Resiliencia

Capítulo 15. Nuevos inicios

Fiorella

Los días pasaban  y los meses pasaban veloz.  Julián y Sandra habían regresado de su corta luna de miel y ambos estaban entusiasmados con los planes de adoptar un bebé del cual se habían enamorado desde que lo conocieron en una casa hogar. Las habilidades administrativas y persuasivas de Sandra quien era incluso capaz de vender hielo a un esquimal impactaban positivamente en la iglesia y el centro comunitario que obtenían mayores recursos para llevar a cabo nuevos proyectos como liderar en asocio con Alejandro un programa de viviendas para los más necesitados. 

Mamá y yo decidimos montar una pastelería en el centro de la ciudad por lo que tomamos un préstamo para comprar el equipo y el mobiliario necesario. Tuve que renunciar a mi trabajo en el bufete pero no me arrepiento, la pastelería era todo un éxito y habíamos aprovechado el boom de nuestros productos para promocionar nuestros servicios de cátering. El trabajo nos sobraba a tal punto que tuvimos que contratar personal de planta para darnos abasto. 

 Mi relación con Ricardo marchaba sobre ruedas era un hombre con una actitud bastante sencilla  y humilde y no sentía el menor reparo de ir a las zonas más deprimidas  a prestar sin ninguna contraprestación sus servicios médicos y si la situación lo requería lo podías ver con una camiseta y un jean rodeado de herramientas realizando arreglos dentro del centro comunitario y la iglesia o ayudándonos a mamá y a mí con la empresa de catering. No era perfecto, era un hombre real con virtudes y defectos pero de buen corazón donde los pro sobrepasa con creces los fallos que de una u otra forma todos tenemos.

Presentárselo a mis hijos no fue una decisión fácil me atemorizaba que se encariñaran con él y sufrieran en caso de que nuestra relación terminara pero Ricardo disipó mis temores, acordamos seguir siendo amigos independientemente de si nuestra relación continuaba o no, todavía no se definir que somos,  Ricardo nos llama novios yo prefiero llamarnos amigos especiales. Y aunque Ricardo no duda en dejarme claro lo que siente por mí, respeta y entiende mi deseo de tomarnos las cosas con calma. 

Decidimos aprovechar los arreglos al nuevo local como la ocasión perfecta para presentar a Ricardo y a mis hijos y no me arrepiento, hicieron buenas migas, Ricardo no simuló llevarse bien con ellos, se tomó el tiempo de conocerlos y forjar una amistad.

Los gritos de mis hijos resuenan por nuestra nueva casa y aunque el ruido es ensordecedor prefiero lidiar  con el bullicio a mirar sus caras llenas de tristeza por la lejanía de su padre.

—¿En que piensas hija? —la voz de mi madre me hace despertar de mis cavilaciones.

—En lo duro que es ver a mis hijos tener que lidiar con el dolor de crecer sin un padre al igual que yo lidie con el desinterés del mío. Era mi responsabilidad saber elegir bien.

—La relación de tu exmarido con sus hijos es responsabilidad de él, ese hombre analizo tus debilidades y carencias afectivas y las usó en tu contra. Y a pesar de ello has estado en las buenas y las malas con tus hijos.

—Tu has sido mi ejemplo. Te tuve a ti.

—Y ellos te tienen a ti. Tú mejor que nadie conoces su dolor. Yo en mi ignorancia no dimensione los vacíos afectivo que causó la ausencia de tu padre, no pensé que pudieras sentirte culpable por su abandono y peor aún, que creyeras que no merecías ser amada.

—No era algo consciente. Tuve que cuestionarme a mí misma y revisar mis razones para soportar los abusos de Carlos. Ahí entendí  mi deseo de complacer a los demás incluso a costa de mí misma, comprendí mis apegos y mi  dependencia emocional. Por eso le recalco tanto a mis hijos lo valioso y maravillosos que son y les dejo en claro que no son responsables por la ausencia de su padre.

—Es lo mejor.  ¿Y cómo vas con Ricardo?

—Hasta ahora ha sido maravilloso pero no tengo ninguna prisa por formalizar nuestra relación. Llevo años tratando de complacer a los demás y dependiendo de sus acciones que ahora anhelo tiempo para mí, para sanar y vivir a plenitud bajo mis propias decisiones.

—Date el tiempo de conocerlo muy bien. No quiero verte sufrir de nuevo ni a ti ni a los niños. Me agrada Ricardo, pero las apariencias pueden ser engañosas, son las acciones de un hombre a través del tiempo son las que realmente nos muestran quien es, recuerda lo que decía Jesús “por sus frutos los conoceréis”.

—Tendré cuidado.

—¿Eres feliz?

—Sí, mamá, y es una felicidad que depende de mí misma y de mi relación con Dios, me siento valiosa, amada y aceptada, no dependo de un hombre ni necesito la aceptación o la aprobación de los demás. Siento paz y plenitud. Funcione o no mi relación con Ricardo soy y seré feliz. Incluso a pesar del amor que siento por mis hijos por mi bien y el de ellos quiero una relación libre de apegos donde ellos no se sientan dentro de unos años amarrados a mi, los quiero libre para partir del nido sin remordimientos y quiero  verlos lograr sus sueños aunque los lleve a muchos kilómetros de mi.

—No quieres repetir mi ejemplo.

—No, mamá. Tu vida  giró en pos de mi abuela y de mi. Al final fue beneficioso para ti que yo me marchara de la ciudad. Empezaste a vivir.

—Te has vuelto una mujer muy sabia.

—Los golpes nos ayudan a crecer, te dan conocimiento y te nutren de fuerza. Y estoy lista para vivir cada día como si fuera el último. Es hora de ser feliz mamá.

—Mamá, abuela  —gritan mis hijos— que entran con la cara sonrojada seguidos de mi padrastro. —Miren, narcisos. El abuelo,  dice que significa un nuevo comienzo.

—Así es amor, le pedí que comprara narcisos para sembrarlos en el jardín para simbolizar nuestra nueva vida. ¿Les agrada la idea?

—Sí  —contestan con un grito

—Manos a la obra, entonces. 

Mis niños corren emocionados al jardín mientras nosotros reímos encantados al ver su entusiasmo.

 


Estamos sembrando los narcisos cuando llegan Sandra, Julián, los chicos y Ricardo, cargados con presentes para la nueva casa. Al final todos terminamos llenos de arena y un poco mojados pero satisfechos con el resultado.
Veo las rostros de mi familia  y mis amigos para luego mirar al cielo y elevar una plegaria de agradecimiento en voz baja. —Siempre junto a ti, Jesús. No permitas que vuelva a irme de tu lado, mi solaz, mi roca, mi Señor.




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