Reveses de la vida

19. Fluctuaciones y certezas

Lose my mind - Dean Lewis

Lose my mind - Dean Lewis

Si te vas y no te detienen        

Si te vas y no te detienen. Sigue caminando, acabas de tomar la mejor decisión.

—Anónimo

No obstante, ella era la persona menos indicada para ventilar las intimidades de su amiga        

No obstante, ella era la persona menos indicada para ventilar las intimidades de su amiga. Comprendió que lo más adecuado y prudente era que Maggie tuviese esta plática con él, para que ambos optaran por tomar una vía: sobreponerse a los prejuicios, presiones familiares y sociales o ceder ante los mismos.

—Está bien, creo que hoy le darán el alta. —Él asintió, no logrando reprimir ni disimular los deseos que tenía por verla por aunque sea un minuto y antes esta reacción, Melissa añadió—: Sus padres están con ella y no es que quiera ser maleducada, pero ellos no serán tampoco amables contigo y sé que ella se va a sentir fatal si ve que son maleducados contigo. Porque ya viste cómo se puso el imbécil de su ex.

Andrew soltó un suspiro apesadumbrado.

—Lo entiendo, es solo que me hubiese gustado verla —confesó, pasó ambas manos por su rostro, se sentía atado de manos. Pronto agregó—: Pero no quiero ser otro motivo que dé preocupación a ella y pues..., no sé, eh mejor cuando ella pueda y quiera iré a verla.

—Sí, es lo mejor. Y no te preocupes, yo te prometo decirle que viniste y que en cuanto se sienta mejor que te avise para que la puedas ir a visitar... —se limitó a decir, mordiéndose la lengua para no terminar soltando una imprudencia. Asimismo, la asaltó el sentimiento de consternación debido a la situación que él y su amiga se estaban por enfrentar. Pues todo se les había complicando y, de nuevo, la vida de Margarita había tenido un revés.

—¿Podría darle una nota? —inquirió de pronto y sacando a Meli de su introspección, esta dio un leve asentimiento. Entonces él rebuscó en su billetera hasta que sacó un papel y luego pidió prestada una pluma a una enfermera. Andrew escribió unas líneas y tras darle la nota, se fue con el corazón comprimido, casi roto.

Entretanto, Margarita escuchaba al doctor relatarle que tenía tres meses de embarazo y que todos los problemas que había estado teniendo, si no los evitaba, iban a crearle hipertensión y esto iba a afectar con demasía al bebé que se gestaba en su interior.

En ese momento el mundo de Maggie sufrió una fuerte sacudida; ya que esto significaba que —por más que quisiera—, jamás iba a poder sacar a Matías de su vida y que ahora, irremediablemente, estarían vinculados de por vida. Además, sintió el temor apoderándose de cada milímetro de su cuerpo, debido a que, si antes no sabía qué sería de su vida, ahora más que nunca le tenía pavor al futuro.

Porque si se lo preguntaban, ella no se sentía preparada para ser mamá. ¡Santo cielo!, la mera palabra le generaba terror y unas inmensas ganas de salir corriendo por ahí, de respirar aire limpio y poder pensar hasta encontrar el rumbo correcto a tomar. Porque ella entendió que ahora ya no se podía preocupar solo por ella. Y que por muy amedrantada y abrumada que se encontrase —en medio de tanta fluctuación—, sí había algo que sabía con certeza y era que: tendría a ese bebé.

Y aunque le costara la vida entera, no permitiría que su hijo creciera en las mismas enseñanzas que ella, no dejaría que nadie abusara de su inocencia y lo manipulara. Margarita estaba decidida a velar por el bien de su hijo a toda costa, haría por él lo que nadie hizo por ella.

—¡Felicidades, hija!

Sus padres mostraron mucha felicidad y Maggie no sabía cómo tomar tales demostraciones. Y tristemente se preguntó si lo hacían sinceramente o porque creían que el problema con Matías ya estaba arreglado. Porque ya los escuchaba decirle que si no se casaba, su conducta sería tachada de inmoral y liberal. Que casarse con Matías sería lo correcto, porque este tenía que honrarla, que ser madre soltera era una vergüenza. Cerró los ojos un segundo, tratando de despejar su cabeza y librarse de la retahíla de pensamientos tortuosos que se habían desencadenado en su cabeza.




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