Renacer para vivir

18. El peso de la desconfianza.

Después de varios minutos de silencio, Carlos golpeó suavemente la puerta de la habitación, respetando su privacidad.

—¿Puedo pasar? —preguntó con voz serena.

—Sí —respondió Valentina, mientras se colocaba un poncho sobre el camisón. No quería que la viera así.

—Espero que no te enfermes —dijo él al entrar—. Estuve leyendo, y según lo que dice, después de la enfermedad que tuviste debes cuidar tus defensas.

—Sí —asintió—. Debo llevar una vida tranquila, lejos del estrés y las preocupaciones… pero como te habrás dado cuenta, eso es precisamente lo que menos he tenido.

—Tenemos que hacer algo —murmuró él, avanzando despacio hasta quedar frente a ella. La miró a los ojos con una mezcla de ternura y culpa—. No quiero que te vuelvas a enfermar. Te prometo que, al menos de mi parte, no tendrás más motivos para preocuparte.

—Carlos...

—No, escúchame —interrumpió con voz temblorosa—. Yo quiero el bien para los tres. No quiero que a ninguno, y especialmente a ti, les falte nada. Ella lo observó en silencio, apenas alzando las cejas. —Nuestra hija nos necesita a los dos —añadió él.

—En eso estoy de acuerdo. Precisamente por eso tenemos que estar en sintonía al corregirla. Ella debe entender que toda acción tiene una consecuencia. No la castigo por maldad, ni por autoritarismo, sino por su bien.

—Ya hablé con ella —dijo Carlos con suavidad—. Prometió portarse bien, y aceptó que Regina no sea su madrina. Pero...

—¿Pero qué?

—Valentina, creo que estás exagerando.

—No lo estoy. Regina no será la madrina. Y punto.

—Está bien —cedió él, bajando la mirada—. Pero, mi amor, estás siendo injusta... con ella, y también conmigo. —Se frotó la nuca, nervioso—. Sé que estás dolida por lo cobarde que fui, por lo poco sensible que me mostré cuando más me necesitabas, y no me va a alcanzar la vida para pedirte perdón. Pero Regina no se merece tu desprecio. Ella nos ha ayudado, dentro de lo que ha podido.

—Ah, claro... —dijo ella con sarcasmo—. Por lo visto, contigo también ha sido muy generosa.

—¡No! —respondió con firmeza—. Ella y yo no tenemos nada, te lo juro por lo más sagrado que tengo: nuestra hija. —Su voz sonó sincera, pero en el corazón de Valentina ya se había sembrado la duda. —Me duele que desconfíes de mí —continuó—. Yo juré amarte y respetarte para siempre, y lo he cumplido.

—Pero se te olvidó estar conmigo en la enfermedad —le reprochó ella, con una voz quebrada—. En cambio, yo sí he estado contigo en la pobreza.

Fue un golpe certero. Carlos bajó la mirada.

—No dudes de mí —susurró, dando un paso atrás, dispuesto a irse.

—Carlos... —lo detuvo ella. Él se giró. —Júrame por Dios que nunca me has sido infiel. Y sobre todo... que no ha sido con Regina. —La pregunta fue directa, y de la misma manera exigía una respuesta.

—Me duele que dudes de mí y de mi amor, pero... —bajó la vista, respiró hondo y la volvió a mirar a los ojos—. No, nunca te he sido infiel. Mucho menos con Regina. Sé que hay cosas que te hacen sospechar, pero te repito solo somos amigos. Si eso te molesta, me alejaré de ella. Pero tú... tú no tienes por qué renunciar a tu amistad con ella.

—Pasa algo, Carlos —murmuró Valentina, con un hilo de voz—. Tú me dices una cosa, pero algo muy dentro de mí me grita otra.

Carlos se acercó de nuevo, con dulzura. Le tomó la cintura con cuidado.

—Mi amor... —susurró—. Yo solo te amo a ti. Quiero pasar el resto de mis días a tu lado, hasta viejitos. ¿Lo sientes? —Tomó su mano y la posó sobre su pecho—. Siente cómo late mi corazón. Tú lo haces latir así.

Valentina cerró los ojos, confundida. Se escuchaba tan sincero, tan real.

—Carlos... no. —Se apartó con decisión—. Entiéndeme, ahora mismo siento que el amor que te tenía se está apagando.

—No, no, no, mi amor —imploró él, tomándole las manos con desesperación—. Nuestro amor es fuerte, puede resistir tormentas. Es solo una prueba más que Dios nos pone. No nos hagas esto —dijo, apoyando su frente contra la de ella—. Te amo...

—Lo único que siento ahora —interrumpió ella—, es que no quiero que te quedes. Quiero que te vayas.

Carlos la miró con tristeza, pero con la misma determinación de quien no se rinde.

—Yo sé que aún me amas —dijo con voz baja—. Voy a luchar por lo nuestro. Te juro que te voy a conquistar de nuevo. Ya lo hice una vez, y volveré a hacerlo —le besó en los nudillos—. Cualquier cosa que necesites, me avisas. Te amo.

Le besó la frente, y se fue. Aquella noche, Valentina se sintió más confundida que nunca.

*****

Pasaron dos meses desde aquella conversación tan sentida entre Carlos y Valentina.
Él estaba cumpliendo con lo prometido: cada mañana le enviaba mensajes llenos de ternura, y cada semana llegaban flores o chocolates a su puerta. No supieron más de Regina.

Seguía pendiente de Valentina y también de Lenna, quien no dejaba de insistir en que su padre volviera a casa.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.