Carlos se quedó inmóvil al escucharla. La miró fijamente, asustado por su actitud. Definitivamente, no era la misma. Pero si él temía aquella frialdad y distancia, también ella estaba afectada; ni siquiera sabía de dónde sacaba el valor para mantenerse firme en la decisión que había tomado.
Se miraron a los ojos, sin decir palabra.
—Valentina, reconozco que me equivoqué —dijo él con voz quebrada—, pero nuestra familia no puede terminar así. Todos cometemos errores...
—Carlos, vete.
—No, mi amor, no me voy a ir —la abrazó a la fuerza. Forcejearon y cayeron sobre la cama.
—¡Suéltame! —gritó ella, liberándose. Se fue a una esquina de la habitación, temblorosa—. ¡Vete! —repitió, señalando la puerta.
Carlos se puso de pie. Lloraba, mirándola directamente a la cara.
—No le hagas a nuestra hija lo que te hicieron a ti. Ella merece crecer con sus padres juntos —apeló, aprovechándose de las viejas heridas que conocía demasiado bien.
—Eso sí no te lo voy a permitir —replicó Valentina, alzando la voz—. No te metas con eso. Lo que yo viví, mi hija no tiene por qué pasarlo.
—Estás haciendo lo mismo que hizo tu madre. Por su egoísmo, no dejó que crecieras con tu padre.
—Te equivocas —respondió, firme—. Ella me negó un ambiente tóxico. Ahora que soy madre la entiendo, y eso mismo quiero para mi hija: que no acepte lo que no merece.
—Vale...
—Por favor, sal de aquí.
—Te juro, Vale, que no te voy a perder. Eres mi vida. Por ahora me voy, pero quiero que sepas que te amo y que voy a reconquistarte —dijo, con la voz rota.
Ella no respondió. Ni siquiera lo miró a los ojos.
Carlos salió de la habitación.
En la sala, otro drama esperaba. Lenna, al ver a su padre con la ropa mojada y el semblante perturbado, corrió hacia él, asustada.
—¿Qué pasó, papito? —preguntó abrazándolo.
—Nada, mi amor. No te preocupes.
Lenna no se convenció. En su pequeña cabeza, la culpable era su madre.
—¿Qué le hiciste a mi papito? —preguntó, mirando a Valentina con confusión cuando esta apareció en la sala.
—No le hice nada, mi amor. Solo discutimos...
—Siempre discuten. Ya no entiendo qué pasa. Quiero que todos volvamos a estar juntos, como antes —protestó la niña.
Carlos se agachó hasta quedar a su altura.
—Papá y mamá necesitan un tiempo a solas, ratona. Solo será por un tiempo, después volveremos a estar juntos, ¿sí?
—Pero papito, no quiero que te vayas —sollozó.
—Es lo mejor. Además, voy a venir a verte muy seguido —le hizo cosquillas en la barriga, intentando arrancarle una sonrisa—. Te lo prometo.
Lenna levantó la mano derecha, pidiéndole que hiciera lo mismo. Él se lo prometió y luego se puso de pie. Miró a Valentina con tristeza.
—Hasta mañana —dijo.
—Hasta mañana —respondió ella, sin mirarlo.
—Papi, ¿dónde queda la casa de tu amigo, el que te está hospedando? —preguntó la niña.
—Cerca de aquí, por el mercado. ¿Por qué?
—Por nada —dijo, abrazando un cojín y sentándose en el sofá.
Cuando se quedaron a solas, Lenna habló con un poco de molestia.
—Mi papito trajo pizza y no pudo comer, por tu culpa.
—No es mi cul... —empezó Valentina, pero un trueno la interrumpió. Cerró los ojos con un leve sobresalto. —Ya lo hablamos, mi amor —dijo con calma—. Tienes que acostumbrarte: vamos a vivir solo las dos.
—No. Mi papito va a volver a esta casa. Y si no vuelve, yo me voy a vivir con él —replicó la niña, haciendo muecas de enojo—. Ya me puedo ir a dormir.
—¿No vas a comer?
—Ya comí la pizza que trajo mi papito. Además, tengo sueño.
A la mañana siguiente, todo parecía normal dentro de lo que cabía. Valentina preparó a Lenna para el colegio, le sirvió el desayuno y la acompañó hasta la escuela.
La niña no pronunció palabra durante el trayecto; Valentina entendía su silencio como una forma de protesta por lo que estaban viviendo.
—Estudia mucho, mi cielo —le dijo, acariciándole la mejilla con ternura—. En la tarde paso por ti.
—Adiós —respondió la niña, ajustándose la mochila sobre la espalda.
Valentina le dio un beso en la frente y la observó entrar a la escuela como si nada distinto estuviera ocurriendo. Solo cuando la vio desaparecer entre los demás estudiantes, se alejó de la puerta principal.
Tenía una misión: encontrar trabajo, de lo que fuera.
Recorrió varios locales y negocios, preguntando si necesitaban personal. No tuvo suerte. Aun así, no se desesperó ni claudicó. Sin embargo, una extraña sensación de ansiedad empezó a crecerle en el pecho; le costaba respirar, como si algo invisible la apretara.
#197 en Novela romántica
#86 en Chick lit
#69 en Novela contemporánea
segundasoportunidades, resiliencia y nuevas oportunidades, traicion engaño abandono
Editado: 16.10.2025