Renacer para vivir

7. Mentira descubierta.

A la mañana siguiente todo parecía normal. Lenna estaba casi lista para ir a la escuela; su padre la llevaría como siempre.

Carlos ingresó a la habitación y encontró a su esposa sentada frente al espejo. Observó que tenía la mirada perdida, triste. No había duda: estaba ida de la realidad. Aquello lo irritó.

—Otra vez —dijo, acercándose malhumorado—. ¡Ya basta! No puede ser que sigas con esa actitud.

Valentina, sorprendida por su manera de reclamarle, giró hacia él frunciendo el ceño.

—¿Qué dices? No te entiendo.

—De que ayer, después de que Regina muy amablemente aceptó ser la madrina de nuestra hija, cambiaste por completo. Te pusiste seria y, si acaso, respondías con monosílabos.

—Te vi tan contento, que no quise interrumpir —chilló ella.

—¿Qué? —achicó los ojos—. No me vayas a salir con que estás celosa de tu amiga. ¿Te estás volviendo loca o qué?

—No —bajó la voz y desvió la mirada—. Nunca dudaría de Regina, pero de ti… no sé qué pensar. —Lo miró de nuevo, directo a los ojos.

—Valentina, cuida lo que vas a decir —advirtió señalándola con el índice.

—No me gusta cómo la miras —se puso de pie y lo enfrentó—. Y no estoy loca. Demasiada amabilidad de tu parte me sorprende. No te diste cuenta hasta ella estaba incómoda. Y te recuerdo que ella es mi amiga.

—¿Y qué querías? Como cambiaste tu actitud, yo solo trataba de ser amable. Además, te recuerdo que ella también se ha vuelto mi amiga. Y ahora que seremos compadres, la relación será más familiar.

—Claro… —lo hizo a un lado y abrió el clóset, ignorándolo.

—Solo te pido que pongas de tu parte. Ya no estás enferma, y tampoco quiero que mi hija vea a su madre con actitud de moribunda.

Los ojos de Valentina se aguaron con lo que escuchaba. Azotó la puerta del clóset y se sentó en el filo de la cama.

—Ya me voy. Nos vemos al mediodía —dijo él.

Cuando se quedó sola, se secó las lágrimas y se puso a limpiar la casa. Quiso olvidar los últimos acontecimientos, pero no podía. No lograba controlar que, por momentos, estuviese bien y por otros mal. Tenía ganas de vivir, de seguir adelante, pero la tristeza se apoderaba de ella sin aviso.

Estaba agradecida por la nueva oportunidad que Dios y la vida le habían dado. Sin embargo, le resultaba difícil mirarse al espejo y no compararse con la Valentina de antes, o con otras mujeres.

—Tengo que ponerle ganas. Me está costando, pero yo puedo… yo puedo —se convencía a sí misma—. Dios, yo te lo prometí, voy a luchar por esta familia y lo voy a cumplir.

De repente, le llegó una idea.

El día se le fue limpiando la casa. Poco a poco retomaba sus actividades normales, aunque lo hacía despacio, tomándose su tiempo, como le habían recomendado los médicos.

Faltaba media hora para ir a la escuela de su hija. Llamó a Carlos para avisarle que ella iría por Lenna. Se arregló, se puso bonita. Pasó una mano por su cabeza y los cabellos nacientes le hicieron cosquillas.

—Crece pronto, crece —dijo, y casi sin pensarlo abrió el cajón de su peinadora. Allí estaba la peluca que doña Catalina le había obsequiado. La tomó, acarició el cabello y sonrió al recordar el día del regalo.

—Veo que no usas la peluca que te regalé.

—Es que se nota falsa y no me veo bien. Jamás pensé que no tener cabello me dolería tanto. El cabello era parte de mi feminidad.

—Lo entiendo, pero recuerda que no tener cabello y tener cicatrices no te definen, mi niña. Las mujeres somos más que cabello. Recuérdalo.

Sus palabras me dejan pensando. Sigo acariciando la peluca, imaginándome cómo me veré con ella.

Sonrió, volviendo al presente al imaginar la cara de aquella buena mujer.

—Sí, yo soy más que cabello —murmuró. Se la colocó, hizo una mueca al ver el resultado—. Pues no está mal, pero de aquí se nota falso… —pasó la mano por la parte frontal—. ¿Y si la tapo?

De inmediato fue al cuarto de su hija, tomó un cintillo, se lo colocó y le gustó el resultado. Agarró las llaves, se colgó la cartera y salió de la casa.

Cuando llegó al colegio, algunas madres de familia la miraban raro, como si vieran un fantasma. Valentina se sintió extraña, pero no les dio importancia.

La profesora también se sorprendió al verla. La saludó amable, aunque con una sonrisa fingida, y no dejaba de observarle el cabello. Le comentó que Lenna había llegado muy animada, y que eso era bueno para ella.

Cuando la niña vio a su madre, corrió hacia ella y le halagó el look. Valentina sonrió feliz. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió bien.

Se despidieron de la maestra, y entonces Valentina le contó:

—Se me ocurrió invitar a almorzar a papá.

—¡Genial, mami! Yo creo que se va a poner feliz —respondió la pequeña muy entusiasta.

—Démonos prisa. En unos minutos más sale al almuerzo, y de seguro se va con sus compañeros. Vamos —extendió la mano y Lenna se agarró de ella. Tomaron un taxi y llegaron al almacén donde Carlos trabajaba como vendedor.




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