Renacer para vivir

19. Frente al cuerpo.

La enfermera, muy amable, le repitió lo dicho. Valentina, mientras escuchaba, mantuvo la mirada fija en Lenna, que aguardaba atenta con los ojos grandes.

—Está bien, voy para allá —dijo intentando controlar el temblor de su voz. Batió varias veces las pestañas y colgó.

—Mami, ¿qué pasó? Te pusiste muy blanca —preguntó la niña con inocencia.

Valentina se la quedó mirando unos segundos, como si su mente se hubiera desconectado de la realidad. Solo cuando Lenna posó sus pequeñas manos sobre su rostro, reaccionó.

—Mi amor, me llamaron para decirme que papi está en el hospital —dijo con una serenidad forzada, consciente de que no podía asustarla.

—¿Está bien mi papi? ¿Qué le pasó? —insistió, con la voz temblorosa y los ojos al borde del llanto.

Valentina la abrazó fuerte contra su pecho.

—No es nada grave, cariño, pero tengo que ir por él.

—No puedo ir contigo, ¿verdad?

—No, mi amor, es que...

—Sí lo sé. Eso me decía mi papi cuando le pedía ir a verte al hospital. —Lenna bajó la mirada—. No quiero que nada malo le pase. No quiero que se muera —pronunció con tristeza.

A Valentina se le quebró el alma. Su hija había pasado por demasiados cambios en los últimos meses y no se lo merecía, lo consideraba injusto.

—Chiquita, no le va a pasar nada. Él es fuerte. Pero ve a ponerte un abrigo, te llevaré con doña Rocío. —Lenna asintió y salió corriendo a su habitación.

Mientras tanto, Valentina buscó sus documentos personales y se preparó para salir. La vecina, al verla llegar con la niña, y saber lo ocurrido se lamentó y aceptó quedarse con la pequeña.

Una mezcla insoportable de preocupación y rabia la mantenía a Valentina al borde del llanto; el nerviosismo se le notaba en los dedos inquietos y la respiración entrecortada.

Paró el primer taxi que pasó.

—Al hospital San Vicente, por favor —ordenó, sin mirar al conductor.

Estaba sentada en el asiento de atrás, con la mente vuelta un torbellino. Durante el camino, se llenó de preguntas: ¿Qué le pasó? ¿Estará grave? ¿Por qué justo ahora?, ¿Estaba con Regina? ¿En realidad le han estado viendo la cara?

El taxi se detuvo en un semáforo, y el silencio del vehículo la empujó hacia pensamientos más amargos. ¿Por qué debería preocuparse? Cuando ella estaba enferma, él no estaba. Cuando salía de sus quimioterapias, él no la esperaba. Cuando tuvo miedo, él se alejó.

Se pasó las manos por el rostro y respiró hondo, como si el aire pudiera aclararle la mente.

«¿Y ahora qué? ¿Voy a correr detrás de él como si nada?», ese pensamiento egoísta seguía martillándole la mente.

El vehículo se detuvo frente a la entrada del hospital. Pagó sin mirar al chofer y bajó con paso firme, aunque por dentro se sentía deshecha y cansada. El aire frío de la noche le azotó la cara y la obligó a apresurarse.

En recepción, una enfermera levantó la vista al oír su voz.

—Buenas noches. Busco al señor Carlos Carrera, me llamaron para informarme que estaba aquí.

—Un momento, por favor. —La enfermera revisó en la computadora—. En efecto, ya fue trasladado a piso.

—¿Qué tiene? —preguntó Valentina con voz controlada.

—No puedo darle esa información, pero suba al segundo piso, habitación 214. Allí podrá hablar con el médico o la enfermera de turno.

—Gracias —respondió, y se dirigió hacia el ascensor.

El olor a desinfectante, mezclado con medicina, la envolvió de inmediato. No era el mismo hospital donde había pasado los últimos meses, pero el ambiente era idéntico: luces frías, paredes grises, el murmullo tenso de los familiares, los pasos apresurados de enfermeros y médicos. Todo le trajo recuerdos que estaba intentando olvidar.

Tragó grueso antes de acercarse a la estación de enfermería.

—Buenas noches —saludó.

—Buenas noches, ¿en qué le puedo ayudar?

—Me llamaron porque mi... porque el señor Carlos Carrera está internado aquí. No me dieron explicaciones, solo me pidieron que viniera.

—Ah, sí, fue conmigo que habló —respondió la enfermera, tomando la hoja de registro del paciente—. El doctor acaba de salir a hacer su ronda, pero en unas horas volverá.

—¿Él está bien? —preguntó Valentina, notando el ceño fruncido de la mujer—. El paciente —aclaró enseguida.

—Está vivo de milagro —dijo la enfermera con tono serio—. Tuvo un accidente automovilístico. Valentina sintió un leve mareo. Su respiración se volvió irregular. —El doctor le explicará mejor, pero necesito que firme unos documentos.

Valentina asintió y lo hizo en silencio. Cuando terminó, la mujer le dijo que podía pasar a verlo si lo deseaba. Aceptó sin pensarlo.

Cuando llegó frente a la habitación, se detuvo. Podía verlo a través del vidrio, estaba acostado, inmóvil, con la cara y parte del cuerpo muy lastimado, se podían ver los moretones y raspones en la piel.




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