Renacer para vivir

12. No hay confianza.

Valentina se levantó muy temprano; apenas había dormido unas cuantas horas. Por momentos se seguía preguntando si estaba haciendo bien, si podría sola. Los sentimientos de culpa también se hicieron presentes.

Sentía un gran peso encima; por un lado, la duda, y por otro, una voz débil que le repetía que estaba haciendo lo correcto. Respiró profundo y se dio ánimo a sí misma.

Aun con el cansancio y los párpados pesados, se acercó a la cama donde su hija dormía. Tenían que empezar el día.

—Lenna, mi amor —le susurró al oído a su hija. La pequeña abrió los ojos y le sonrió.

—Ya amaneció.

—Sí, dormilona —respondió Valentina, dándole un beso en la frente. Al parecer se le había pasado el enojo, y eso la puso contenta—. Date prisa, mi amor. Tienes que bañarte y prepararte para ir a la escuela.

La niña se sentó en medio de la cama.

—Mami, ¿crees que papi venga a llevarme a la escuela?

—No lo sé, mi amor.

—¿Y la tía Regina?

—Tampoco lo sé —respondió bajando la voz, recordando cómo la había tratado.

—Tengo que hablar con ella —murmuró.

—Ojalá venga ahora, y que venga en su auto.

—¿Y para qué quieres que venga en su auto?

—Es que cuando la tía Regina me lleva a la escuela soy la sensación, y mis amigas quieren que las lleve a dar una vuelta.

Valentina no supo qué decir. Achicó los ojos y se quedó callada unos segundos.

—¿La tía te llevaba a la escuela?

—Sí. Cuando tú te ibas a tus terapias, ella venía temprano por nosotros.

—¿Por nosotros? —repitió extrañada. No le veía nada de malo, pero Regina nunca le había contado nada.

—Sí, primero me dejaba a mí en la escuela, para que no llegue tarde, y luego llevaba a mi papi al trabajo.

—Ah… —Valentina tragó saliva—. Demos prisa, mi cielo. Mientras yo hago el desayuno, tú métete a la ducha —dijo con una fea sensación en el pecho.

—Regina… no. Ella no… —sacudió la cabeza, intentando apartar la idea que se le formaba.

Sintió que el pecho le ardía. No quería pensarlo, pero imaginarse a Regina y Carlos en el mismo auto y solos la descolocó.

«Ella es mi mejor amiga, mi hermana, no. Ella es incapaz. Dios que estoy pensando»

Se apresuró con la comida y luego se reunió con su hija. La ayudó a vestirse, la peinó y desayunaron juntas.

—Mami, ¿no te vas a poner la peluca?

—No, ¿por qué?

—Es que con ella te ves bonita.

—Pues te vas a tener que acostumbrar a verme así, pelona, porque no voy a usar peluca. Y no quiero oír ningún comentario de desagrado ni halagos hacia el cabello de otras personas delante de mí.

Los ojos de la pequeña se quedaron fijos en los de su madre. Valentina se quedó atónita consigo misma: era la primera vez que le hablaba así a su hija. Con nervios se acarició la nuca.

—Está bien, mami —dijo Lenna bajando la cabeza—. Así también te ves bonita —fingió una sonrisa.

Todo se quedó en silencio, ninguna dijo nada hasta que en la radio el periodista dijo la hora, eso las hizo moverse.

Se dieron prisa. Cuando iban saliendo, la dueña del departamento las detuvo.

—Buenos días, señora Carrera —saludó la mujer.

—Valentina —la corrigió—. Dígame.

—Es que ya llevamos seis días de este mes y quería recordarle que aún no han cancelado el alquiler.

Valentina se quedó callada. No estaba al tanto de que aún no se había pagado.

—No se preocupe, estoy segura de que mi esposo ya lo cancelará —fue lo primero que se le ocurrió.

—¿Como para cuándo será? Es que yo también tengo responsabilidades.

—Lo entiendo. Tenga paciencia por favor —dijo Valentina—. Con permiso tenemos prisa —siguió abriéndose paso, la cara le quemaba de la vergüenza. Disimuló su asombro frente a su hija, como si nada pasara.

—Mami, si papi no pagó el alquiler, ¿eso significa que no tiene dinero? Entonces no pudo quedarse en un hotel.

—Lenna, no lo sabemos. Vamos, no quiero que llegues tarde.

El camino hasta la escuela se le hizo largo. Las calles, los autos y el bullicio matutino le parecían lejanos. En su mente solo resonaba el nombre de Regina.

Dejó a su hija y se dirigió a casa de su mejor amiga.

—Necesito pedirle una disculpa por lo de ayer y que me aclare ciertas cosas —murmuró mientras timbraba.

Salió la empleada de la casa.

—Señora Valentina —la saludó con amabilidad; la conocía desde hacía mucho—. Siga, por favor, no se quede ahí.

—Hola, buenos días. No, prefiero esperar aquí. Por favor dígale a Regina que la estoy buscando.




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