Maratón: 1/4
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Una mujer es como la buena literatura, al alcance de todos pero incompresible para los estúpidos.
—Gabriel García Márquez
«¿Esta segunda oportunidad?» Margarita no sabía a qué se podía referir exactamente Andrew; no obstante, el final de esta nota, esa palabra en específico, la había dejado con una sensación pesada en el pecho y al mismo tiempo le había provocado congoja. Porque ahora, definitivamente, sus vidas se estaban distanciando y entre ellos jamás existiría algo. Y dolía, porque si antes había estado abierta a un mundo de posibilidades, justo ahora, estas se habían reducido exponencialmente y porque, además, ya no había ninguna que los contemplara a ellos dos: juntos.
Releyó la nota un par de veces más; asimismo, le dio vuelta a la misma con el propósito de revisar si había algo más al reverso, pero más allá de platillos y números no existía alguna otra cosa... A menos que la fecha de emisión de la factura y el nombre del restaurante le dijera algo más. Y sí lo hizo. Porque se dio cuenta que esa era la cuenta de la primera vez que salieron juntos. Andrew había guardado todo este tiempo la factura de la cena a la que él la invitó y donde todo comenzó.
Sus ojos se anegaron y de inmediato su pecho se vio colmado de tanta añoranza, de frustración y de desesperación. Y no era para menos, pues se dio cuenta de que él —como tanta veces se lo dijo su amiga y Maggie tantas veces se lo negó—, sí le gustaba. Andrew le gustaba mucho y ahora tenía que hablar con él, contarle que estaba embarazada e implícitamente dejarle claro que lo suyo estaba finiquitado mucho antes de haber comenzado. Se dio cuenta también que tendría que romperle el corazón al único hombre que se había preocupado y enamorado verdaderamente de ella.
☔
Margarita se quedó en casa de su amiga; le habían dado tres días de incapacidad, para que reposara y sus emociones regresaran a la normalidad. Almorzaron juntas y durante las próximas horas se privó de revisar su teléfono por miedo a lo que podía encontrar: mensajes de sus padres y Matías, así como, alguno de Andrew.
Se sintió miserable por estar evitando deliberadamente a este último, ¿pero qué podría hacer?, ¿contarle que estaba embarazada y perderlo para siempre? Y no se refería a perder su amistad, porque ella sabía que Andrew permanecería a su lado de cualquier manera, lo que la llenó de tristeza fue darse cuenta de que ella jamás podría entablar una relación con él. Porque, ¿qué hombre aceptaría a una mujer que espera el hijo de otro? Tal cosa Margarita la creyó irrisoria e imposible.
Cuando la hora de ir a dormir llegó y ella se encerró en la habitación de invitados; se armó de valor y tomó su celular, se fue directo a un contacto y marcó un número. De inmediato le respondieron.
—Te veo mañana en casa de Melissa, a las cuatro de la tarde. Necesitamos hablar...
—De acuerdo, con gusto estaré a esa hora. Qué descanses y cuídate mucho...
☔
Al día siguiente, antes de la hora pactada, a Margarita le entró una llamada telefónica y a la cual se vio tentada en responder pero el miedo pudo más. Pronto la pantalla se apagó y la luz de las notificaciones alertaba que tenía una llamada perdida de Andrew G. Cerró los ojos y soltó un suspiro apesadumbrando y se prometió que, independientemente lo que pasara esa tarde, ella lo buscaría ese día. Seguido, llevó la mano a su vientre que hasta ese momento percibió que comenzaba a abultarse.