Renacer para vivir

13. Impacto.

Valentina observó con atención la reacción de Carlos. Sentía una presión en el pecho. No le quitaba la mirada de encima y analizaba cada gesto que él hacía. Él, enseguida, notó que su actitud no era la de siempre.

—¿Qué pasa? —preguntó ella—. ¿Te da pesar saber que se fue? —lo increpó.

—¿De qué hablas? —replicó Carlos, mirando de reojo a Lenna. —Me sorprende, porque ella era tu mejor amiga. Casi como una hermana para ti. Saber que te has quedado sola me preocupa, sobre todo ahora que no estoy con ustedes.

Valentina cruzó los brazos y escuchó con atención sus explicaciones.

—¡Ajá!

—¿Qué estás pensando, Valentina? —dijo él, indignado.

—Nada, nada —respondió ella, intentando cerrar el tema.

—Espero que no te estés haciendo ideas tontas en la cabeza, porque solo eso me falta.

Ella no le respondió nada; prefirió quedarse con sus pensamientos.

En ese momento, Lenna corrió hacia ellos.

—¿Ya nos podemos ir? —preguntó la niña, lamiendo su helado.

—Sí, ya nos vamos —contestó Valentina—. Despídete de tu papá —le indicó con voz firme.

—¿No vienes con nosotras? —preguntó la niña, mirando a su padre.

Él la observó, esperando que Valentina cambiara de opinión.

—No, mi amor. Papá se queda. Despídete.

—Mami… —la miró haciendo pucheros.

—No —dijo Valentina tajante, desviando la mirada.

La niña rodó los ojos y torció la boca. Carlos se agachó hasta quedar a su altura y la tomó suavemente de los codos.

—Ahora no puedo, mi amor. Ve con mamá. Después iré a verte a la casa, ¿sí?

—Sí, papito —murmuró la niña, con la voz entrecortada, abrazándolo con fuerza por el cuello.

Él la apartó despacio y luego miró a Valentina.

—No pienses en nosotros, piensa en ella. En su bienestar —susurró con tristeza. Sabía que había tocado justo el punto que la haría temblar por dentro.

Pero Valentina no se inmutó. Tomó la mano de su hija y se alejó sin mirar atrás.

Carlos las siguió con la mirada hasta que doblaron la esquina. Metió las manos en los bolsillos y tomó el camino contrario. Su mente era un torbellino.

—Así que Regina se largó —murmuró—. ¿Qué le costaba contarme sus planes? No hay duda, las mujeres no son de fiar… Se detuvo en la esquina y sacó el celular del bolsillo. —Vamos, contesta… contesta… —susurró. Llamó una, dos, tres veces, pero nadie respondió.

Mientras tanto, en la capital, Catalina no cabía de la emoción. Tener a su hijo a su lado la hacía feliz. Estaban en el jardín de la casa. Sebastián quería saber más de su mamá.

—¿Ya no haces tus obras de caridad? —preguntó, mientras ella recortaba unos rosales.

—Sí, claro que las hago. Pero desde que una paciente recibió el alta, mis días en el hospital se han vuelto menos frecuentes —respondió con una sonrisa melancólica.

—¿Cómo así? —preguntó Sebastián, mostrando interés.

—Cuando estaba Valentina, así se llama ella, yo iba más seguido. Tenía algo que me hacía querer estar ahí, acompañarla siempre.

—¿Y su familia? —preguntó Sebastián.

Catalina dejó las tijeras a un lado y lo miró con seriedad.

—Tiene un marido que, desde mi punto de vista, no sirve para nada. En vez de sumarle, le resta. Imagínate: era paciente oncológica, con quimioterapias, y él nunca estuvo con ella. Sabes que una mujer con esa enfermedad necesita amor y comprensión.

—Claro… —asintió Sebastián.

—Ella venía, recibía el tratamiento y nadie la esperaba al salir. A veces regresaba a provincia. Me sentía tan mal por ella… Imagínate, débil, con los estragos del tratamiento, tener que irse sola, en bus, viajando por tres horas.

—¿En serio?

—Sí, hijo. Me dolió en el alma. Le propuse ayudarla, pero su humildad y orgullo no le permitieron aceptar. Así que le conseguí una pieza en un hostal cerca del hospital. Ese lugar recibe gente que viene de provincia. Ahí se quedaba ella.

—Eres tan buena, mamá —dijo él, acercándose para darle un beso en la frente—. Qué suerte tuvo esa señora de tenerte.

Catalina sonrió levemente.

—Sí. Valentina es una mujer que provoca quererla. No tiene a nadie más que a su hija… y a ese hombre —esbozó una mueca de desprecio.

—Noto que te cae mal el tipo.

—Y cómo no, si cuando su mujer más lo necesitaba él no estaba con ella. No, hijo, solo ahí te das cuenta de la calidad humana de la gente. Ese hombre no me da buena espina.

—Bueno, no sabes… quizá así es la dinámica familiar entre ellos —respondió Sebastián.

—No, mi amor, ahí hay desamor. Y si Valentina no lo ve, es… —se calló y lo miró a los ojos—. Sebastián, ahora que te vas a quedar aquí y que aún no vas a trabajar, me gustaría ir a buscarla. ¿Me acompañas?




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