Us - James Bay
Vas a terminar decepcionado si piensas que harán por ti lo mismo que tú haces por ellos. Porque no todos tienen el mismo corazón que tú. —Anónimo
Tenía tanto tiempo de no venir a la casa de sus padres; lugar donde pasó prácticamente los primeros veinte y tanto años de su vida, para después irse a vivir con Matías y desperdiciar casi cuatro años. Cuatro años.
Ahora y con casi veintiocho años; Margarita sentía que el tiempo, mientras caminaba hasta la puerta principal, había retrocedido pues percibía los mismos sentimientos de desdén y añoranza de cuando tenía veintiún años. Sin embargo, todas las experiencias y golpes de la vida le eran como un vivo recordatorio de que por fortuna ya no estaba bajo el yugo de los que se decían llamar sus padres.
Avanzó el trecho que le quedaba y se instó a que, pasara lo que pasara, y le dijeran lo que le dijera, ella no debía permitir que su voluntad sucumbiera. «Ahora tienes en las manos las riendas de tu vida, no dejes que te las vuelvan a arrebatar», se exigía a sí misma. Ya que Margarita sabía que de lo contrario, los señores Castle estarían dispuestos en hacer de su hija lo que desearan. Le dolía reconocerlo, pero ya no volvería a tapar el sol con un dedo ni a ignorar las equivocaciones de su familia.
Estando ya adentró, imprimió toda la valentía que poseía y se decantó en estudiar su entorno. Notó que, a excepción de unos cuadros nuevos, todo seguía exactamente igual: frívolo, fastidiosamente elegante y pulcro, repleto de recovecos vacíos y fríos. Entretanto, uno de los sirvientes de la casa avisó a los señores Castle que su hija ya había llegado. La señora, miró la hora y con desagradó notó los quince minutos de retraso de de Maggie, sin embargo, decidió que se lo dejaría pasar, pues de todas formas había algo mucho más importante de lo que tenían que conversar.
Todos pasaron al comedor y antes de que les sirvieran el desayuno, Margarita saludó a su papá y le cuestionó sobre su salud.
—Estaría mejor si no tuviera la preocupación de la disolución de la sociedad —espetó el señor que ira igual o peor que su esposa.
Y a Margarita le punzaron aquellas palabras, pero el sentimiento de decepción y pesar fue tan efímero. Pues en cambio sintió una profunda tristeza, porque a fin de cuentas, ellos eran los que iban a perder a su única hija y jamás se darían cuenta de que ella jamás los dejaría solos.
—Yo estoy muy bien, gracias por preguntar —espetó la señora Castle.
Justo en ese instante Maggie reparó en que sus padres se habían encargado de forjar un gran abismo entre ellos y ella. Se dio cuenta que a ellos no les había importado lanzarla al abismo con tal de cumplir con los estándares de la sociedad. Habían preferido el bienestar propio por encima de ella.
—¿Y a ustedes cuando les ha importado siquiera aun poco cómo estoy yo? —espetó Margarita, con rabia contenida y sintiendo como una fuerza interna se expandía por todo su ser.
—No seas insolente, somos tus padres y por lo mismo no queremos que eches a perder tu futuro... —La joven no reprimió el impulso de rodar los ojos, acto que repugnaba a su madre.
—Si para esto me buscaron, pierden su tiempo. Yo ya le he dicho un millón de veces a tu esposa de que no voy a regresar con el imbécil de Matías y que estoy dispuesta a hacerme cargo de ustedes, si es que llegan a permitírmelo y no prefieren seguir aparentando con sus "amistades" que seguimos siendo una familia adinerada —espetó Margarita, mostrándose estoica y determinada. Le dio un sorbo a su café, tratando de que este terminara de despertar todos sus sentidos.