Fiorella
Es inevitable no pensar en Alejandro.
Recuerdo aún la primera vez que nos vimos, éramos apenas unos críos.
Mi mirada fue directo a la suya y sentí esa mágica conexión que describen las novelas rosas, esa que te hace creer en historias que no tienen fin.
Pero el paso del tiempo te va llenando de golpes y experiencias donde las ilusiones de ayer van desapareciendo con el peso de las obligaciones y una buena dosis de realidad.
Hoy mis manos no están entrelazadas con las suyas, están asidas a dos ángeles de cabellos oscuros, que me llaman mamá, mi cuerpo no es el mismo, mi piel perdió la tersura del pasado y aparecieron las primeras arrugas al igual que las primeras canas y mi corazón está lleno de abolladuras.
Y aquí estoy, a unos metros de distancia, con el cuerpo que me tiembla, con la vergüenza en la mirada al tener que aparecerme ante él, ante mi familia y mis amigos, sintiéndome tan derrotada.
Mis manos sudan y mi voz suena agitada al hablar.
—Buenos días, Señorita. Mi nombre es Fiorella Torrenegra, tengo una cita con Sandra Toledo a las 10:00 Am.
—Buenos días, Señora Torrenegra. Espere un momento por favor, ya informo de su llegada.
Miro a mi alrededor, rogando a Dios que la secretaria se dé prisa, me aterra encontrarme con Alejando, Sandra me dijo que ambos tenían sus oficinas en el mismo edificio.
—Puede pasar, Señora Torrenegra.
Suelto el aliento e ingreso rápidamente a la oficina de Sandra.
—Hola, Sandra.
—Fiorella —Sandra se levanta de su silla y nos damos fuerte abrazo.
Sandra y Julián han sido mis confidentes todos estos años, ante los demás mi vida era perfecta, solo ellos conocía el infierno en el que había vivido.
Por Sandra tuve el valor de volver a casa, poner la cara a los míos y reconocer que había fracasado garrafalmente, sabía que ella estaría a mi lado, habíamos sido amigas desde niñas y la distancia no había logrado romper ese vínculo.
—¿Cómo están Mateo y Lili?
—Bien, aunque mamá está enojada conmigo adora a los niños. Carlos ha hecho buenas migas con los chicos, pero no quiero ser un estorbo para ellos, tienen su propia vida.
—No te preocupes, te conseguí una entrevista con un bufete de abogados, necesitan una asistente administrativa. Tienes que estar mañana a las 8:00 Am y preguntar por Luisa Méndez, la auxiliar de Gestión Humana; serás entrevistada por su jefe Pablo Arizmendi, el trabajo es exigente, pero es bien remunerado. Son unos de mis mejores clientes.
—Gracias, Sandra. ¿Alejandro sabe que regresé?
—No le he dicho nada, pero debes estar preparada, Fiorella, no tienes por qué sentirte avergonzada, no eres la primera ni la última mujer en divorciarse que tiene que hacerse cargo sola de sus niños, debes estar orgullosa de ti misma.
—Sandra, lo abandoné por mi exmarido.
—No, no lo hiciste. Tú querías un hogar, un esposo e hijos, y Alejandro quería lo opuesto. El quería recorrer el mundo, tú querías estabilidad. Nadie traicionó a nadie, solo tomaron caminos distintos.
—Y mira lo que obtuve.
—Obtuviste dos niños preciosos, no lo olvides jamás. Y en cuanto a tu ex marido, obtuviste experiencia, sé que en estos momentos te sientes derrotada, pero deja que el tiempo pase y las heridas sanen, todo es muy reciente aún. Suena trillado, pero el gran perdedor es Carlos, no tú. ¿Tienes tiempo de almorzar conmigo?
—Sí.
Sandra toma su bolso, salimos de su oficina y nos dirigimos al ascensor, esperamos unos dos minutos cuando por fin se abre la puerta del ascensor y el tiempo se detiene.
Nuestras miradas se conectan por unos segundos hasta que atino a bajar la mirada.
—Alejandro, ¿cómo estás? —pregunta Sandra.
—Bien. Fiorella, ¿qué haces aquí? ¿de visita?
Me obligo a levantar la mirada y de un solo golpe vuelven a mí los recuerdos de aquellos días en que él era mi todo. Trato de responder, pero por más que lo intento, las palabras no salen de mis labios.
—Alejandro —pronuncia Sandra— Fiorella se mudó con sus hijos a Arizona.
—¿Sus hijos? ¿Y su esposo? —pregunta Alejandro.
—Estoy divorciada, Alejandro —espero ver la burla en su mirada, un te lo dije, pero su rostro no muestra ninguna emoción, solo guarda silencio.
Alguien llama su atención, nos ofrece una disculpa y sin decir más se aleja.
Siento correr una lágrima por mi rostro, odio esta debilidad y tristeza que se apodera de mí. No pensé que volverlo a ver pudiera doler tanto.
—Calma, Fiorella. Recuerda que debes ser fuerte —me anima Sandra.
Tomamos el ascensor y con cada piso que bajamos, la realidad golpea cada vez más fuerte.