Suncity - Khalid ft Empress of
Te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma.
—Pablo Neruda
San Salvador, 31 de diciembre del 2017
Maggie se había ofrecido a llevar la cena pero Andrew se había negado rotundamente a aceptarla. Y como ninguno daba su brazo a torcer, Margarita —por sugerencia de su amiga—, le había propuesto ayudarlo a cocinar y él sin remidió alguno aceptó, —pues ni de loco se negaría vivir tal experiencia con la futura madre de sus hijos.
Pasaron toda la tarde conversando y ella acataba con exactitud todas las tareas que él le pedía. Y de esta forma, en aquella preciosa casa, Maggie pasó el mejor 31 de su vida. Conversó y conoció un poco más a la señora Elena; una mujer entrada en años y que, a pesar de su enfermedad, solía guardar la fuerza de su carácter y hospitalidad.
Y porque ni su salud le fue impedimento para hacer comentarios que con facilidad se podrían cuestionar si eran o no inapropiados. Como por ejemplo: Andrew, ¿ustedes son pareja?
¡Qué penoso fue responder aquello para el aludido!, porque cuánto le habría agrado que la realidad fuera otra y que la respuesta hubiera sido un: sí, te presento a Maggie, mi novia.
Sin embargo, un nuevo año estaba por comenzar y él tendría 365 días más para conquistar el corazón de su adorada Margarita.
Cuando la comida casi estuvo lista, Margarita se acercó a su amigo, quién estaba checando la temperatura del horno.
—Andrew... —murmuró, el aludido se irguió y la notó un tanto cohibida. No obstante, decidió no presionarla ni aun cuando la vio sonrojada—..., quería preguntarle si puedo, es decir, ¿me prestaría su baño? Es que huelo fatal.
—Por supuesto, hay uno justo al final de la sala y hay otro en la planta de arriba. —Ella dio un leve asentimiento junto a un tímido: gracias. Se fue a la sala por sus cosas y mientras se dirigía al baño de la planta baja, sin sopesar sus palabras, añadió—: Pero no se lo vaya a llevar.
—¿Qué cosa?, no yo no... —respondió Margarita, con el entrecejo fruncido y con sus ojos bailando en las cuencas, descolocada.
«Y nuevamente, lo arruinaste, Andrew. ¡Felicidades!», se quiso abofetear. Sacudió la cabeza en una negativa y aclaró que era una broma. Otra de sus bromas que, si no las mantenía al margen, lo iban a dejar soltero de por vida.
Margarita entró al baño entre divertida y confundida; ella ya sabía que él tenía una forma muy extraña de hacer bromas o chistes —si es que se podían llamar así—, sin embargo, a ella al final le terminaban resultando graciosas, porque eran bromas inofensivas y libres de morbosidades.
Hecho que ahora en día era difícil de encontrar en un hombre.
Se duchó con prontitud y se enfundó un vestido de algodón color azul marino, de magas largas y con un escote en "v" recatado, el mismo tenía franjas de tela trasparente en la área de la espalda y en la parte del dobladillo de la falda. Se calzó sus sandalias blancas favoritas y cepilló un poco su cabellera rojiza, luego se maquilló un poco.
Cuando estuvo lista y revisó su apariencia a su mente llegaron recuerdos de festejos de años anteriores: con ropa, zapatos y bolsas nuevas, con regalos costosos y reuniones con personas frívolas, arrogantes e hipócritas. Y aunque ahora no tenía de eso, se sentía feliz y bendecida.
Al salir se halló con que todo estaba listo y que Andrew no estaba por ninguna parte, bueno en ninguno de los lugares que eran apropiados para ir a buscarlo. Al momento en que él bajó, ya bañado y arreglado, escuchó las voces de Maggie y su abuela, se acercó y las encontró platicando de lo más a gusto y, al mismo tiempo, observó muy enternecido como Margarita peinaba a Elena, a esta última se la miraba feliz y cómoda.