Después de semejante azotón, Regina estaba furiosa y renegaba consigo misma por haber ido.
—Eso me pasa por venir —murmuró entre dientes mientras caminaba por el patio—. ¿Qué habrá pasado entre esos dos?
De repente escuchó:
—¡Tía, tía Regina! —Volteó. Era Lenna, que corría hacia ella. Regina detuvo su caminar y le sonrió—. Es mi tía —dijo la niña a sus amigos, estaba feliz, mientras la tía la alzaba en brazos.
—Hola, muñequita. ¿Cómo estás, mi cielo?
—Bien. Feliz de verte. ¿Por qué no entras a la casa? —preguntó acariciándole el cabello con delicadeza, sin saber que sus padres estaban peleando.
—Porque tus papitos están discutiendo, y creí que lo mejor era dejarlos solos —masculló Regina, haciéndole cosquillas en la barriga.
—¿Mis papitos están discutiendo? —preguntó la niña, con el semblante cambiado.
—Sí… pero no les digas que yo te conté, ¿sí, mi amor? Anda, ve tú. Yo vengo después —siseó. Le dio un beso en la frente, la bajó al suelo y se fue.
Lenna corrió hasta la casa. Giró la perilla, pero estaba con seguro. Los gritos eran tan fuertes que no necesitó entrar para confirmar que su tía decía la verdad.
Se quedó en la puerta, escuchando.
—¿Quién era? —preguntó él.
—La futura comadre —respondió ella, fastidiada. Se plantó frente a él y lo miró a los ojos.
Carlos creyó que esas palabras eran fruto del coraje, pero se quedó helado cuando Valentina recalcó:
—¿Qué esperas para irte?
—No estás hablando en serio —dudó él, con una mueca de lado.
—Muy en serio. Quiero que te vayas ahora mismo.
—¡Te volviste loca!
—Esta es mi casa, mi familia, y jamás me voy a ir —replicó Carlos.
—Si no te vas tú, me voy yo… pero con mi hija —amenazó, decidida.
—¿A dónde? ¿A la calle? —se rió con burla—. Por favor, no tienes a dónde ir. Ya no tienes familia. Lo único que tienes soy yo y tu hija. Además, te recuerdo que desde que estamos juntos nunca has trabajado; yo siempre te he mantenido.
—Sí —lo aceptó—, lo único que me queda es mi hija, y por ella voy a trabajar, aunque sea limpiando pisos, vendiendo caramelos, lo que sea… pero tú no vuelves a humillarme. ¿Vas por tu ropa o te la saco yo? —gritó.
—Piensa bien lo que haces, Valentina. No puedes acabar con nuestro matrimonio solo porque renuncié. ¿Desde cuándo es malo querer ganar más para que no les falte nada?
—No es solo eso, y lo sabes. Es un conjunto de acciones. ¡Vete! Vete ahora mismo de la casa —vociferó.
Entonces se escucharon golpes desesperados en la puerta. Valentina creyó que era Regina, así que no se movió de su posición, entonces Carlos fue a abrir. Cuando lo hizo Lenna entró corriendo, como un perrito herido.
—¡No! Mi papito no se puede ir, ¡no! —gritó entre lágrimas.
A Valentina se le rompió el alma al verla así. Caminó hacia su hija y se arrodilló para quedar a su altura.
—Mi amor…
—¡No me digas nada! Eres mala. ¿Por qué quieres que mi papi se vaya?
—Mi princesa —intervino él, adelantándose. La abrazó fuerte—. No llores, mi cielo, mami no sabe lo que dice —susurró mientras la llenaba de besos.
La niña se aferró a su cuello sin dejar de llorar.
—No quiero que te vayas, papi —murmuró.
Carlos miró a Valentina, que lloraba en silencio desde una esquina. Estaba seguro de que ella se retractaría. Sabía que la debilidad de ambos era la niña. Pero no se trataba solo de las mentiras, o la incomprensión, lo que Valentía sentía iba más allá de eso.
Se acercó a su hija y le habló con ternura:
—Lenna, mi amor… no te pongas así. Tu papito tiene que irse de la casa, pero solo será por un tiempo —intentó calmarla al decirle eso.
La niña se despegó del cuello de su padre. Su rostro estaba empapado, y su madre le limpió las lágrimas y los mocos con la mano.
—¿Por qué quieres que se vaya, mami? ¿Por qué ya no trabaja en el almacén? Pero si él trae dinero a la casa… —Habló mientras sollozaba.
—No es por eso.
—¿Entonces?
—Aún eres muy chiquita para entender muchas cosas, mi amor. Pero te prometo que podrás ver a tu papito cuando quieras. Solo entiéndeme, él tiene que irse, por ahora.
—¡No, mami! ¡No!
—Lenna… —balbuceó Valentina, temblando.
Carlos, viendo que ella no cedía, intervino de nuevo.
—Tranquila, mi amor. Mami no nos quiere separar, solo está enojada, ya sabes cómo se pone. Pero yo no me voy a ir. Esta es nuestra casa, la casa de los tres. ¿Verdad?
Lenna asintió, confundida.
Valentina negó con la cabeza, secándose las lágrimas.
#197 en Novela romántica
#86 en Chick lit
#69 en Novela contemporánea
segundasoportunidades, resiliencia y nuevas oportunidades, traicion engaño abandono
Editado: 16.10.2025