Heart - Sleeping at last (es perfecta para ellos)
Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, tú los conoces bien. Son besos inventados por mí, para tu boca.
—Gabriela Mistral
Andrew murmuró una maldición, ¿o fue un agradecimiento al cielo? Maggie no lo pudo entender, ya que estaba perdida en el centenar de emociones y sensaciones que los labios de Andrew le generaban. Como el sentir sus manos en su cintura, su barba rozando sus mejillas, el calor apoderándose de su cuerpo desde los pies a la cabeza. Ella comprendió, en ese instante, que lo que sentía por él, nunca lo había sentido por nadie.
Era un manojo de sentimientos nuevos, intensos y adictivos. Fue como tocar el cielo con los pies y rozar con las puntas de las manos las estrellas. Fue un beso suave, delicado y arrollador.
No supo en qué momento su bolso cayó al suelo, pues sus manos dejaron de sostenerlo y pasaron a buscar sostén en Andrew, una mano aferrada a su hombro y la otra perdida en su maraña castaña. Sus bocas, luego de acariciarse tiernamente, con la respiración errática y con el peso de lo que acababa de pasar, se fueron alejando poco a poco.
Se miraron a los ojos y saborearon los vestigios de ese increíble y glorioso beso. Andrew sabía a menta y café. Margarita sabía a caramelo derretido bajo el sol de verano.
—¿Por eso me pidió perdón? —inquirió Maggie, luego de haber deglutido saliva. Él dio un leve asentimiento y se tensó un poco, ya que intentó estudiarla y descubrir si había arruinando todo entre ellos o había sido todo lo contrario, rogó para sus adentros porque fuera esto último—. Pues no lo perdono —murmuró, mirándolo fijamente a los ojos y chasqueando la lengua. Andrew dio un paso hacia atrás y sintió que la cara le ardía, que el suelo se movía de su lugar. Abrió la boca con la disposición de disculparse las veces que le fueran necesarias pero...—: Se tardó demasiado, eso no le perdono —repuso Maggie, ladeando la boca y relajando el rostro.
Andrew en primera instancia se sintió extremadamente confundido; su ceño se entornó y tuvo que repasar en su mente una vez más lo que pasó luego del beso. Entonces, cuando vio que su Margarita sonreía, comprendió que ella se había cobrado todas y cada una de las bromas que él le había hecho. Porque, en efecto, él si creyó que lo había estropeado todo.
—Qué graciosa —espetó sonriendo—, pero creo que lo merecía. —Maggie se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—¿Cree? —inquirió con suspicacia. Andrew se encogió de hombros y se inclinó otro poco, consiguiendo ponerla todavía más nerviosa—. Lo siento, pero tenía que desquitarme.
No obstante, después de lo recién compartido —y a pesar de la confianza que profesaba el uno por la otra—, nada evitó que la incomodidad se hiciera presente, como una vieja amiga que no tenía intenciones de dejar de ser el tercer clavo. Asimismo, ambos sabían que tenían que hablar; decidir si ese beso sería el parteaguas que definiría si dejaban atrás su amistad y se convertían en algo más.
—Maggie...
—Andrew...
Dijeron ambos al mismo tiempo; seguido soltaron un par de risas nerviosas y se miraron con tanto bochorno y emociones contenidas, que era como si fueran dos chiquillos en plena adolescencia. Andrew con un ademán le pidió que continuara.