la interrumpió y esbozó una mueca—. Yo seré paciente y cuando estés lista...

—Ujumm.

Se acercó, le dio un beso rápido en la frente y trató de actuar con normalidad.

—Voy a comprar pan para el desayuno —contó animado y se fue. Enseguida, Valentina y Lenna comenzaron a batir huevos. La risa de la niña llenó la cocina, hasta que sonó la puerta. Las dos se sorprendieron, se miraron a la cara y elevaron las cejas al mismo tiempo.

—A tu papá se le olvidaron las llaves —expresó y de inmediato fue a abrir.

—¡Regina! —habló extrañada—. Hola —se saludaron con un beso en la mejilla.

—¡Les traje pan! —chilló indicando la bolsa.

—Tía, tía —corrió Lenna hasta la puerta.

—Hola, mi amor —la recibió con los brazos abiertos arrodillándose en el piso. —¿Cómo está la niña más linda de este mundo?

—Bien tía, vienes a desayunar con nosotros.

—Pues —levantó la mirada hacia Valentina—. En realidad, yo vine por un consejo de tu mami.

—Quédate tía, ¿verdad mami que la tía se puede quedar?

—Claro, ya estás aquí desayuna con nosotros.

—¿Y Carlos? —preguntó inocente buscándolo con los ojos por toda la casa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.