Renacer para vivir

17. Las cosas claras.

Con el pulso tembloroso y sin aliento, con una sensación que le quemaba el pecho, deslizó el pulgar sin decir una sola palabra. Solo se llevó el dispositivo al oído.

—Carlos… Carlos, ¿me escuchas? Te estoy llamando desde la mañana, ¿por qué no me contestas? ¿Volviste con Valentina? ¿Te recogió? Háblame, Carlos.

Valentina tragó grueso. No aguantó más.

—¿Se puede saber por qué llamas a mi esposo? Y, además, ¿por qué le hablas primero en ese tono y segundo con tanta confianza? ¿Qué está pasando entre ustedes, Regina? —fue directa.

Del otro lado de la línea hubo silencio.

—¿Vale? —preguntó Regina con voz temblorosa.

—Sí. Soy Valentina, la esposa de Carlos. Es-po-sa.

—Tranquila… ¿Por qué me hablas así, Valentina? ¿Qué te pasa conmigo? Primero me tiras la puerta en la cara y ahora me hablas golpeado.

—¿Cómo crees que me siento? O mejor dicho, ¿cómo reaccionarías tú si tu amiga llama a tu marido para hablarle de esa manera?

—Pues primero investigaría la situación, y segundo, jamás dudaría de mi amiga. Porque eso es lo que estás haciendo tú conmigo. Te recuerdo que te quiero como a la hermana que no tengo. Yo sería incapaz de faltarte —su voz se quebró.

Valentina cerró los ojos. Quería creerle. Quería que todo fuera como antes, pero la duda ya estaba instalada, abriendo entre ellas un abismo imposible de disimular.

—Explícame entonces por qué lo llamas a él, si hasta donde yo sé, tu amiga soy yo.

—Carlos también es mi amigo. Lo considero como un hermano, jamás lo vería de otra manera. Y te lo aclaro desde ya: nunca te traicionaría. Me conoces. Sería incapaz de hacer algo así. Vale, no dudes de mí, mucho menos de tu esposo, que te ama.

—Ah… por eso tantas confiancitas, ¿no? Por eso te has tomado la molestia de ser tan incondicional con él.

—No entiendo qué estás insinuando.

—Mira, Regina, yo te quiero mucho, y por el cariño y la amistad que nos unieron, creo que es mejor que tomemos distancia.

—¿Qué? No puedes pedirme eso, sobre todo por mi niña. Quiero mucho a tu hija, adoro a Lenna, y ella a mí.

—Por favor… es una niña. Además, que estés lejos la ayudará a acostumbrarse a vivir sin verte ni hablarte.

—Vale, es por ella que llamaba a Carlos, quería saber cómo está ella.

—Mi hija —respondió con tono de propiedad—. Está bien.

—Es que le envié un regalo y quería avisarle a Carlos que lo recogiera en unos días. Se acerca su cumpleaños y quería hacerla feliz.

—Se te agradece, pero no es necesario.

—¿Cómo qué no? Si soy su madrina.

Valentina se quedó callada al recordar ese detalle.

—Aún no lo eres —la corrigió.

—Lo sé, pero… —se escuchó un suspiro—, como tú, desde la última vez que nos vimos, te portaste mal conmigo, no te llamé. Ahora entiendo por qué estás así. Pero insisto, Valentina: jamás me metería con un hombre casado, y menos con el esposo de una amiga. Tú, para mí, eres más que eso.

Valentina sintió que algo dentro de ella se quebraba. Aun así, su voz se mantuvo firme.

—Regina, te lo repito, por el cariño y la amistad que un día nos unieron, lo mejor es que nos distanciemos.

—¿Dudas de mí? —preguntó con dolor.

Valentina no respondió. Por dentro se debatía entre la culpa y la certeza. Una parte de ella quería abrazarla, la otra necesitaba protegerse. Finalmente, colgó.

Regina rompió a llorar al otro lado de la línea.

—Vale —la llamó Carlos. Ella se pasó las manos por los ojos; unas lágrimas se le habían escapado. Él se acercó, frunciendo el ceño. —¿Qué te sucede? Tranquila, ya le cosieron la herida. Le pusieron nueve puntos y está mejor.

Valentina le entregó el celular, mirándolo fijamente. Carlos se tensó al verlo en sus manos.

—¿Me llamaron del trabajo? —preguntó sin atreverse a mirarla.

—No. Te llamó tu amiga Regina.

—¿Regina? ¿Qué Regina? —balbuceó, tomando el teléfono.

—Mi amiga —respondió ella, y empezó a caminar.

—¿Qué te dijo? ¿Por qué estás así? —insistió él, siguiéndola.

Ella se detuvo, esperó a que pasaran dos enfermeras y luego lo enfrentó.

—Te estaba buscando —dijo, cruzándose de brazos—. Para preguntarte si yo ya te había recogido. Curioso, ¿no? Hasta sabe que ya no vives conmigo.

—Vale, no es lo que piensas —intentó explicar él, nervioso.

—Entonces, ¿qué es? —explotó. Su voz resonó por el pasillo.

Carlos bajó la vista.

—Yo la busqué —admitió—. Como su familia es dueña del hotel Ajaví, le pedí quedarme allí unos días. Ella se negó, dijo que no era correcto. No insistí. Busqué a Renato, y estoy quedándome con él.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.