Carlos no dejaba de implorar perdón. De inmediato, Valentina, mientras cubría su cuerpo con las manos, se puso a llorar, producto de la sorpresa y la vergüenza.
—Vale, perdóname. Te juro que no... no lo sabía —dijo, levantando la mirada hacia ella. El agua le salpicaba la cara—. Perdón —repetía incansablemente.
Ella se quedó tiesa por un instante. Carlos se puso de pie y se dio cuenta de que ella estaba sin reaccionar, con la mirada perdida, y los brazos cubriéndose el pecho.
Cerró la llave del agua. Agarró la toalla y la ayudó a cubrirse. Con desesperación y delicadeza, le acarició el rostro.
—Mi amor, dime algo —pronunció entre sollozos.
Valentina, al fin, lo miró a los ojos.
—¿Qué haces aquí? —rompió su silencio con esa pregunta y salieron del cuarto de baño sin importar si mojaban la habitación.
Carlos desvió la mirada al encontrar en la de ella reproche. Se extrañó: no era la misma mirada dulce que siempre veía, a pesar de todo.
—Vine a pagar el alquiler. Ya no le debemos nada a la dueña, y también pagué las facturas del agua y la luz.
—Qué bueno —respondió Valentina con frialdad.
—Vale, yo estoy muy arrepentido, no sabía que...
—¿Qué? ¿Que tenía esta cicatriz? ¿Y qué pensabas? —lo increpó con rabia—. Me hicieron una mastectomía. ¿Sentiste feo?
—Sí, es que... —sus ojos se dirigieron hacia el pecho, recordando la imagen que había visto—. Yo las recuerdo y...
—Imagínate cómo me sentí yo cuando me vi por primera vez después de la cirugía.
Cerró los ojos, y el recuerdo vino a su mente como si hubiese sido ayer.
Salgo ya lista, con la bata azul, mientras él me espera.
—¿Cómo has estado?
—Bien, doctor. Ansiosa, porque ya quiero hacer mi vida normal. Mi casa se cae a pedazos.
—Pues prefiero que se caiga la casa a que te me desmandes tú. Toma asiento —dice, señalándome la camilla. Obedezco.
—El drenaje salió perfecto. Vamos a ver cómo va esa cicatrización —empieza a quitarme las vendas mientras me habla—. Espero que me hayas hecho caso y no hayas hecho ningún esfuerzo físico.
—Así lo hice —respondo.
—Perfecto —exclama mientras revisa la cicatriz—. Se ve bien. Muy bien, Vale.
Agacho la mirada y veo el vacío en mi cuerpo. Exhalo y bato las pestañas rápidamente. Una opresión en el pecho se intensifica. El médico me da indicaciones sobre los ejercicios para evitar la rigidez del brazo y del hombro, mientras sigue analizando la incisión.
Después me explica que voy a tener otras sesiones de quimioterapia para destruir células cancerosas no detectadas y reducir el riesgo de recurrencia. Llego a casa. Fui incapaz de verme en el espejo del hospital.
En casa no hay nadie. Aprovecho la soledad para hacerlo. Olvido poner seguro en la puerta de mi habitación. Tengo nervios, como si me acercara a mi sentencia final. Camino lentamente hacia el espejo mientras me quito la blusa. Cierro los ojos… y los voy abriendo poco a poco.
Se me va el aliento al verme sin un seno. La boca se me abre y me la tapo con las manos. Mi cuerpo tiembla como una hoja recibiendo el rocío.
Ya lo había aceptado, o al menos eso creía. Una cosa es decirlo y otra sentir la realidad. Una jamás está preparada para verse sin una parte de su cuerpo, hasta que se acostumbra… y yo espero hacerlo pronto.
Me siento en la cama y lloro mi desdicha.
Valentina lo miró a los ojos, cortando con el recuerdo que aún sentía reciente.
—¿Te acuerdas de lo que me dijiste ese día? —le reclamó con firmeza.
Carlos agachó la cabeza, se quedó pensando y volvió a aquel día.
Cierro la puerta detrás de mí.
—Ya llegaste —digo, entrando en la habitación. Qué fastidio tenerla siempre llorando.
Solo verla en pose de mujer sufrida me enoja. Quiero que vuelva a ser la mujer feliz de antes.
Ella voltea y, rápidamente, se seca las lágrimas.
—¿Dónde está Lenna? —pregunta.
—Se quedó jugando con los hijos de la vecina. Y qué mejor que no esté aquí, porque es muy deprimente verte así. Vamos, quiero que termines de hacer el almuerzo. Traje pollo, hay que hacer ensalada.
—¿No me vas a preguntar cómo me fue? —dice haciéndose la víctima.
—Supongo que bien, por algo llegaste pronto —respondo y me voy a la cocina, porque estoy muerto de hambre.
Carlos cerró los ojos con fuerza. Hizo puños con las manos y sacudió la cabeza, sintiéndose el ser más despreciable del mundo.
—Lo siento —murmuró—. Fui muy injusto.
—¿Lo recordaste? —replicó ella con frialdad—. Te importó más que te hiciera la merienda que lo que me había dicho el doctor. Ni siquiera viste mi cicatriz. No llores ahora.
#197 en Novela romántica
#86 en Chick lit
#69 en Novela contemporánea
segundasoportunidades, resiliencia y nuevas oportunidades, traicion engaño abandono
Editado: 16.10.2025