Resiliencia

Capítulo 11. Despedida

Alejandro

Después de juzgar fríamente mi pasada relación con Fiorella, sin dejarme cegar por el rencor, tuve que aceptar que fui muy egoísta, sabía cuánto me amaba y aunque no sea grato admitirlo me aproveche de ello.

No puedo evitar sentir nostalgia por lo vivido pero es obvio que mi amor por Fiorella es cosa del pasado al igual que la jovencita que ame.

Fiorella es distinta, no hay rastros de la inocencia y sumisión que caracterizó su juventud, es una mujer de fuertes ideas, espontánea y segura, hay en ella una especie de serenidad  que la hace resistente a las críticas y al rechazo.

De los dos el más cambiado es ella, yo me revolqué en la amargura y la necedad mientras que Fiorella se  transformó en una nueva mujer.

En el transcurrir de las últimas horas mis ideas se habían aclarado y la conclusión era obvia: comenzar de nuevo. Se abría la posibilidad de trabajar por fuera del estado, mis diseños habían sido elegidos para construir un complejo de oficinas y  locales,  lo cual me hacia plantearme la posibilidad de abrir una nueva sucursal y  dejar la constructora en manos de un empleado de confianza y  dar un nuevo rumbo a mi vida sin los rencores del pasado y los recuerdos de lo que fue y no pudo ser.

Después de dos semanas organizo mis pendientes,  alquilo mi apartamento y paso a despedirme de Julián y Sandra.

Ambos quedan sorprendidos ante mi decisión de irme a vivir a otro estado, dudan  en nombrar a Fiorella hasta que finalmente  se atreven a preguntarme si la razón de mi mudanza es ella.

Podría responder que no es asunto suyo pero los conozco bien,  su pregunta esta motivada por una preocupación genuina y no por la vana curiosidad  del chisme.

Por lo cual no dudo en responder y dejar en claro que mi decisión no tiene nada que ver con Fiorella, muy al contrario, es el deseo de un nuevo comienzo.

La tarde antes de mi vuelo llamo a Fiorella y le pregunto si es posible charlar por unos minutos, se muestra reticente y extrañada por mi solicitud pero al final accede.

Pasada las 6 de la tarde nos encontramos en una cafetería y aunque el ambiente es tenso le cuento de mi marcha, admito al fin mi culpa y le pido perdón por mi egoísmo, por haberla dejado tanto tiempo sola, por juzgarla e incluso por rendirme tan fácilmente y no luchar por ella, por olvidar que antes de amarnos fuimos amigos, cómplices y el consuelo del otro.  Por eso merecía ser escuchada.

Le confieso haber asistido a la charla que dio en la iglesia y le hablo del impacto que  causó en mí  saber que había sido víctima de una relación   abusiva.

—También para mí fue una sorpresa, Alejandro; jamás pensé verme envuelta en una situación tan dañina. Veía el mundo con un par de anteojos rosa, a pesar de saber que no todo el mundo es honesto. Para los que nunca han sufrido este tipo de abuso, puede sonar increíble o ridículo caer bajo tal manipulación y permitir que te hieran tanto; pero personas como mi exmarido te enredan tan sutilmente, al principio se ganan toda tu confianza y se visten con un manto de integridad y entrega absoluta, te observan y analizan hasta conocer tus necesidades y deseos para luego fingir que son todo lo que buscas, terminas por creer que son una respuesta del cielo sin saber que tomaran todo de ti a través de medias verdades, de una capacidad asombrosa para mentir y de la culpa.

—¿Culpa? —pregunto.

—Sí,  Alejandro, culpa. Por cuestionarlos, por dudar de su afecto, de sus acciones que contradicen una y otra vez el gran amor que dicen profesarte, por no ser lo que ellos necesitan. Terminas con la autoestima por los suelos,  dudando de lo que piensas, crees y sientes. Acabas siendo como dice aquella canción: bruta, ciega y sordomuda y aunque suene gracioso no te puedes imaginar cuán duro es. Me costó años salir de esa relación enfermiza, tomar el control de mi vida y mis emociones.

—¿Y cómo te sientes ahora?

—Feliz, Alejandro, pero sobretodo libre. Es como volver a respirar después de faltarte el aire. Fue duro, pero gracias a Dios hoy experimento una paz y una seguridad que a ciencia cierta no creo haber disfrutado nunca.

—Y Ricardo Mackenzie, ¿que papel juega en esa nueva vida? —Le pregunto con una sonrisa pícara.

—Ricardo… Ricardo es una grata compañía, lo que más me gusta de él es la autenticidad de su trato, no se muestra como el hombre perfecto, sino como un hombre real con defectos y virtudes que respeta mi espacio y mi ritmo. No me mete prisa. Si me pides que le des un nombre a lo que somos te diría amigos y no tengo afán por cambiarlo. Después de correr imprudentemente y quemar etapas antes de tiempo prefiero ir con calma y disfrutar del momento.

—¿Conoce a tus hijos?

—Los ha visto en el centro comunitario, pero nada más, no quiero que mis hijos se encariñen con una persona que no sé si jugará algún papel en mi futuro o solo será algo pasajero. 

—Ojala logres todo aquello que deseas y mereces, Fiorella,  porque aunque nuestra amistad resultó fracturada quiero verte feliz y plena. ¿Puedo abrazarte? —le pregunto para luego escucharla susurrar  un si y levantarnos para fundirnos en un abrazo que simboliza el perdón y el cierre de una etapa de nuestras vidas que para bien o para mal por culpa de mi egoísmo y  las carencias afectivas de Fiorella marcó nuestras vidas.

 

 

 

 

 

 


 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.