Rendirse o amar

1.

El helicóptero se cernía a baja altura sobre la casa. Su motor rugía ensordecedor, ahogando cualquier otro sonido. Los evacuados subían uno a uno por la escalera de cuerda.

—¡Más rápido, más rápido! —gritó uno de los soldados en uniforme de camuflaje mientras ayudaba a una mujer a subir—. No hay tiempo.

El embarque proseguía. Varios hombres en camuflaje dirigían la operación desde la casa: dos permanecían agachados detrás de la chimenea en el techo, mientras otros asistían a los evacuados en el helicóptero.

—¡Ya están aquí! —gritó alguien desde abajo—. Llegarán en unos minutos.

El pánico se extendió como una ola. Los civiles que aún esperaban su turno en la casa corrieron aterrados hacia el ático. La evacuación se aceleró frenéticamente.

—No lo conseguiremos, nos derribarán —masculló uno de los muchachos.

—Yo los distraeré —la única chica en uniforme se lanzó hacia la terminal integrada en el escritorio.

Sus dedos volaron sobre el teclado mientras activaba el sistema de trampas previamente preparadas con control remoto. Los muchachos asintieron. La valiente tecleó unos comandos más y empezó a despojarse del uniforme militar.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó uno de sus compañeros.

—Por si no llego al helicóptero —dijo mientras sacaba la primera ropa que encontró del armario y continuaba cambiándose sin dejar de presionar las teclas necesarias.

—Si es muy arriesgado, no me esperen.

—¿Estás segura?

—No hay otra opción. Si nadie controla las trampas, nos atraparán a todos. Dense prisa.

Los civiles aterrados ralentizaban el proceso de evacuación. La situación ya era complicada, pues pocos tenían experiencia con helicópteros y menos aún habían subido por una escalera oscilante. El pánico solo intensificó el caos.

El enemigo se acercaba. La chica verificó las coordenadas y supo que debía bloquear y ocultar la terminal para mantener su tapadera. En ese momento, dos figuras aparecieron junto a la casa.

De alguna manera habían logrado evadir las trampas y llegar antes que el grupo principal.

—¡Despeguen! —gritó la valiente.

Sus compañeros también habían visto al enemigo, así que el helicóptero se elevó de inmediato.

Con un veloz movimiento, bloqueó la terminal usando el botón de emergencia. El suelo se abrió y el escritorio comenzó a descender. La chica salió rápidamente de la habitación hacia el pasillo, cerrando la puerta tras ella. En ese preciso instante, la puerta principal se abrió y dos figuras aparecieron en el umbral.

Al ver a la civil, uno de los muchachos resopló. El otro se apresuró hacia la puerta y jaló la manija: estaba cerrada.

Sin dudarlo, sacó una pistola y disparó contra la cerradura. Para entonces, la terminal ya estaba completamente oculta bajo el piso.

—No queda nadie —dijo desde la habitación contigua—. Parece que abandonaron a la chica.

El mercenario enemigo regresó al pasillo. En ese preciso momento, el resto de su grupo llegó a la casa.

—¿Qué encontraste, Neiro? —preguntó el comandante.

—Nada, escaparon de nuevo —resopló el que llamaron Neiro—. Pero esta vez olvidaron a la chica, aunque es una civil.

—Ya me tienen harto, palabra de honor —gruñó el comandante—. Bien, Neiro, Toro, lleven a la chica a la base y luego decidiremos qué hacer con ella. Los demás, comenzamos el registro.

Toro se acercó a la chica y la tomó del codo.

—Vamos —dijo.

La valiente permaneció sumisa y siguió al muchacho sin resistirse. Su rostro revelaba una mezcla de miedo y desconfianza.

Los tres salieron de la casa y caminaron varios metros. La chica miró discretamente hacia un lado, notando que varios mercenarios enemigos habían caído en una de las trampas. Al verlo, la valiente sonrió para sus adentros, manteniendo su rostro inexpresivo. Seguía interpretando su papel de civil: alguien que en esta situación debería mostrarse asustada y sumisa.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Neiro.

—Jamie.

Se hizo el silencio durante unos segundos.

—¿Por qué los ayudas? —insistió Neiro, rompiendo el silencio.

Jamie permaneció callada mientras los tres se acercaban al auto y subían.

***

El edificio donde se instalaron los mercenarios enemigos parecía ser una escuela. Llevaron a Jamie al gimnasio, donde Neiro señaló una colchoneta y empujó suavemente a la chica en esa dirección. La prisionera se dirigió obedientemente hacia la colchoneta y se sentó.

—Hola, pequeña, ¿cómo estás? —preguntó con fingida alegría.

La chica se volvió y miró al mercenario con sorpresa.

—Ah, veo que no muy bien. Así es cuando ayudas a los malos.

Jamie se dio la vuelta y abrazó sus rodillas, apoyando la cabeza sobre ellas. El insistente muchacho permaneció sentado un rato más a su lado antes de marcharse.

Transcurrió media hora. A través de las rendijas entre sus rodillas, la chica observaba con atención todo lo que ocurría en el gimnasio. Varios mercenarios practicaban técnicas de combate cuerpo a cuerpo.

Más tarde se unió a ellos el que se había mostrado tan "interesado" en los asuntos de Jamie.

Ella observaba atentamente cada movimiento y notó las deficiencias en su entrenamiento. Uno de los muchachos realizaba movimientos excesivamente amplios, dejando expuestas áreas vulnerables. Otro apenas atacaba, manteniéndose siempre a la defensiva. Y el mercenario "parlanchín" mostraba una clara lentitud en sus reacciones.

Las puertas del gimnasio se abrieron. Jamie levantó la cabeza y vio entrar a dos muchachos. Uno de ellos llamó a los demás con un gesto específico de la mano: un gesto que Jamie reconoció como señal de una misión inminente.

Los mercenarios enemigos abandonaron sus actividades y se congregaron rápidamente.

—Disculpen, muchachos, pero alguien necesita quedarse con la chica —escuchó Jamie—. Creo que será suficiente con uno.

—Me quedaré yo —respondió el mismo mercenario insistente.



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En el texto hay: romance, accion, amor

Editado: 30.06.2025

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