Carlos, acompañado de un frío extremo, uno que nunca había sentido, empezó a tomarse en serio la situación por la que estaba pasando. Su mujer lo había echado de la casa. Y aquella en quien confió, creyendo que lo ayudaría sin chistar, lo había dejado a su suerte.
Caminó hasta el centro comercial de la ciudad. Su cuerpo se lo agradeció al sentir el cambio de temperatura. Se dirigió hacia la zona de los cajeros automáticos y, antes de insertar la tarjeta, pensó en que el dinero de esa cuenta era de su familia, de su hija.
—Lo siento —murmuró—, si tu madre se da de machita y poderosa, pues que vea cómo se las arregla. Tengo necesidad, y al fin y al cabo, yo me gané este dinero.
Suspiró.
—Desde ahora voy a ser más inteligente. Tengo que ser más inteligente. Pero esta me la cobro.
Subió al patio de comidas y pidió pollo frito con papas y una Coca-Cola. Mientras comía, habló para sí:
—¿Y ahora a dónde iré? —Se quedó pensando. Recordó entonces a su amigo Renato.
Así que al terminar de comer lo fue a buscar hasta su casa y, por suerte, lo encontró. El tipo de inmediato se solidarizó con él y le ofreció quedarse unos días tras escuchar su triste historia.
—Pero, querido amigo —le dijo Renato—, tú sabes que respeto mucho tu relación. A tu mujer la aprecio también, pero al fin y al cabo… las mujeres no son gente, son el diablo. ¿No será que tiene a otro haciéndole cariñitos?
—No, ¿cómo crees? Valentina es mujer de un solo hombre. Jamás se fijaría en nadie más porque me ama. Es solo que está enojada. Tanto medicamento que le pusieron en la sangre debió afectarla.
—Te ama tanto que te mandó a volar —rió Renato. Hasta le insinuó que era un mandarina desde que se había casado. Eso molestó a Carlos, le dolió en su orgullo.
—Voy a regresar a mi casa cuando quiera —habló confiado—. Valentina sin mí no es nadie. Se muere de hambre porque no sabe trabajar. Digamos que estoy de vacaciones de mi familia —soltó una carcajada.
—Pues si tú lo dices, te creo. Y para celebrar tu regreso a la soltería temporal —aclaró con una sonrisa—, podríamos festejar.
—¿Festejar? ¿Dónde? —preguntó Carlos, interesado.
—¿Dónde más va a ser? Donde las cariñosas.
—Pero…
—¿Qué? ¿Te da miedo? —ironizó viéndolo con mucha atención—. ¿Me vas a salir con que nunca le has sido infiel a tu mujer?
Carlos lo miró un instante. La palabra infiel le encendió un recuerdo.
—Otro más, otro más y me voy —le digo casi rogándole por otro beso.
—Tengo que irme. Ya mismo llega tu dueña y no quiero problemas.
—¿Acaso soy un animal para tener dueña? —respondo, medio en broma.
Ella se ríe a carcajadas y me deposita otro beso en los labios, rodeándome el cuello con sus brazos.
—Eres un perro, uno que disfruta jugar con fuego.
—Y si yo soy perro, tú… ¿qué vienes siendo?
Sonríe con dulzura. Eso me encanta y prende de ella.
—Soy la mujer a la que nunca llevarás a la cama —dice, antes de apartarse—. Adiós, bebé. Salúdame a la panzona.
Se marcha. La sigo con la mirada y se me va el aire al ver cómo mueve las caderas. Paso una mano por mi quijada.
—Mi amor —escucho de pronto, y Valentina me agarra por la cintura, haciéndome dar un salto.
La miro. Está gorda, con esa barriga enorme. Sé que está embarazada y que esos kilos de más son por eso, pero también sé de mujeres que se cuidan, y ella no. Come todo lo que se le atraviesa por delante. Si se queda así, gorda, dudo que este matrimonio dure.
—Tardaste tanto —le reclamo molesto.
—Tenía que ir por unas copias, y tu hija no me deja caminar rápido —dice, acariciándose la barriga.
—Creo que deberías dejar de estudiar. En tu estado… —me mira feo—. Solo hasta que nazca la bebé, y luego…
—No —me interrumpe—. Voy a venir a clases. Estoy embarazada, no enferma. Sé que me cuesta un poco caminar, pero es normal.
—Solo decía. No te enojes. Mi idea era que lo dejaras un tiempo y luego retomaras.
—Vamos a casa —dice, esquivando mi mirada.
—Mi amor —le tomo las manos—, vas a tener que irte sola.
—¿Por qué? Si viniste es para que nos vayamos juntos.
—Sí, pero me llamó mi jefe. Tengo que resolver un problema con una venta.
—Pero…
—Prometo no tardar.
—Está bien —acepta, rodando los ojos. No me importa. Ahora solo puedo pensar en el festín que me voy a dar.
—Te mandaré en taxi, para que vayas cómoda —le digo, dándole un beso en la frente.
#197 en Novela romántica
#86 en Chick lit
#69 en Novela contemporánea
segundasoportunidades, resiliencia y nuevas oportunidades, traicion engaño abandono
Editado: 16.10.2025