Rendirse o amar

5.

Kiki salió de la habitación. Cinco minutos después, regresó con un vaso de agua y un blíster de medicamentos. Sacó una cápsula, la colocó en el plato y puso el vaso al lado. Jamie se llevó el analgésico a la boca y lo tragó con agua.

—Bien, tengo que irme —dijo Kiki, acercándose para recoger la bandeja—. Espero que te mejores.

Tan pronto como Kiki salió, la prisionera extrajo con cuidado la cápsula de su boca. La examinó y la guardó en el bolsillo de su suéter. Una parte de la operación estaba completa.

***

Al día siguiente, Lychee fue a visitar a Jamie. Como siempre, dejó la comida en la mesita y se apartó hacia la pared, observando atentamente a la chica.

—Esta agua está rara —dijo la prisionera, tomando la botella y levantándola a la altura de sus ojos—. Me parece que veo sedimentos. Lo noté ayer también. Y ya llevo dos días sintiéndome débil... seguro que le están añadiendo algo, ¿verdad?

—¿Qué pasa, has visto demasiadas películas de espías? —preguntó el chico impasible—. Come y bebe en silencio.

—No lo haré hasta que me digas qué son esos sedimentos.

—Son sedimentos normales que tiene el agua. No hay otra.

—Entonces bebe tú primero. Demuestra que el agua no está envenenada.

—Ajá, como si no tuviera nada mejor que hacer. Cuando tengas sed, la beberás así como está.

La chica apartó la botella. En realidad, esperaba exactamente esta respuesta, pero valía la pena intentarlo antes de implementar un plan más complejo.

Reinó el silencio en la habitación durante varios minutos. Jamie masticaba un trozo de pan mientras miraba con desconfianza la botella. Lychee permanecía de pie junto a la pared, jugueteando con un colgante.

—¿Te estás burlando de mí? —el chico dio unos pasos hacia la cama.

La prisionera, que acababa de terminar su almuerzo, apartó el agua de manera ostentosa.

—Mira, yo bebo la misma agua —sacó una pequeña botella del bolsillo interior—. Tiene el mismo sedimento. Y la tuya está en su envase original y ni siquiera está abierta.

La chica examinó detenidamente la botella de Lychee. Era idéntica, solo que estaba abierta y medio vacía. El sedimento también era el mismo.

—Dime, ¿para qué querríamos drogarte? No hacemos experimentos con humanos. Nos dedicamos a misiones de inteligencia militar.

—Está bien, entonces ¿por qué me siento débil?

—¿Y cómo voy a saberlo? No soy médico.

Jamie desenroscó la botella y bebió la mitad del agua. El chico recogió los platos y salió de la habitación.

Ella se tumbó en la cama, haciendo una mueca cuando las esposas se le clavaron en la piel. Tendría que hablar de esto otra vez con Night.

***

El nuevo día transcurrió tranquilo. Kiki, como de costumbre, traía la comida dos veces al día. Por la noche, Night vino a visitarla. Jamie se mantuvo pasiva.

Al día siguiente, la chica miró el reloj por costumbre. 85% de progreso. Quedaba muy poco. Los pasos repentinos en el pasillo lejano la sobresaltaron —rápidamente cambió la pantalla y se enderezó en la cama.

Medio minuto después, Night entró en la habitación. Dejó la comida sobre la mesita y miró fijamente a la chica.

—¿Qué te pasa? —preguntó el chico.

—Tengo escalofríos por alguna razón. ¿Hay alguna manta por aquí? Las esposas me han destrozado la muñeca. Creo que soy alérgica al metal.

—Ahora te traigo un termómetro.

El chico salió de la habitación. Jamie sacó un pequeño cuaderno de debajo de la almohada. Night lo había encontrado en el primer registro y, tras examinarlo minuciosamente y determinar que era inofensivo, se lo había dejado.

El cuaderno consistía principalmente en dibujos, así que el chico decidió que sería al menos alguna ocupación para la prisionera.

Jamie sacó un lápiz mecánico del bolsillo especial y rompió la mina de grafito, poniéndola en su boca. Luego presionó el botón varias veces, haciendo salir una nueva mina y ocultando sus acciones. Al terminar el procedimiento, la prisionera volvió a meter el cuaderno bajo la almohada.

Night regresó poco después. Le tendió el termómetro a la chica.

—No tiene mercurio —sonrió el chico—. Por si acaso se te ocurre matarme.

—¿Qué? —Jamie lo miró sorprendida—. Ni siquiera había pensado en eso.

Diez minutos después, la chica le devolvió el termómetro al mercenario. Treinta y ocho con cinco. Al ver los resultados, Night se rascó pensativamente la nuca.

—¿Tienes alguna alergia a medicamentos? —preguntó él—. ¿A los antifebriles?

—Sí, al Actilofat.

—Este medicamento tiene una acción combinada analgésica y antifebril.

—Vale, entonces el Mezulgat tampoco sirve.

—¿Y qué tienen?

—Renulgid y Trinitan. Quizás mejor Renulgid, es un poco más suave. Aunque no, Trinitan también tiene efecto antialérgico. ¿Qué te parece Trinitan?

—Trae lo que sea —Jamie se cubrió con la manta hasta las orejas y se estremeció.

—Vale, ahora vuelvo.

Night regresó unos minutos después con las cápsulas. Le tendió una a la chica.

—Quiero asegurarme de que te lo tomes —ordenó.

La prisionera tomó la cápsula y bebió agua, fingiendo tragarla mientras Night la observaba atentamente.

—¿Listo? —preguntó Jamie.

Con destreza, escondió el medicamento entre su mejilla y su última muela. Tenía años de experiencia en esto desde su infancia, cuando su madre intentaba darle medicinas. La chica sentía un miedo pánico a cualquier pastilla, por lo que siempre ideaba formas de evitar tragarlas. Su madre también era experta, pero en lo opuesto: en descubrir estos trucos. Night no alcanzaba ese nivel de pericia.

—¿Tal vez quieras revisarme la boca?

—No será necesario —el mercenario se levantó—. Mejórate.

Con estas palabras, el chico salió de la habitación. Jamie extrajo inmediatamente la cápsula de su boca y la guardó en su bolsillo.



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En el texto hay: romance, accion, amor

Editado: 30.06.2025

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