Resiliencia

Capítulo 25. Confrontación.

Victoria
—Hey, no te robes mis galletas —palmeo la mano de Alejandro—, busca las tuyas, parece que Tadeo o tú  o ambos son fanáticos de las galletas con chispas de chocolate, compraron suficientes para un mes.

—Me declaro culpable, soy adicto a ellas, mi señora  —confiesa Alejandro acompañando sus palabras de una venia.

—Te cambiare el sobrenombre, de ahora en adelante serás  llamado Lord Galletas —le digo para provocarlo.

—Que afán el tuyo de ponerme motes, Victoria. ¿Debo recordarte acaso  cuanto me molestan?

—No, porque me encanta provocarte —digo coqueta.

—Pará provocarme solo necesitas mirarme o besarme —susurra acercándose a mí  como un felino al acecho.

—Me parece perfecto —me arrima a su cuerpo y  me besa con  veneracion y honra como si tratara de expresarme con las caricias que  me  prodiga cuanto me ama.

—¿Victoria? —me pregunta entre besos que reparte en mi cara  ¿Qué vamos hacer con Sergio?

—Voy hablar con él —al ver que quiere contradecirme insisto —es necesario Alejandro,  sé  que  no me crees, pero Sergio no representa  un peligro. Es un hombre  muy  pacífico.

—Dejame acompañarte.

—No, esto lo tengo que  hacer sola. 

—De acuerdo, pero prometeme que  vas a tener cuidado. 

—Lo prometo.

—¿Lista para irnos? —asiento con la cabeza— entonces vámonos, quería preguntarte si crees que ya estás lista para volver a San Francisco. 

—Sí, es hora de volver a casa —afirmo segura. Las sesiones con Abigail me han hecho  mucho bien al igual que mis charlas con Julián y asistir a la iglesia. Me siento libre por fin del peso de las muertes de Erick y Camila. Entendí  que en Jesús soy redimida y perdonada. No soy la misma jovencita de años atrás llena de odio y rencor. Comprendí que  todos somos susceptibles de equivocarnos, de errar, lo importante, es no quedar anclado en nuestras faltas,  sino aprender de nuestros errores y no seguir recayendo en el mismo, ya no me es posible reparar el daño hecho a Camila y Erick en mi negativa a perdonarlo, pero seguiré  con la fundación hasta el último día  de mi vida. 

En cuanto a Sergio hablaré  con él,  no lo amo, pero estoy dispuesta a perdonarlo, sería muy hipócrita aspirar al perdon y negarselo a otros. No quiero herirlo pero tampoco ilusionarlo, jamás se me pasó  por la cabeza que aún pudiera amarme, fue tan rotunda su decisión de alejarse de mí  que dí  por hecho que lo único  que  sentía por mí  era decepción y desprecio.

Apenas llegue al hotel lo buscaré, es hora de terminar con su acoso. No le hace ningún bien ni a él  ni a mi, no puedo permitir que  siga interfiriendo entre Alejandro  y yo, me siento feliz y plena y no estoy dispuesta a perder esta última  oportunidad   por Sergio. 

Al llegar al hotel me despido de Alejandro  y me dirijo a mi habitación, apenas entro marco a recepción  y pido que me comuniquen con la habitación  de Sergio, el teléfono timbra unas cuantas veces hasta que lo escucho contestar del otro lado de la línea. Al principio se escucha sorprendido y emocionado, pero luego al notar el tono seco de mi llamada la alegría en su voz desaparece, pero acepta encontrarse conmigo dentro de hora y media tiempo suficiente  para darme un duchazo y comer algo ligero. 

Antes de salir a encontrarme con Sergio marco varias veces a Alejandro pero la llamada se va a buzón  así que  le dejo un mensaje informándole que  me voy a encontrar con Sergio en una cafetería cercana, escoji un lugar público a fin de evitar cualquier escena desagradable,  sé cuanto odia Segio los escándalos en sitios públicos. El hotel no era una opción viable por el temor de que Alejandro  interrumpiera nuestra conversación al estar alojados los tres en el mismo hotel.

Salgo con bastante anticipación disfrutando de las maravillosas vistas que me regala la ciudad, el colorido y la belleza del lugar al igual que la actitud tan cordial de sus gentes ha hecho que la ciudad se gane un lugar en mí corazón.

El ambiente de la cafetería es muy agradable, me recuerda a la pastelería de Fiorella, apenas llego el olor del café  inunda mis fosas nasales y pido un mocachino para tomar mientras espero a Sergio quien llega 15 minutos después.

—Hola, Victoria. ¿Cómo  estás?

— Muy bien,  Sergio. ¿Cómo estás tú?

—Bien, pero dime.

—Necesito que pares con el acoso, Sergio. No sólo  me hiciste seguir en San Francisco, también has hecho que me vigilen en San Antonio. Debes entender de una vez por todas que no te amo y no te volveré  a amar  —el dolor que causan mis palabras se refleja en su rostro y me duele porque no disfruto su dolor pero es necesario poner los puntos sobre las ies de una vez por todas.

—Te enamoraste de Alejandro  Montemayor —no pregunta sino que lo afirma viéndome a los ojos.

—Sí,   lo hice y no te quiero merodeando a nuestro alrededor,  nuestro tiempo pasó.

—No es así,  Victoria,  estas equivocada,  yo te puedo reconquistar,  puedo hacer que me vuelvas amar.

—No puedes y tampoco quiero,  honestamente me siento afortunada porque lo nuestro terminó.  Me imagino  a tu madre y a tu hermana metiéndose en  nuestra relación si nos hubiéramos casado, no hubiera sido un matrimonio de dos sino de cuatro. ¿O vas a negar que la razón por la que me dejaste fue por la presión de tu hermana y de tu madre? Es verdad que me caí del altar de santidad que habías erigido pero también  es cierto que  no  pudiste lidiar con la desaprobación de tu familia y amigos.

—No soy el mismo hombre, Victoria, estoy dispuesto a enfrentarme a quien sea por tenerte a mi lado.

—El valor te llegó  muy tarde, necesité  de tu apoyo y de tu amor hace tres años,  quería que pelearas por mí,  que defendieras lo nuestro, que te mostraras orgulloso de tenerme a tu lado a pesar de  mis fallos, quería que me aceptaras como yo lo hacía  contigo ¿o crees que no veía tus defectos?, tus excesivos estándares éticos y morales, tu fanfarroneria, tu falta de espontaneidad o que a pesar de ser uno de los empresarios más respetados y poderosos de San Francisco aún permitias que tu madre y hermana dirigieran tu vida.




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