Khalid - Talk
Es tan lindo saber que usted existe. —Mario Benedetti
—Muchas gracias, Meli, por ayudarme con la mudanza —dijo Maggie, dando una breve ojeada al montón de cajas que había regadas en la estancia y eso sin mencionar de las muchas otras que había en el resto del departamento.
—Sabes que lo hago encantada, aunque ya estaba acostumbrada a verte todos los días, ahora me harás mucha falta —respondió la aludida junto a un mohín y ambas estaban comenzando a dejarse embargar por la nostalgia, por lo que, pronto se pusieron a desempacar y a tratar de ordenar al menos la estancia y la cocina.
Por la noche, mientras Maggie terminaba de ordenar la que ahora sería su habitación, escuchó como su móvil alertaba a que estaba entrando una llamada. Frunció el ceño, preguntándose quién podría ser, aunque la verdad era que las opciones eran limitadas, aun más ahora, ya que había cambiado de numero teléfono. ¡Por fin pudo decirle adiós a los mensajes de Matías!
Tomó el móvil y leyó con asombro, más una aceleración de sus latidos, el nombre: Andrew G. Porque si era sincera, creyó que sería Melissa, avisándole que ya había llegado a su casa.
—Hola —dijo quedito, sentándose sobre uno de los reposabrazos del sofá, tratando de dominar, sin mucho éxito, la pequeña arritmia de su corazón.
—¡Hey, hola!, ¿cómo le fue en la mudanza, no hubo problemas? —le cuestionó, de inmediato las comisuras de Maggie tiraron de una sonrisa, porque le enterneció el hecho de que él..., se hubiese recordado de eso. Y es que Andrew, en el tiempo que llevaba ya tratándolo —ya más de un mes luego de que se vieran para entregarle el saco—, le había demostrado que era muy atento por naturaleza.
—Sí todo bien, ninguna de mis cosas se dañó y justo ahora solo me queda terminar de desempacar unas cosas y arreglar la cocina —comentó al tiempo que se dirigía a dicho cuarto.
—¡Pero qué eficiencia! —exclamó y disfrutó escuchar la risa de Maggie—. Pero me imagino que ha de estar muy cansada y hambrienta.
—Cansada no pero hambrienta sí —respondió, recordando que al día siguiente debía de ir a comprar una refrigeradora y a abastecerse con alimentos, entre otras cosas.
Andrew se mordió el labio inferior y se despidió de uno de sus compañeros con un ademán; y la idea se le vino rápido a la cabeza y le fue tan tentadora que no se pudo a reparar mucho en ello, solo se decantó por lanzarse a ese mar lleno de oportunidades.
—Yo voy saliendo de la oficina, ¿si quiere paso por usted y la invito a cenar? —cuestionó, cruzando los dedos y al mismo tiempo rogando al cielo para que ella, estaba vez sí, aceptara salir con él. Esperando que si no tenía un golpe de suerte, si surtiera un milagro esa noche.
Margarita se lo pensó seriamente; y no era que le desagradara salir con Andrew, porque ¡por todos los cielos!, desde aquella tarde en el café, la compañía de él se le había antojado como a la cosa más adictiva que había encontrado jamás. Y lo descubrió luego de verse deseando, al día siguiente, que este la contactara y la invitara a salir otra vez.
Lo cual sucedió pero no hasta dos días después.
No obstante, luego de dos semanas y en las cuales había salido con él más veces de las que había salido con Matías en meses; la inseguridad se le atravesó como una espada de doble filo en el corazón. Ya que no quería abrirse de nuevo, pero le estaba resultada difícil, siendo sincera consigo misma, mantener sus reservas con respecto a Andrew.