Mi estrategia es que un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites.
—Mario Benedetti
—¿Te la encontraste cuando estabas con Margarita? ¡Pero qué mala suerte tienes, hombre! —Andrew no retuvo el impulso de rodar los ojos al cielo, había decidido comentarle a Javier, un compañero del trabajo y con el cual solía ser muy cercano.
Andrew aún percibía un sabor amargo en el paladar cuando recordaba lo que había pasado hace más de una semana. Y no era porque la apariencia de Adel le quitara el sueño —de eso ya habían pasado un par de años—, no obstante, no podía sacarse de su mente la última conversación que había tenido con Margarita y en cómo esta le había servido como obstáculo para poder finalmente sincerarse.
Y es que, ¿era normal temerle a una mujer como Maggie?, porque sí, Andrew le temía y no era porque ella fuera una mala mujer, ¡porque Dios sabía que no era así!, sencillamente había descubierto que ella estaba cambiando, que estaba recuperando su seguridad y reconstruyendo no solo su autoestimo, sino que, al mismo tiempo, estaba contorneando murallas que —si él no hacia algo al respecto—, lo iban a sacar del panorama de Margarita por completo y, quizá, para siempre.
—Y desde entonces no la he visto —confiesa Andrew, sin ánimo en ocultar la frustración que el mero hecho de ocasionaba. Porque, si se lo preguntaban, tenía miedo a perderla. Liberando un bufido, agregó—: Es que si la hubieras escuchado, ella está decidida a no darle ninguna oportunidad a ningún hombre que posea alguna remota intención romántica para con ella. ¿Te imaginas lo jodido que es saberlo cuando vos querés justamente eso?
Javier se lo pensó un poco y comprendiendo la magnitud del problema que tenía su amigo; sopesó la manera adecuada para alentarlo, porque si lo que Andrew decía era cierto y esta misteriosa mujer era como él decía ser: «la mujer que tanto he estado esperando», lo que menos que podía hacer era darse por vencido por el miedo y el resentimiento que Margarita guardaba en su corazón.
—Entonces las cosas están así: no puedes hablarle de tus sentimiento porque sino de entrada de va a mandar al carajo y tampoco quieres dejar que pase mucho tiempo, porque de lo contrario corres el riesgo de que su despecho la domine por completo y odie a todos los hombres... —Andrew dio un leve asentimiento, escucharlo de alguien más solo lo había terminado por hundir otro poco más. Javier soltó un suspiro y palmeó la espalda de su compañero—. ¿Hoy es que se quedaron de ver? —Recibió un sonido nasal de afirmación—. Entonces esto es lo que harás...
Y aunque la idea era descabellada; era la última oportunidad que él tendría para lograr esquivar las balas del despecho, resquemos y miedo que aquel miserable había dejado como fuego cruzado en el corazón de Maggie.
*
Cuando la noche estaba por caer, entraron al cine. Habían escogido una película de superhéroes de la cual ambos eran aficionados y en las dos que había durado esa película se la pasaron muy bien, rieron juntos y compartían cortas conversaciones. Asimismo y como si el destino hubiera decidido darles un empujón; a la salida Andrew se adelantó con la excusa de tener que validar no sé qué cosa para el estacionamiento y en lo que Maggie iba al baño, la esperó afuera con una sorpresa que dio como resultado que los formalismos en ellos terminaran, pues Maggie se lanzó a sus brazos con euforia.
—Muchas gracias, pero de verdad no tenía que hacerlo —murmuró y con las mejillas arreboladas, acercó a su pecho el suvenir alusivo a la película que acababan de ver y que Andrew había comprado para ella.
Andrew se encogió de hombros y era como si para él hacer ese tipo de cosas fuera de lo más normal; hecho que provocó un delicioso cosquilleo en el estómago de la pelirroja. Sin embargo, cuando el nerviosismo en Maggie tal parecía que estaba a raya, el hombre frente a ella acercó una de sus manos y perfiló su mejilla, al tiempo que ladeaba sus labios y se inclinaba lo suficiente como para que quedaran frente a frente.