Resiliencia

Capítulo 10. Promesas

Sandra

Las palabras de Fiorella resuenan en mi cabeza mientras conduzco, tardo más de lo normal por el tráfico de hora pico hasta que vislumbró el desvío que conduce a la calle donde vivo.

Las luces de la casa están encendidas y espero encontrarme con el ruido de la TV y las voces de los chicos, pero me topo con una imagen que golpea directamente mi pecho, Laura y Tadeo están sentados junto a la barra de la cocina realizando sus deberes  mientras  Julián pica unas verduras y los hace reír con sus bromas, por años mi ambición fue lograr solidez económica y eliminar de mi vocabulario la frase “no podemos” que escuche a mis padres repetir cada vez que mis hermanos y yo anhelábamos cualquier cosa que se saliera del ajustado presupuesto  que a duras penas cubría las necesidades básicas de la familia. Y aunque  Julián y Fiorella fueron un apoyo en la consecución de mis metas  no compartieron el que me cerrara en banda contra cualquier distracción que me alejara de mis objetivos. Pero la vida es una suerte de montaña rusa donde te elevas y desciendes y cuando por fin decido darme un respiro como mujer la realidad me golpea y tira abajo mi relación con Bernardo, los planes de boda e hijos.

El tener que lidiar con sentirme una mujer a medias  por el vacío de un vientre que jamás podrá gestar una nueva vida  me amarga la boca, porque a pesar de que recuerdo y repito en mí mente, una y otra vez, las palabras de Fiorella y Julián, la esterilidad duele y la impotencia de no poder cambiar el dictamen médico me noquea.

Te hace reconocer que no puedes pelear sola con el dolor y aunque en medio de mi terquedad y obsesión por el control he prescindido del depender de otros hoy decido apostar por ese par de ojos café que me llevan mirando con amor por años y sin pronunciar palabras me dirijo a su lado y apoyo mi cabeza en su hombro.

Llevo años ignorando el amor que este hombre siente por mí y aunque suene a cobardía he de reconocer que me era más fácil querer a mi ex, que tener que lidiar con el miedo de perder a Julián si lo nuestro se iba a pique. 

Mi terquedad había logrado silenciar la razón, porque solo así se entiende mi falta de fe en ambos, sobretodo en Julián, porque si bien es cierto, que jamás me habló de sus sentimientos, sus acciones hablaban por sí solas.

Mi padre siempre ha sido un hombre de fe y la palabra del Señor ha sido su brújula en su diario vivir y eso incluía la educación de sus hijos, cuando era una jovencita mi padre se encargó de hablarme sobre el trato que una mujer debe recibir de su esposo, como el Señor pide que seamos tratadas como vaso frágil y no es que seamos delicadas como el cristal es que el amor mana con mayor fuerza donde se siembra con  ternura y gentileza. Mi padre me enseñó que el poder de una mujer no radicaba en un escote o en el largo de una falda sino en nuestra capacidad para amar y de transformar nuestro entorno a través del amor, para él, fuera en el colegio, la casa o el trabajo, tus acciones debían hablar de compromiso, bondad, generosidad, cuidado, lealtad, sabiduría, paciencia, confianza y honestidad como resultado de un corazón lleno del amor de Dios.

Las acciones de Julián son copia exacta del sentir de mi padre pero en mi decisión de no mirar más allá de mis objetivos me cegué a sus sentimientos, pero crecer es avanzar y no pienso negarme más el gozo de ser amada por un hombre de tal honor y valor.

Después de un rato los chicos se marchan a la cama y aprovechando el tiempo a solas me refugio en los brazos de Julián, disfruto por un rato de su calor y luego me pongo de puntillas y acerco mis labios a los suyos.

—Te amo Julián.

—¿Estas segura?, porque lo quiero todo, Sandra, la boda, la familia, los buenos momentos e incluso los malos si son  a tu lado. El matrimonio para mí es una promesa para toda la vida, el divorcio nunca será una opción  —me dice con la emoción reflejada en su rostro.

—Sí, Julián, estoy segura —contesto para luego besar sus  labios—  te amo y deseo ser tu esposa.

 

 




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